León XIV es Papa desde su aceptación el pasado 8 de mayo, sin embargo, la plaza de San Pedro ha acogido este domingo la misa oficial de inicio de su ministerio como obispo de Roma, que sustituye a los antiguos ritos de coronación. En esta celebración el nuevo romano pontífice ha orado junto a la tumba de Pedro en las grutas vaticanas o recibido el anillo del pescador. Abtes, el Papa recorrió en papamóvil la Vía de la Conciliación y la Plaza para saludar a los miles de fieles presentes en la liturgia.
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Representantes civiles y religiosos
A esta celebración solemne han acudido representantes diplomáticos de todo el mundo. Las delegaciones principales han sido las de Italia –con el presidente Sergio Mattarella a la cabeza–, Perú –con la presidenta Dina Boluarte encabezando el cortejo– y los Estados Unidos –encabezados por el presidente James D. Vance–. También se han sumado más de 150 delegaciones como la española con los reyes de España Felipe VI y Letizia, que ha hecho uso de su privilegio de ir con mantilla blanca; la ucraniana encabezada por el presidente Volodymyr Zelensky; la Comisión Europea con Ursula Von der Leyen; el presidente de gobierno francés Francois Bayrou; o el príncipe Eduardo representando al Reino Unido. También han acudido a Roma, el presidente de Israel, Isaac Herzog; los reyes Felipe y Matilde de Bélgica; el canciller alemán Friedrich Merz; el primer ministro canadiense Mark Carney… así como los ministros españoles María Jesús Montero y Félix Bolaños.
En cuanto a representantes de las religiones el rabino de Roma, Riccardo Di Segni ha encabezado la nutrida participación de los judíos que han acudido de diversas entidades italianas, de Estados Unidos y de Jerusalén. Han participado patriarcas ortodoxos como Bartolomé de Constantinopla y representantes de las diferentes Iglesias orientales no católicas, desde la Iglesia copta o armenia hasta grupos de anglicanos y luteranos, metodistas, pentecostales, cuáqueros y hasta el Ejército de Salvación.
Un corazón inquieto
Uno de los momentos más esperados es la homilía, que el Papa ha pronunciado sentado tras recibir todas las insignias litúrgicas que empleará como pontífice. León XIV comenzó sus palabras con el arranque del libro de las ‘Confesiones’ de san Agustín: “Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, para describir la “intensidad” que ha vivido desde la despedida del papa Francisco y su elección. Rememorando el cónclave, apuntó que los cardenales “llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy”.
“Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a vosotros como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia”. Y es que, a partir del evangelio, señaló que las “dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro” son el “amor y unidad”. Una misión que es la de “no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios”. Algo que Pedro cumple tras experimentar “en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación”. Para el Papa, “el ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”.
Servir a la fe de los hermanos
Una Iglesia, prosiguió, asentada sobre Cristo y en la que “Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas; por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos”, señaló a partir de la segunda lectura proclamada y acudiendo a los sermones de san Agustín: “Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia”.
Por ello, reclamó: “Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”. Y es que, denunció, “vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad”. “Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno”, clamó acudiendo a su lema espiscopal y papal.
Para León XIV “esta es el camino que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz”. Un “espíritu misionero”, prosiguió que “debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo”. Porque, reclamó: “¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo”, añadió recuriiendo a la encíclica ‘Rerum novarum’.
Así, concluyó, “con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad. Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros”.