José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Un abrazo en Galapagar


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Marché en este puente a Galapagar a un acto de Iglesia (en este caso sin “ese final”). En concreto a vivir la experiencia de Ejercicios Espirituales con cuarenta y pico personas de todas las edades. Al terminar muchos nos abrazamos. La experiencia que reconforta porque es bueno alejarse para tomar perspectiva y distanciarnos de forma temporal de lo que nos es cercano, para decidir mejor, para clarificar ideas, deseos, emociones. Y compartirlas.



Lograrlo no siempre es fácil, ya que la mayoría de nosotros estamos muy apegados a esa realidad inmediata tan llena de estímulos y presiones. Sin embargo, llevar a cabo este ejercicio puede ser altamente beneficioso. Como aquella abeja que pegada con sus patitas y su rostro al cristal de la ventana quería salir de ella para apurar el polen de las flores que contemplaba a través de un muro de cristal. Pero estaba tan apegada al cristal que no encontraba la salida. Tuvo que aletear hacia atrás y tomar distancia para poder entrever la salida y salir a recoger el néctar y el polen de las flores. Y ya sabéis que para guardar el polen, las abejas han desarrollado una especie de saquitos especiales tras sus patas, donde lo guardan.

Pues de algo así se trataba la estancia de cinco días en Galapagar que junto a la gente con quien iba, tratábamos contemplar y cargar las baterías para rellenarlas si fuera posible del empuje liberador que Dios ofrece siempre a quien se pone a tiro. A quien se retira de vez en cuando.

Vida “contemplativa”

Aunque esto del retiro, sí dejamos la vida al margen, es palabra peligrosa. Es cierto que salir y distanciarse favorece miradas en profundidad y admiración gozosa e interpeladora de la vida y el mundo. La realidad como sacramento. Pero también es cierto que, sea por sus resonancias platónicas o por nuestra propia tendencia a escapar del esfuerzo y a pasar de largo ante las llamadas de lo concreto, el caso es que con demasiada frecuencia asociamos la contemplación con algo puramente pasivo o estético o la reducimos a una experiencia sectorial de nuestro vivir.

Si la vida no entra en la contemplación corre el riesgo de volverse esclerótica o de quedarse encerrada junto a palabras como “quietud”, “serenidad”, “silencio”, etc. que por sí solas no nos movilizan. Y lo que es peor: terminamos creyendo que contemplar es solo un privilegio de unos pocos. O nos lleva a reconocer, nostálgicamente, que está muy bien para los que han sido llamados a esa vida que llamamos “contemplativa”, pero que se queda fuera del alcance de la nuestra, tan ajetreada y cargada de problemas. Por ejemplo la migración doliente y persistente que no cesa.

El Papa en Grecia

A nuestra experiencia de Galapagar me “llegó” la visita del Papa a Lesbos de esos días. Sus impresionantes discursos y sus gestos. En un blog como este busco solo un breve e icónico resumen de lo que entró en mi vida por la ventana de Galapagar. Y lo encuentro muy sintéticamente reflejado – además de los impactantes discursos y palabras – en los abrazos. Los entregados por el Papa y los que él mismo recibió de los emigrantes.

Y la vida de esos días entró a borbotones en mi retiro: Al igual que lo que buscamos en la oración ignaciana de contemplación, lo que pretendemos con nuestra actitud y ejercicio de contemplar la historia cotidiana, es el “conocimiento interno” de las cosas, las situaciones, las personas que contemplamos.

Muchos de los participantes en Galapagar estábamos en esa onda de dejar entrar la vida contemplada, repasada y reposada. No olvidar, hacer memoria, del contexto y el proceso que hay detrás de la situación momentánea que se vive o contempla. En mi caso y en el de otros con las migraciones, las pobrezas y los sufrimientos propios y ajenos. Y ello desde lo más fiel y exactamente posible. Sin perder de vista esos pequeños detalles que, en ocasiones, ilustran más que las grandes teorías, que reflejan la verdad más que la palabrería. Pongamos delante de nosotros la historia, con la mayor autenticidad posible, y no perdamos atención a los detalles sencillos que la marcan. Para ir al conocimiento interno. No solo al titular de turno o a la cáscara periférica que desconoce la vida interna de los migrantes. Sus motivaciones. Sus causas. Sus sufrimientos.

Y en el caso que me ocupa la historia se sigue repitiendo: Miles y miles de empobrecidos por la incesante humillación que causa el despojo y desalojo de sus lugares, tierras, orígenes Pero también la movilización que sugiere un simple abrazo compartido – en este caso de Francisco con los migrantes y viceversa- que aúna, fortalece y hace recuperar aquello de que “yo soy valioso ante tus ojos”; y en ello descubre que tú, hermano migrante, eres hijo de Dios y hermano mío.

No sé por qué, pero en Galapagar, además del abrazo a la naturaleza y el dejarse abrazar por ella y por la gente en búsqueda que disfruta de las experiencias diversas compartidas se coló el abrazo de la comunidad migrante del papa. A los cinco años de su visita a Lesbos. En esos días –junto a otras experiencias que se saborean como cuando nos apartan a lo escondido, para enamorarnos– ese abrazo es como si fuera el abrazo esperado que tanto necesitamos de Dios con la humanidad. Sin exclusiones.