Desde 1998, el 9 de agosto la Iglesia celebra a Santa Teresa Benedicta de la Cruz –Edith Stein–, virgen y mártir muerta en las cámaras de gas de Auchswitz, canonizada por el papa Juan Pablo II. “He estado siempre muy lejos de pensar que la misericordia de Dios se redujese a las fronteras de la Iglesia visible”, decía Edith Stein.
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Vida Nueva entrevistó a Ruth María Ramasco, licenciada y doctora en Filosofía por la Universidad Nacional de Tucumán, donde fue profesora titular en la cátedra de Historia de la Filosofía Medieval de la Facultad de Filosofía y Letras hasta diciembre de 2023 y directora del Departamento de Filosofía desde 2016 al 2021.
Asimismo, fue profesora en las Facultades de Ciencias Económicas y Educación Física, en la Universidad del Norte Sto. Tomás de Aquino, en la Universidad Católica de Santiago del Estero y en el Seminario Mayor de Tucumán. Es autora de seis libros: Cultura y Doctrina Social de la Iglesia (en coautoría con Gaspar Risco Fernández); Solo puedo el canto, libro de cuentos); “Y Uds., ¿quién dicen que soy yo?”; Seminaristas y clero diocesano del NOA argentino; Desobedece libro de poemas; Los llamo amigos (Jn. 15, 15) y Alocuciones al sacerdocio ministerial.
Pasión por la verdad
Pregunta.- ¿Quién fue Edith Stein, después santa Teresa Benedicta de la Cruz?
Respuesta.- Edith Stein fue una intelectual, de origen judío, nacida en un territorio que fue alemán en el tiempo de su vida y polaco después de la guerra. Abandonó progresivamente su fe judía, hasta experimentarse atea. Fue una apasionada por la filosofía, y, a través de ella, por la búsqueda de la verdad. Alumna de Husserl y atraída por la fenomenología, fue la primera doctora (mujer) en Filosofía de su universidad, pese a que no pudo enseñar en ella, por su misma condición de mujer. Su búsqueda apasionada de la verdad y el entorno de sus amigos la hizo encontrarse con Teresa de Jesús.
Su impronta fenomenológica le permitió acoger el texto de las Moradas como un profundo desafío para su inteligencia y su sentido de la verdad. Teresa, el testimonio de sus amigos y su propia y honda decisión de verdad fueron decisivos en su conversión al cristianismo. Ya cristiana, buscó aproximar la fenomenología y Tomás de Aquino, y de ello dan cuenta artículos y su traducción de las Cuestiones Disputadas Sobre la Verdad.
Fue también una ardiente defensora de la educación femenina y el derecho al voto de la mujer. Enseñó y escribió durante largos años. Entró luego al Carmelo, casa de su espíritu y de su último libro La ciencia de la cruz, un estudio sobre San Juan de la Cruz, santo con el cual también había coincidido en su atención a los enfermos durante la primera guerra. La persecución nazi la hizo abandonar el Carmelo de Colonia y pasar al de Echt, en Holanda. Fue allí detenida y deportada. Murió en las cámaras de gas de Auschwitz.
Juan Pablo II, cercano a ella por Polonia, por la experiencia de la guerra y por su vocación filosófica, destacó en Edith la íntima vinculación entre la verdad y el amor: el amor que ratifica la verdad, la verdad que lleva a la profundidad del amor. Ambos unidos en su vida como fecundidad misteriosa del árbol de la cruz. Al proponerla como santa y luego copatrona de Europa quiso “poner en el horizonte del viejo continente una bandera de respeto, tolerancia y acogida… más allá de las diferencias étnicas, culturales y religiosas”. Una bandera de fraternidad universal.
En el interior de la Iglesia
P.- ¿Cómo se encontró con esta santa tan contemporánea y por qué cree que aún no se la conoce lo suficiente?
R.-Me encontré con ella cuando era una joven egresada de la carrera de Filosofía en la Universidad Nacional de Tucumán. Había hecho mi tesina de licenciatura sobre San Juan de la Cruz y pertenecía a un grupo de estudio dedicado a las Cuestiones Disputadas Sobre la Verdad de Tomás de Aquino, en el que estuve desde los veinte hasta los cuarenta años. Casi todos éramos filósofos. El que dirigía el grupo, el licenciado Gaspar Risco Fernández, filósofo y teólogo por la Universidad de Salamanca y estudiaba para ser sacerdote. Había obtenido una beca para trabajar sobre Edith Stein en Alemania. Pero su padre enfermó antes de su ordenación y tuvo que volver a Tucumán. Se quedó aquí, se casó y se transformó en profesor de Historia de la Filosofía Medieval. Gaspar nos hizo conocer a Edith. El Carmelo también. Armamos un grupo de filósofas con la profesora Nellibe Bordón para estudiar su pensamiento sobre la mujer. Lo hicimos, pero nos decepcionaba la falta de textos-fuentes y no pudimos seguir.
A distancia de los acontecimientos, creo que me encontré con ella, porque el misterio de la amistad en el interior de la Iglesia trasciende el espacio, el tiempo y las culturas. Las vidas se tocan y se encuentran en esa extraña cercanía de los textos mil veces leídos y amados, en la cercanía de las búsquedas que jamás pudimos abandonar. No sabía de Edith cuando elegí filosofía, ni cuando abrí por primera vez Juan de la Cruz; tampoco cuando conocí a Tomás. A la inversa, fueron todos esos hilos, trenzados en mi propia vida, quienes la hicieron cercana. Y es el horror de la violencia actual en el mundo quien ha vuelto a ponerla en mi camino.
Creo que si no se la conoce es porque su perfil intelectual representa una enorme distancia para muchos y la racionalidad –con mayor razón si es la de una mujer– todavía posee muchas tenaces deslegitimaciones. O tal vez su martirio, tan cercano, aún nos estremece. Pero también es un problema de circulación de textos y de estudiosos y estudiosas dedicados a su obra. Las experiencias de santidad abren la historia, pero, a veces, son los acontecimientos de la historia quienes abren aquellas semillas plantadas por Dios para que podamos leer nuestro hoy.
El legado
P.- ¿Qué representan la figura, el legado y el martirio de santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, para las mujeres de hoy?
R.- La figura de Edith Stein nos hace volver a descubrir la universalidad del llamado de la vida de Dios hacia todo ser humano, sin fronteras de sexo, condición, formación, cultura o religión. Nos hace experimentar la potencia de la intimidad de Dios, que nos ausculta hasta lo más hondo y nos acompaña hasta lo más elevado. Legitima la identidad intelectual de la mujer, como posibilidad de su identidad personal, social y eclesial. Quita la fuerza de los prejuicios de nuestro mundo y nuestra época, pues frente a Dios somos libres, capaces de entender, capaces de decidir, capaces de obrar. Ningún prejuicio de las sociedades y de la historia son la verdad de nuestro ser. Su vida afirma también que la realidad cruel del martirio es compañía a los hombres en la experiencia siempre presente del sufrimiento y del mal padecidos, pero también amor que da testimonio del Amor.
P.- ¿Cuál sería el mensaje de Santa Teresa Benedicta de la Cruz a los jóvenes de hoy?
“Buscad y encontraréis”, (Mt. 7, 7). Hay que animarse a buscar aquello que puede colmar nuestra vida, sin miedo, sin impaciencia, con obstinación. El esfuerzo por la verdad –largo, difícil, sincero– no nos apartará de Aquel que es la Verdad. No importa tampoco cuán solitaria parezca nuestra búsqueda: encontraremos compañeros y compañeras de camino, aquellos a quienes Dios hace caminar en cercanía. Dios nos hará encontrarlos, para que lo busquemos juntos. Encontraremos el Amor que nos llama desde la eternidad, aunque ahora no sepamos bien cómo. Lo encontraremos, porque el Amor ha salido a buscarnos y se acerca ya.