Desde la muerte del papa Francisco no ha concedido entrevistas. Tampoco se le ha visto accediendo por la puerta del Santo Oficio, donde cada día los periodistas y fotógrafos esperan captar imágenes de los papables a su entrada o salida de las congregaciones generales. Sin embargo, sobre sus hombros ha recaído el peso de preparar el cónclave, así como de seguir funcionando como ‘primer ministro’ del Estado de la Ciudad del Vaticano. El de Pietro Parolin es un perfil discreto, pero importante. Es, también, uno de los principales nombres que todas las quinielas dan como ‘papable’. Pero todo ello no le ha librado del vendaval de rumores, especulaciones y noticias falsas que, durante estas dos semanas, han intentado erosionar su imagen y su candidatura.
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Y es que, a sus 70 años y oriundo de un pequeño pueblo del Véneto, Parolin posee un currículum que suscita respeto y recelo en partes iguales, tanto entre los sectores más conservadores como entre los progresistas del colegio cardenalicio. Durante el pontificado de Francisco ha sido una figura clave: su ejecutor diplomático y representante en aquellos territorios donde el Papa no pudo ir en persona, ya fuera por razones de salud o porque la situación exigía una presencia más institucional que pastoral.
Así, entre sus logros –éxito para unos, “traición” para otros– se encuentra el polémico acuerdo con China. Su actuación ha sido clave también en la mediación de conflictos como los de Ucrania o Gaza, ya que contaba con la experiencia para ello: diplomático de carrera, Parolin ha sido nuncio en Venezuela y ha estado destinado en Nigeria y México. Es, asimismo, experto en la delicada geopolítica asiática, y bajo su gestión se han reforzado los vínculos con Vietnam y se han hecho intentos de desescalar tensiones en Oriente Medio.
Ahora, cuando muchos le dan como ‘sucesor natural’ de Francisco, las críticas no han tardado en surgir. “Su gestión como secretario de Estado no ha estado a la altura. Parolin es competente, sí, pero no tiene el tipo de autoridad que se espera en un Papa”, aseguró sin ambages el cardenal francés Philippe Barbarin en una entrevista reciente, descartándolo como futuro líder de la Iglesia.
¿Falta de liderazgo?
Y no ha sido la única crítica. El pasado jueves, el portal ultraconservador CatholicVote.org difundió una noticia falsa según la cual Parolin se habría desmayado al término de una sesión de la Congregación General, citando un supuesto “episodio de hipertensión”. A diferencia de su habitual política de silencio frente a rumores, el Vaticano salió al paso con contundencia. “No, eso no es cierto”, afirmó tajante el portavoz Matteo Bruni, aclarando que “no ha habido ninguna intervención médica ni de enfermería”.
Asimismo, Parolin ha estado en el centro de otra tormenta: el intento de exclusión del cónclave del cardenal Angelo Becciu, apartado por el propio Francisco tras ser condenado por malversación. Fue Parolin quien se enfrentó cara a cara con el purpurado sardo para entregarle personalmente dos cartas firmadas con la “F” del Papa y explicarle por qué no podía participar en la elección del nuevo pontífice. Finalmente, tras resistirse, Becciu se retiró.
Pero los desafíos para Parolin no terminaron ahí. El domingo 27 de enero, un día después del funeral del Papa, presidió la primera misa de los novendiales, celebrada en la plaza de San Pedro coincidiendo con el jubileo de los adolescentes. Ante más de 200.000 personas —y bajo la atenta mirada de sus compañeros de cónclave—, pronunció una homilía sobria en la que ensalzó el legado de misericordia de Francisco. “Fue preciso en sus palabras, pero su timidez le impidió levantar la mirada del papel durante buena parte de la liturgia”, lamenta uno de los cardenales presentes. “Era una oportunidad para conectar con los jóvenes, quizá con un gesto espontáneo, una palabra en varios idiomas… pero se quedó corto. Faltó carisma, faltó liderazgo”.