“Estamos afrontando un cambio desde una perspectiva totalmente distinta, donde la corresponsabilidad de las hermanas es fundamental: son copartícipes y responsables desde el encuentro”. Son las primeras palabras que nacen de María Dolores, abadesa del monasterio de la Purísima Concepción de Osuna (Sevilla), de las madres concepcionistas, cuando se le pregunta por la transformación en materia de liderazgo. Una renovación que emana de las reformas específicas promovidas por Francisco para la vida contemplativa a través de la constitución Vultum Dei Quarere y de la instrucción Cor Orans.



Esta madrileña, que lleva más de tres décadas en tierras andaluzas, forma parte del proyecto Vida Contemplativa en Sinodalidad (VCens), una red en la que están integrados más de 200 monasterios españoles que aterrizan en la vida monástica estos desafíos. Ahí se enmarca el Proceso de Acompañamiento y Discernimiento Intermonástico (ADI), un programa que busca promover relaciones fraternas y sanas, además de abordar el servicio de ser superiora hoy.

“Tenemos que intentar caminar y crear ese liderazgo desde la comunión, desde el amor, desde el compartir, desde el saber que caminamos juntos y que la comunidad es de todas y para todas, Se intenta conocerlas, escucharlas y así respetarlas para amarlas”, explica María Dolores a ‘Vida Nueva’ en uno de los recesos de las primeras jornadas de Liderazgo de Discernimiento Eclesial (LiDE), celebradas este mes en Madrid. La respalda Cristina, carmelita descalza del convento navarro de Donamaría: “Es un giro de 180 grados porque es una llamada a ejercer un liderazgo desde la humildad, atenta a las necesidades de las demás, para aportar agua buena a ese río de la vida contemplativa”.

Esta misma visión la comparte Teresa Benedicta, también carmelita descalza, pero del monasterio guipuzcoano de Hondarribia: “Es un proceso que ya ha empezado la vida contemplativa, poco a poco, pero constante y sin perder el rumbo”.

Volver a las fuentes

Como recalca esta última, “en muchas ocasiones hablamos de la necesidad de volver a las fuentes, a nuestra esencia. Eso nos lleva directamente a esa Iglesia primitiva que era profundamente sinodal, como nos lo demuestran los primeros discípulos y lo recoge el Concilio de Jerusalén”.

Por eso, la abadesa concepcionista sostiene que la superiora “no es ni mucho menos la que más manda, sino que es la que está llamada a ser la que más sirve, la que escucha, la que camina al lado. Ha cambiado completamente la figura”. Ahora, incluso, “es la más mandada. Hay que buscar el equilibro”, bromea Cristina. Eso sí, mientras alerta del riesgo de irnos al extremo contrario en materia de autoridad. “La superiora no es alguien que está por encima de los demás, sino la que camina por delante, al lado y por detrás para que ninguna se quede rezagada”, describe Teresa Benedicta.

Teresa Benedicta, María Dolores y Cristina

En este sentido, las tres apuntan que, en no pocas ocasiones, la abadesa o la priora carga con una excesiva cruz en solitario. “Es verdad que hay momentos de soledad, en tanto que hay decisiones últimas que las has de asumir tú”, remarca María Dolores, que tiene un proceder infalible en el momento de mayor oscuridad: “Solo tienes que ir al sagrario, ponerte delante de Dios y que sea Él quien te ayude a tomar la decisión”. Eso sí, “Dios es el que acompaña y susurra en ese silencio, pero también tengo la experiencia de que es el que me pone gente en el camino para ir solventando determinadas situaciones, estando a la escucha de los acontecimientos, de otras hermanas, de ojos externos…”.

No saber qué hacer

Cristina apunta la necesidad de distinguir el aislamiento no deseado de la soledad que ayuda el discernimiento: “Cualquier persona que asume una responsabilidad necesita de esos tiempos de silencio y quietud para meditar, para analizar, para orar todas aquellas decisiones que está llamada a tomar. Jesús se retiraba cada vez que tenía que dar un paso, aunque, como en el Monte de los Olivos, se den circunstancias complejas que te lleven a llorar”.

“Tenemos un antes y un después de la experiencia comunitaria vivida en ADI”, enfatiza al respecto Teresa Benedicta, porque reconoce que le ha permitido a su superiora mostrarse sin filtros ante las dificultades: “Recuerdo el día que llegó a nosotras y nos dijo que, ante un determinado problema, no sabía qué hacer. Esta transparencia a la hora de compartir no la debilitó en su papel, sino que la reforzó porque se vio arropada por todas nosotras y juntas buscamos las alternativas en una dinámica comunitaria realmente sana”.

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