Carmen Ros: “¡La vida consagrada tiene mucho que ofrecer a los jóvenes!”

  • La subsecretaria del dicasterio vaticano para la Vida Religiosa habla con Vida Nueva de su nombramiento, del papel de los consagrados en la Iglesia y del próximo Sínodo
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Carmen Ros, religiosa de Nuestra Señora de la Consolación y subsecretaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA)

La murciana Carmen Ros, religiosa de Nuestra Señora de la Consolación, es una de las mujeres con más influencia en el Vaticano después de que Francisco la nombrara el pasado febrero subsecretaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA), donde trabaja desde 1992. Ros asegura que los religiosos son “especialmente sensibles” a las llamadas del Papa para conseguir una Iglesia “en salida” y, por ello, tratan “por todos los medios y en la medida de nuestras posibilidades de romper la globalización de la indiferencia”.

PREGUNTA.- ¿Por qué cree que el Papa la eligió para el cargo?

RESPUESTA.- Los datos estadísticos explican bien por qué el Papa pensó en una religiosa para desempeñar el oficio de subsecretario. Las religiosas profesas constituyen una población de una cierta consistencia: en 2015 superaban en un 61% el número de sacerdotes. La Iglesia siente la necesidad de ampliar los espacios para una presencia femenina cada vez más incisiva, y el Papa da la razón, como cuando dice en ‘Evangelii gaudium’ que “se ha de garantizar la presencia de las mujeres en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales”. Soy la tercera religiosa que ejerce como subsecretario de la CIVCSVA.

P.- ¿Cuál es la principal aportación hoy de la vida consagrada a la Iglesia?

R.- Esta pregunta me da pie para expresar algo que en el dicasterio sentimos como verdadera necesidad: la vida consagrada tiene que ser presentada no solo en consideración de la propia funcionalidad en la Iglesia, sino, sobre todo, en relación a su significatividad. El don que el Espíritu Santo hace a la Iglesia mediante los carismas de la vida consagrada en sus múltiples expresiones requiere ser vivido en reciprocidad y no podemos dejar de subrayar, una vez más, la coesencialidad tanto del aspecto institucional como del carismático que concurren en la comunión en el Señor y en la tarea evangelizadora. Nuestra vida comporta una misión profética de profunda experiencia de Dios y de servicio a los hermanos.

Iglesia en salida

P.- ¿Y por lo que se refiere al actual contexto eclesial?

R.- Los consagrados somos especialmente sensibles a las llamadas del papa Francisco de “una Iglesia en salida, una Iglesia sensible al grito de las periferias existenciales”, que presentan tantos desafíos a nuestro testimonio y a nuestra misión, entre ellos el vencer la “indiferencia globalizada”.

P.- ¿Es Francisco un papa que conecta bien con la vida consagrada por ser jesuita?

R.- Ciertamente, conecta bien con la vida consagrada por ser él también un religioso, un jesuita, que además ha apostado por el nombre de un santo centrado en el Evangelio, como es Francisco de Asís. Su conexión con la vida consagrada es palpable en su palabra y en sus mensajes, que son siempre un estímulo que nace de su profundo sentido de pertenencia, y recuerda que nuestra fuerza nace de una vida consagrada “perfume de Evangelio”. Como religioso, entiende muy bien que la vida consagrada ha de mantener vivo el espíritu de “Iglesia Pueblo de Dios”, con mayor capacidad de discernimiento, más sinodal, más capaz de buscar las orientaciones de hoy.

P.- ¿Cuáles son los mayores riesgos y errores en los que cae la vida consagrada?

R.- La vida consagrada ayer, hoy y siempre ha de afrontar retos constantes que la llevan a poner el vino nuevo en odres nuevos, y a enraizarse aún más en lo esencial, el Evangelio. A veces constatamos, lamentablemente, la tentación de poner el vino nuevo en odres viejos, lo que conlleva que la formación pueda verse como un simple adoctrinamiento y no como proceso de transformación en Cristo; la vida de comunidad como una “observancia”, y no como lugar de formación y de encuentro interpersonal que nos abre a la trascendencia; las estructuras como instrumentos de poder, y no como cauces de vida al servicio de la persona, del carisma y de la misión; la autoridad ejercida como autoritarismo o como simplemente dejar hacer, y no como servicio evangélico y ejercicio de discernimiento; los votos reducidos a normas morales o jurídicas, y no signo de fidelidad ante las nuevas idolatrías, etc. Uno de los objetivos, tanto del Seminario como del Congreso que hemos tenido sobre la “consagración”, mira justamente a superar esquemas inapropiados tratando de comprender mejor nuestro hoy como consagrados.

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