Dana de Valencia
Los valencianos jamás olvidarán el 29 de octubre de 2024. Ese día, una Dana inundó bastantes de sus pueblos y causó 227 muertos. Pero muchísimas más vidas quedaron en el alambre desde entonces, pues se perdieron miles de casas, pequeños negocios, coches… Todo quedó sepultado por el barro durante semanas. Aunque, en plena oleada de desesperación, emergió otra muy luminosa, con una solidaridad a raudales llegada desde toda Valencia y el conjunto de España.
Jesús Corbí, vicario episcopal de la zona más afectada, organizó en plena crisis una respuesta ingente para algo que nunca imaginó que debería acometer. Sin tiempo para asimilarlo, se vio coordinando la ayuda desde Cáritas y las parroquias, mano a mano con sus sacerdotes, que “se embarraron y desembarraron”, dejándose la piel por sus vecinos.
Un año después, explica a Vida Nueva que el panorama sigue siendo más que complejo: “Depende de cada municipio, pero, aunque en muchos parezca que las calles y las casas ya están recuperadas, es solo algo exterior. Ha habido un lavado de cara, pero el interior de los hogares nos muestra otra realidad: ante la inmensa demanda y la falta de pintores, escayolistas o electricistas, hay muchas carencias que dificultan el día a día”.
Por no hablar de “los bajos y de las casas de una sola planta, estando buena parte en situación de abandono”. Algo muy triste (“muchos ancianos deben vivir ahora en residencias o con los hijos”), además de preocupante, pues conlleva “un problema de insalubridad”.
En cuanto a las infraestructuras, “poco a poco se va volviendo a la normalidad. Aunque, si bien funciona ya el metro, que tardó mucho en algunas zonas, hay puentes y otros elementos que siguen sin recuperarse”. Y es que, pese a las muchas ayudas prometidas, “la Administración responde a cuentagotas y hay un fuerte proceso de burocratización, por lo que faltan muchas por recibirse”.
Frente a ello trabaja la Iglesia, “que, sin duda, es la institución que más ha ayudado a la gente”. Como sabe de primera mano, “en Cáritas y las parroquias atendemos a todos los afectados por la Dana, sin mirar si antes tenían o no una situación de vulnerabilidad”. En ese sentido, “se ofrece apoyo económico para recuperar viviendas y el pequeño comercio”. En un innovador proyecto, “se presta dinero a quienes tengan un negocio para que puedan rehacerse. Lo único que pedimos es que, cuando pasen unos meses y vayan mejor, ellos también apoyen a otros pequeños negocios, en una onda expansiva”. Pese a todo, “muchos se ven obligados a cerrar definitivamente”.
A nivel global, Corbí lamenta cómo “hay mucha crispación social y un fuerte desencanto político. Los plenos municipales son muchas veces campos de batalla en los que algunos tratan de rentabilizar esta tensión y otros achacan su inacción a los demás, tratando de repartir las culpas”.
En lo humano y espiritual, las parroquias tratan de hacer frente a “tantas heridas abiertas” y se promueven en su seno de un modo especial los centros de escucha, incidiéndose “en este acompañamiento que va más allá de lo material y que también es fundamental”. Ahí son referentes “algunos voluntarios que aún siguen al pie del cañón”. Así, “hay estudiantes que estuvieron esas semanas y que, cada vez que tienen vacaciones, vuelven a seguir ayudando en todo lo que haga falta”. Además, “hay congregaciones que se volcaron con algún pueblo y que, a día de hoy, mantienen esa presencia”.
Es clave que “las parroquias sigan siendo espacios abiertos para aquel que lo pueda necesitar”. Pero “los cinco templos que resultaron más afectados hace un año siguen igual, y creo que, al sufrir daños estructurales, va para años que puedan volver a su estado previo. Otros han sufrido en cuanto al estado de su patrimonio artístico y también ahí hay que esperar, pues las maderas de los retablos mantienen humedad”. Además de que “la prioridad se ha puesto en el acompañamiento de las personas, siendo lo material secundario”.
Echando la vista atrás, el vicario aprecia cómo los sacerdotes, al haber sido ellos “tan afectados como los demás”, se han encarnado plenamente en su pueblo: “Muchos también han perdido su casa, su despacho parroquial… Y, pese a todo, como comprobé desde esas primeras horas tras la desgracia, su gran preocupación era tratar de saber cómo estaban sus fieles, especialmente los más vulnerables. Han quitado barro hasta el agotamiento, han enterrado a conocidos, han acompañado a sus familias, han ofrecido consuelo… Han estado ahí donde había sufrimiento, y para todos, no solo para los parroquianos”.
Una entrega que le ha configurado: “El testimonio de estos curas me ha impactado. Ese modo de dejarse la piel, esas lágrimas de las que he sido testigo, han fortalecido mi propia vocación”. Porque, pese a tanta oscuridad, ahí estaba Dios: “Me emociona recordar cómo visitábamos las parroquias y en muchas guardaban el Santísimo en habitaciones improvisadas. Parábamos un momento a rezar juntos y, en pleno caos, ese era de verdad un instante de paz y fraternidad”.
Lo mismo que sintió “ante el aluvión de voluntarios llegados de toda España, de cofradías, parroquias, colegios, movimientos… Sentí que era toda la Iglesia la que se volcaba con nosotros, en una entrega llena de caridad y amor”.
Fotos: Archidiócesis de Valencia.