En la mañana de este miércoles 25 de junio, la Basílica de San Pedro ha acogido, dentro del Jubileo de los Obispos, una eucaristía celebrada por el papa León XIV. Ante miles de prelados llegados de todo el mundo, Prevost ha destacado que, “cada uno de ustedes, como también yo, antes de ser pastores, ¡somos ovejas del rebaño del Señor!”.
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De ahí que, como todos los peregrinos, en este Jubileo, los pastores “estamos invitados a atravesar la Puerta Santa, símbolo de Cristo Salvador”. Así, “para guiar a la Iglesia, confiada a nuestros cuidados, debemos dejarnos renovar profundamente por Él, el Buen Pastor”, y “conformarnos plenamente a su corazón y a su misterio de amor”.
‘Spes non confundit’
En este punto, como es habitual en él, León XIV ha tenido un recuerdo para su predecesor: “‘Spes non confundit’, ‘la esperanza no defrauda’ (Rm 5,5). ¡Cuántas veces el papa Francisco repitió estas palabras de san Pablo! Se habían convertido en su lema, hasta el punto de que las escogió como íncipit de la bula de convocatoria de este Año Jubilar”.
En este sentido, “nosotros, los obispos, somos los primeros herederos de esta consigna, y debemos custodiarla y trasmitirla al Pueblo de Dios, con la palabra y el testimonio. A veces, anunciar que la esperanza no defrauda significa ir a contracorriente, incluso contra la evidencia de situaciones dolorosas que parecen no tener salida. Pero es precisamente en esos momentos cuando mejor se manifiesta que nuestra fe y nuestra esperanza no provienen de nosotros mismos, sino de Dios”.
Pero ahí, citando la bula ‘Spes non confundit’, “si somos verdaderamente cercanos, solidarios con quienes sufren, el Espíritu Santo puede reavivar en los corazones la llama que ya casi se había apagado”. Cuando esto sucede, efectivamente, “el pastor es testigo de esperanza con el ejemplo de una vida firmemente anclada en Dios y totalmente dedicada al servicio de la Iglesia”.
Una conexión profunda
Y esto ocurre “en la medida en que se identifica con Cristo en su vida personal y en su ministerio apostólico”. Una conexión profunda en la que “el Espíritu del Señor da forma a su manera de pensar, a sus sentimientos, a sus comportamientos”.
A la hora de señalar “algunos rasgos que caracterizan este testimonio” episcopal, el Papa ha reiterado que “el obispo es, ante todo, el principio visible de unidad en la Iglesia particular que le ha sido confiada. Su tarea es velar para que ella se edifique en la comunión entre todos sus miembros y con la Iglesia universal, valorizando la contribución de los diversos dones y ministerios para el crecimiento común y la difusión del Evangelio”.
“En este servicio, como en toda su misión”, el pastor “cuenta con una gracia divina especial que le fue conferida en la ordenación episcopal: ella lo sostiene como maestro de la fe, como santificador y guía espiritual; anima su dedicación al Reino de Dios, para la salvación eterna de las personas, para transformar la historia con la fuerza del Evangelio”.
Dócil a la acción del Espíritu Santo
Otro rasgo del obispo es el que lo presenta “como hombre de vida teologal. Lo que equivale a decir: hombre plenamente dócil a la acción del Espíritu Santo, que suscita en él la fe, la esperanza y la caridad y las alimenta, como la llama del fuego, en las diferentes situaciones existenciales”.
En consecuencia, es un “hombre de fe”, como lo fueran “Abel” o “Moisés”, quien “intercede por el pueblo ante Dios”. Así, como él, “el obispo en su Iglesia es el intercesor, porque el Espíritu mantiene viva en su corazón la llama de la fe”. Lo que le lleva también a ser un “hombre de esperanza”.
“Especialmente cuando el camino del pueblo se hace más difícil”, el obispo, “por virtud teologal, ayuda a no desesperar; no con las palabras, sino con la cercanía. Cuando las familias llevan cargas excesivas y las instituciones públicas no las sostienen adecuadamente; cuando los jóvenes están decepcionados y hartos de mensajes falsos; cuando los ancianos y las personas con discapacidades graves se sienten abandonados, el obispo está cerca y no ofrece recetas, sino la experiencia de comunidades que tratan de vivir el Evangelio con sencillez y compartiendo con generosidad”. Y, de esta manera, “su fe y su esperanza se funden en él como hombre de caridad pastoral”.
Identidad agustiniana
Apelando a su honda identidad agustiniana, Prevost ha enfatizado que “toda la vida del obispo, todo su ministerio, tan diverso y multiforme, encuentra su unidad en lo que san Agustín llama ‘amoris officium’. Aquí se expresa y se manifiesta al máximo grado su existencia teologal. En la predicación, en las visitas a las comunidades, en la escucha a los presbíteros y a los diáconos, en las decisiones administrativas, todo está animado y motivado por la caridad de Jesucristo Pastor”.
Alimentado por la “gracia”, que a su vez se nutre “diariamente en la Eucaristía y en la oración”, el obispo “da ejemplo de amor fraternal hacia su coadjutor o auxiliar, hacia el obispo emérito y los obispos de las diócesis vecinas, hacia sus colaboradores más cercanos, como también hacia los sacerdotes en dificultades o enfermos. Su corazón es abierto y accesible, y así es también su casa”.
A continuación, el Pontífice ha valorado “otras virtudes indispensables” en un prelado, como son “la prudencia pastoral, la pobreza, la perfecta continencia en el celibato y las virtudes humanas”. En cuanto a la primera, “es la sabiduría práctica que guía al obispo en sus decisiones, en el gobierno, en las relaciones con los fieles y con sus asociaciones. Una clara señal de prudencia es el ejercicio del diálogo como estilo y método en las relaciones, y también en la presidencia de los organismos de participación, es decir, en la gestión de la sinodalidad en la Iglesia particular”.
Apuesta por la sinodalidad
Un ámbito en el que el “Francisco nos ha hecho dar un gran paso adelante, insistiendo, con sabiduría pedagógica, en la sinodalidad como dimensión de la vida de la Iglesia. La prudencia pastoral permite al obispo guiar a la comunidad diocesana valorizando sus tradiciones y promoviendo nuevos caminos y nuevas iniciativas”.
En cuanto a la pobreza evangélica, el obispo debe tener “un estilo sencillo, sobrio y generoso, digno y al mismo tiempo adecuado a las condiciones de la mayoría de su pueblo. Las personas pobres deben encontrar en él un padre y un hermano, sin sentirse incómodas al encontrarse con él o al entrar en su casa”. En consecuencia, “está personalmente desapegado de las riquezas y no cede a favoritismos basados en estas o en otras formas de poder”.
Al igual que experimenta que “otra forma de pobreza” es “el celibato y la virginidad por el Reino de los Cielos”. De modo que “no se trata solo de ser célibe, sino de practicar la castidad del corazón y de la conducta y, de este modo, vivir el seguimiento de Cristo, para poder manifestar a todos la verdadera imagen de la Iglesia, que es santa y casta”.
Contra los abusos
Finalmente, el obispo “deberá ser firme y decidido al afrontar las situaciones que puedan provocar escándalo, así como cualquier caso de abuso, especialmente contra menores, ateniéndose a las disposiciones vigentes”. Y es que el pastor “está llamado” a cultivar “la lealtad, la sinceridad, la magnanimidad, la apertura de mente y de corazón, la capacidad de alegrarse con los que se alegran y sufrir con los que sufren; y también el dominio de sí mismo, la delicadeza, la paciencia, la discreción, una gran propensión a escuchar y al diálogo, la disponibilidad al servicio”.
Así son los “hombres de comunión”, dispuestos en todo momento “a promover siempre la unidad en el presbiterio diocesano y que cada sacerdote, sin excepción, pueda experimentar la paternidad, la fraternidad y la amistad del obispo”.