Todo empezó con un relevo en la Vicaría Sur de la Arquidiócesis de Florencia, jurisdicción eclesiástica de Colombia conocida como la puerta de oro de la Amazonía. Corría el año 2003, el conflicto armado estaba en pleno apogeo, comenzaban las negociaciones entre paramilitares y Gobierno… Era una ‘zona caliente’, pero a Gricel Ximena Lombana no le importó, “nadie quería ir al Caquetá a hacer un taller. Yo lo asumí y fue una experiencia muy hermosa”.
Esas fueron sus primeras correrías en la Iglesia, con la que poco a poco fue reconciliándose hasta convertirse en la primera mujer que –a partir de enero de 2026– asumirá las riendas de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), en lugar del hermano marista Jõao Gutemberg. Una relación con la Iglesia nada fácil –confiesa a ‘Vida Nueva’–, porque desde muy niña tuvo que lidiar con los abusos de poder y hasta maltratos de las monjas del colegio donde estudió: “Es que he sido muy rebelde, muy librepensadora, podríamos decir”.
Fue fogueándose entonces con lideresas indígenas y campesinas, sacerdotes con olor a oveja y misioneros dispuestos a dar su vida. Por eso, la sinodalidad no la cogió por sorpresa. “Existe hace más de 36 años en los territorios del sur de Colombia, en las periferias de la gran Amazonía”, afirma desde su experiencia de 15 años en esta zona de conflicto.
PREGUNTA.- ¿En aquel 2003, entonces, volvió a Jesús y a la Iglesia?
RESPUESTA.- Exacto, concluido el taller, me dijeron que había la posibilidad de contratarme, que si me interesaría quedarme. Mi respuesta fue inmediata: dije sí. En febrero de 2004, comencé oficialmente hasta entrado 2020. Estuve trabajando en proyectos de desarrollo comunitario. Mi fuerte ha sido el trabajo con mujeres. En el último tramo de este servicio, me involucré en la defensa del agua frente a la petrolera Emerald Energy. Allí fue donde conocí a la REPAM.
Fue en 2015 cuando empezó el conflicto socioambiental, casi a las puertas de la firma de los acuerdos de paz con el Gobierno de Juan Manuel Santos. Estaba acompañando a las comunidades de Valparaíso. Entonces, la petrolera quería hacer exploraciones en el territorio, pero la comunidad quería seguir viviendo como campesinos. Además, habían sido desplazados por el paramilitarismo. Muchos de ellos eran líderes que nosotros habíamos formado y querían defender su derecho a la paz.
P.- ¿Tan tenso y peligroso fue aquel momento?
R.- Fue muy tenso, porque estábamos siendo criminalizados y teníamos miedo. Nos estaban presionando con que volvía el paramilitarismo o iban a militarizar la zona si no dejábamos entrar a la petrolera. Teníamos ya coletazos de lo que había sido el terror paramilitar, ya estaban instalados también los bandos medios de la guerrilla. Era una situación de orden público bastante compleja.
P.- Y en ese contexto conoce a la REPAM…
R.- Así es. La REPAM llegó con la oferta de la escuela de liderazgo para la promoción, defensa y exigibilidad de derechos. Tuve la fortuna de participar. En medio del conflicto, la escuela nos ayudó a abrir el horizonte, a descubrir que no estábamos solos, a darnos fundamentos de que había un sistema ONU, un sistema interamericano, de cómo se hace la exigibilidad de derechos desde la Doctrina Social de la Iglesia. Desde entonces, no me separé de la REPAM.
P.- Ahora, ya desde el otro lado, ¿cómo asume la responsabilidad de ser la primera mujer en dirigir la REPAM?
R.- Con mucha alegría y esperanza. Es un honor poder servir. Le debo tanto a la REPAM desde que fui líder en el territorio, como misionera, como agente de pastoral. Me toca retribuirla con creces. Incluso, tras renunciar en Caquetá, en 2020, me mantuve unida a la REPAM a través del núcleo de derechos humanos.
P.- ¿Cuáles serán sus acciones?
R.- Ha sido un proceso de transición de seis meses. A mí me dieron la noticia en noviembre de 2024. Precisamente, iba a Puyo (Ecuador) a la reunión del núcleo de derechos humanos y ahí me informan de que habían hecho un proceso de consulta interna en todas sus diferentes instancias y había sido elegida. No me lo esperaba. Una cosa es participar desde afuera, pero liderar los entresijos de esta gran red y sus diversidades es un gran reto. Son nueve países, cada uno con sus dinámicas, y dos núcleos prioritarios: derechos humanos y justicia socioambiental-buen vivir.
La gran tarea por ahora será generar espacios de diálogo con los diferentes equipos para seguir dando continuidad a una Iglesia con rostro amazónico y, por supuesto, afianzar la mirada de conjunto que nos permita acompañar la lucha de nuestros pueblos y la relación con otras redes eclesiales hermanas, como la Red Eclesial Ecológica Mesoamericana (REMAM) y la Red Eclesial del Gran Chaco y Acuífero Guaraní (REGCHAG). También tender puentes con redes territoriales similares de África y Asia.