“Queridos hermanos y hermanas, es hermoso estar con Jesús”. Con estas palabras ha comenzado este domingo su homilía en la basílica de San Juan de Letrán el papa León XIV, en la eucaristía celebrada con motivo del Corpus Christi. Así, el Papa ha reflexionado acerca del evangelio de hoy, que narra el milagro de los panes y los peces.
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“La compasión de Jesús por quienes sufren manifiesta la amorosa cercanía de Dios, que viene al mundo para salvarnos. Cuando Dios reina, el hombre es liberado de todo mal”, ha subrayado. “Sin embargo, incluso para aquellos que reciben la buena nueva de Jesús, llega la hora de la prueba”.
“En aquel lugar desierto, donde las multitudes han escuchado al Maestro, cae la tarde y no hay nada para comer”, ha subrayado, reflejando que “el hambre del pueblo y la puesta del sol son signos de un límite que se cierne sobre el mundo, sobre cada criatura: el día termina, al igual que la vida de los hombres. Es en esta hora, en el tiempo de la indigencia y de las sombras, cuando Jesús permanece entre nosotros”.
“Justo cuando el sol se pone y el hambre crece, mientras los propios apóstoles piden despedir a la gente, Cristo nos sorprende con su misericordia”, ha aseverado el Papa. “Él tiene compasión del pueblo hambriento e invita a sus discípulos a que se ocupen de él, porque el hambre no es una necesidad que no tenga que ver con el anuncio del Reino y el testimonio de la salvación”. “Al contrario”, ha matizado, “esta hambre está vinculada con nuestra relación con Dios”.
Saciados por la Eucaristía
En el momento del milagro, “los gestos del Señor no inauguran un complejo ritual mágico, sino que manifiestan con sencillez el agradecimiento hacia el Padre, la oración filial de Cristo y la comunión fraterna que sostiene el Espíritu Santo”. Por eso, “para multiplicar los panes y los peces, Jesús divide los que hay: sólo así hay suficiente para todos, es más, sobran”.
“Hoy, en lugar de las multitudes que aparecen en el Evangelio, hay pueblos enteros humillados por la codicia ajena aún más que por el hambre misma”, ha lamentado León XIV. “Ante la miseria de muchos, la acumulación de unos pocos es signo de una soberbia indiferente, que produce dolor e injusticia. En lugar de compartir, la opulencia desperdicia los frutos de la tierra y del trabajo del hombre”.
Por todo ello, “Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna”. Y es que, “ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios. Nuestra naturaleza hambrienta lleva la marca de una indigencia que es saciada por la gracia de la Eucaristía”.