Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Vivir en reserva y con reservas


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Al precio que está “vivir” no se me hace raro que alguien “llene” el depósito con 5 euros de lo que sea. Un coche en reserva funciona como cualquier otro. Por fuera no se nota nada. Va tan rápido como los demás. Pero poco tiempo. En breve, con cierto agobio, tendrá que buscar un sitio para detenerse y repostar. O “quedarse tirado”. Y otra vez la misma operación. Cinco euros.



Vivir así, “en reserva”, obliga a estar permanentemente pidiendo y logrando el sustento cotidiano. Hay personas que, de verdad, no pueden acoger más. Otras creen que pueden recibir mucho, para mucho tiempo, y olvidarse así de la concentración que el tiempo y la acción exigen de la vida. Otros reciben “con el depósito pinchado”, es decir, reciben sin que quede en ellos. Otros van tan ocupados, tan desparramados y tan descentrados que no les da “para más”, porque tienen que ir a esto otro y aquello.

Vivir “en reserva” es descubrir auténticamente la propia fragilidad y no claudicar, continuar confiadamente y hacer los viajes que nos obligan. Vivir “en reserva”, sin poética, es la vida cristiana en esencia, que se vuelve sobre sí permanentemente para no descuidarse, que tiene un piloto rojo encendido constantemente sobre la propia limitación y debilidad, y convive con ella. La riqueza del cristianismo se comparte, eso sí, cada día. Y cada día podemos parar y descansar junto al Manso y Humilde de corazón, que da la vida. Unas veces un talento, otras dos, otras cinco. Siempre se recibe. Qué se haga con el don es otro asunto.

Algunas personas, por otro lado, con poco llegan muy lejos y, como si tuvieran algo que los demás no tienen, se gestionan de tal modo que hacen “bastantes más kilómetros con lo mismo”. También esto es verdad, metafóricamente hablando. También revela algo.

Matemáticos calculadores de la gracia

Sin embargo, el peligro de la vida cristiana está descrito comúnmente en términos de vida “con reservas”, de los que guardan para sí, de los que temen, de los que no gastan la vida, de los que evitan la Cruz. Estos cristianos temerosos de la vida, acostumbrados a la desconfianza, matemáticos calculadores de la gracia, son quienes construyen poca comunidad, porque vivir con otros siempre nos daña, y que en la misión y la solidaridad de la Iglesia “cumplen”. Si no tienen ninguna exigencia, si no acogen ninguna exigencia incómoda, si no abrazan la responsabilidad con el prójimo (que es esponsalidad, de la humanidad y la Iglesia con Cristo, con Dios), ¿a qué Dios adoran, a qué Dios conocen?

Cuando escucho al papa Francisco, no pocas veces tengo la sensación de que con los cristianos es hiperexigente y, sin embargo, no tiene la misma vara de medir para otros. Critica con mucha dureza la vida interna de la Iglesia que no se ajusta al Evangelio, pero no tanto con “los de fuera”. Da la sensación de que hay una línea que tiene clara y que dibuja continuamente. A primera vista, puede doler, herir y cuestionar. Entiendo que algunos lo entiendan así. Pero, ¿no es la lógica del don que pide más a quien ha recibido más? ¿No es, precisamente, al revés que como normalmente lo pensamos? ¿No son los de primera hora y los hermanos mayores los que más deben trabajar porque han sido llamados primero?

Francisco en su viaje a Ginebra junio 2018

Sin juicios, porque quién sabe lo que hay en el corazón de cada uno, en ese lugar secreto e íntimo en el que la correlación de la persona con el Padre es clamorosa, me parece más propio del cristiano la intemperie “en reserva”, un tanto cansado a veces, que la falsa acumulación de una existencia “con reservas”, a la que sin embargo parece que invita la prudencia, la buena consideración, el realismo complaciente de una vida sin nada desmesurado, sin don sobreabundante, sin Encarnación, sin Pascua en plenitud.

A quienes viven “en reserva”, sin temor a equivocarme, la comunidad y la necesidad de caminar siempre con otros (sinodalidad) será una necesidad cotidiana, no un apéndice de todo lo demás, no el tiempo de lo que sobra, sino más bien, al contrario, el lugar de la gracia que, ahora sí, sostiene, alimenta y mantiene en la vida.

Un abrazo y ánimo con el principio de curso. Poco a poco.