Ellos dicen “sí” a la Vida Consagrada en tiempo de coronavirus

Albert Chic, César de Camps, Salvador Ferrandis y Marcos Caras han dado el paso de entrar a la vida religiosa en plena pandemia

De cara a la Jornada de la Vida Consagrada, que se celebra este 2 de febrero, un puñado de jóvenes comparten con Vida Nueva una experiencia muy especial: han consagrar su vida a Dios en plena pandemia. ¿Complicaciones? Muchas. ¿Oportunidades y aprendizajes? Aún más que en un tiempo normal…



Albert Chic Luján, a sus 24 años, es postulante de los Hermanos de La Salle en la Comunidad Betania, en Madrid. “Poco después de acabar la carrera universitaria –recuerda–, me embarqué en una experiencia de voluntariado en un programa de La Salle en Estados Unidos, en el instituto San Miguel de Tucson, en Arizona. Parte de la experiencia consistía en vivir en comunidad con los hermanos. Cambió mi vida, pues allí me enamoré de la misión y del estilo de vida. Aunque con muchas dudas de lo que sentía, me encontré a mí mismo y me sentí como en casa”.

Momento de escucha

Hace ahora un año, poco antes de la Navidad, “empecé a discernir con seriedad mi vocación como Hermano de La Salle; hubo retiros, encuentros, conversaciones… Visto en perspectiva, la distancia me ayudó a escucharme y a escucharle, sin tanto ruido de mi vida aquí en España”.

Aunque tenía la opción de quedarse en Arizona, decidió volver y empezar el postulantado a la vuelta. Entonces, “la pandemia llegó y, con ella, mucha incertidumbre”. Pero perseveró y hoy es feliz por el paso dado: “Fue duro, con muchos sentimientos y emociones que tenía que procesar, pero, a la vez, con ilusión y alegría por lo que estaba a punto de iniciar”. ¿La pandemia le condicionó en algún sentido? “No cambiaría nada”.

Escapar del aislamiento

Otro testimonio es el de César de Camps, ingeniero civil de 37 años que está haciendo en Madrid un año de prenoviciado con los dominicos como parte del proceso para ser admitido como fraile en la Orden de Predicadores. Llegado de su República Dominicana natal, donde tuvo un proceso previo de formación como laico dominico, reconoce que “mi experiencia vocacional en plena pandemia ha requerido mucha adaptación a los cambios. Los estudios los puedo seguir de forma presencial, pero otras actividades y encuentros fuera de casa han tenido que suspenderse o se hacen de manera telemática. Tener que pasar mucho tiempo en casa no me cuesta, pues soy introspectivo y dado al silencio y la lectura. Así que esta situación me ofrece más espacios para la oración”.

También agradece poder tener “más tiempo de vida comunitaria, con lo que tengo más trato con los frailes en casa. Lo malo es que se restringen los encuentros con otros miembros de la familia dominicana fuera de la comunidad”. Además, añora contar con un referente en su misma situación: “Al inicio del curso éramos dos prenovicios, pero solo continúo yo. Aunque me resulta edificante contrastar con las vivencias de los que van por delante. Para mí, el desafío está en no permitir que el confinamiento pueda degenerar en aislamiento o en una soledad acentuada”.

El ejemplo de santo Domingo

Un reto en el que apela a sus dones: “La soledad me permite agudizar los sentidos hacia la reflexión de la llamada. Me conecta a la experiencia vital de santo Domingo, el cual, dentro de su actividad, aun estando solo en tierras lejanas, no perdió de vista el sentido de la Providencia. Sin olvidar que, pese a no tener compañeros en la formación, he ganado un convento, una comunidad que me acoge y me va ayudando a descubrir el sentido de este estilo de vida”.

Partícipe de sus retos pastorales, siempre en la apuesta por la “creatividad”, César enfatiza que “estos tiempos imprevisibles implican una actitud evangélica de apertura hacia lo incierto. Un ejercicio del ‘Fiat’ en el que fundar y sostener mi vida consagrada”.

Otro modo de estar presentes

Una perspectiva inversa es la de Salvador Ferrandis, un valenciano que ha hecho el noviciado como misionero claretiano en Guatemala, donde acaba de profesar. A los dos meses y medio de llegar, le sorprendió la tormenta… “Las restricciones afectaron el desarrollo cotidiano de los apostolados semanales, las misas dominicales y las misiones rurales. De modo que buscamos la manera de vivir el Evangelio en comunidad, con más horas de oración, deporte, cocina, convivencia, creatividad, recogida de alimentos, conferencias, cursos, apostolado vocacional, ejercicios espirituales y misas online”.

Un caudal de respuestas que llenó su mochila misionera: “El Espíritu nos impidió quedarnos quietos o encerrados, aunque la realidad lo exigía. El Evangelio es entrega, incluso a la distancia virtual”. Fue así como, “casi sin conocer el país, Dios nos regaló el don de una comunidad y lo aprovechamos. No fue fácil, pero el Evangelio nos ayuda a vivir en y desde la caridad, en comunión con Dios, los hermanos y la creación. Nuestra misión siempre es ser luz en medio de la oscuridad. Y con esa esperanza hemos profesado”.

Lecciones en positivo

El más joven es el valenciano Marcos Caras, quien, con 18 años, empezó en septiembre el noviciado con los legionarios de Cristo en Madrid: “Mi experiencia en esta pandemia está siendo muy especial. El virus ha hecho que no hayamos podido realizar todas las actividades apostólicas y vocacionales que quisiéramos, pero esto tiene un trasfondo positivo. La situación es difícil, pero de todo siempre se saca algo bueno, y yo he podido profundizar más en mi vida de oración”.

“Me gusta mucho la lectura –detalla– y, ahora, he podido leer muchos libros espirituales, lo que ha potenciado mi vida interior. La esencia del noviciado es la oración y el discernimiento, y la pandemia me está dando una oportunidad que estoy aprovechando al máximo”.

Con todo, claro, “hay momentos difíciles. Me cuestan varias cosas, como la puntualidad, el latín o levantarme por la mañana, pero confío en que, con la ayuda de Jesús, podré superarlos. Ante todo, el sacerdote es hombre y siempre habrá cosas que le sean difíciles… Pero también hay momentos que me gustan y que son muy especiales en esta etapa de formación: los ratos de oración ante el Santísimo, el deporte, las buenas conversaciones con los hermanos, el conocer muy de cerca el carisma de la Legión y el Regnum Christi o los días en que salimos de apostolado a los colegios”.

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