Domingo 27 de abril por la mañana. Han pasado 24 horas de la misa exequial por Francisco. La riada de peregrinos en Santa María la Mayor para pasar ante su tumba crece por momentos. Solo un hombre permanece al otro lado del cordón de seguridad. De pie. Cabizbajo. En silencio. Mirando la lápida. Orando. Durante casi una hora. Solo él. Con su discreción habitual, Gregorio Rosa Chávez buscó un rato en el que nadie (o casi nadie) pudiera reconocerle. Ahí, a los pies de quien le rescató del olvido vaticano. A él… y a san Óscar Romero. A la salida del templo, un diálogo abierto.
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PREGUNTA.- ¿Pudo velarle como merece?
RESPUESTA.- Pude rezar ante su cuerpo durante una hora en San Pedro. De mi oración brota un interrogante muy intenso sobre la Iglesia que tenemos, la que soñó Francisco y cómo responder a los desafíos del mundo de hoy. Sobre todo, tras esa imagen de Trump con Zelenski antes de la misa. El Papa apretó para que esa paz llegara y, justo después de morir, se produce el encuentro. No podemos olvidar que su breve testamento acaba señalando que ofrece su sufrimiento y su dolor en favor de la paz. Desde su tumba nos dice que la reconciliación y la misericordia son el camino para que el mundo tenga futuro.
P.- ¿Qué le ha dicho hoy al Papa?
R.- He venido a darle las gracias por tanto… por un ministerio extraordinario; a decirle que lo que nos ha dado, no lo vayamos a perder. Su apuesta por lo social va a tener futuro. Es clarísimo el camino que nos marcó, sus utopías para la Iglesia y el mundo. Quienes hemos visto en él un verdadero discípulo de Jesucristo, ahora nos toca poner en práctica su entrega. Su nombre era un programa. Decir Francisco es decir pobres, paz, cuidado de la Casa de todos… Sin los pobres, la paz y la ecología integral, no tenemos futuro. Ahora todos estamos llamados a continuar su testimonio de coherencia, justicia, fraternidad, reconciliación y solidaridad con estos olvidados. A los jóvenes les pidió no ser conformistas, “hacer lío”, ir a contracorriente, que se note que han encontrado la verdadera felicidad en Jesucristo y su Evangelio. ¡Menuda tarea tenemos si de verdad queremos tomarnos en serio su legado!
Nada de barreras
P.- Ha compartido muchos momentos de tú a tú con el Papa…
R.- Era un hombre de muy buen humor y memoria prodigiosa, profundamente humano, libre, solidario… De contacto fácil, nada de barreras, con una calidez en el trato que no he conocido a nadie igual. A esto hay que unir su hondura en la oración, en el sentir el Evangelio y en su experiencia de Jesucristo, con una fe profundamente mariana. Auténtico y coherente. Lo que decía era lo que vivía.
P.- ¿Está con Romero en el cielo?
R.- Sin duda. ¡Están en muy buena compañía los dos! Cuando alguien le preguntó en Aparecida, en 2007, por Óscar Romero, él respondió: “Es un santo y un mártir. Si yo fuera Papa, ya lo habría canonizado”. Lo cumplió en cuanto llegó al Vaticano y estaba contentísimo de haberlo hecho. El día de la canonización llevaba puesto el cíngulo lleno de sangre del santo, que le traje de El Salvador. Pero Francisco fue más allá. Era impensable que yo, como obispo auxiliar, pudiera ser creado cardenal, él rompió las normas. Pensé que era una broma, una inocentada. En Roma, revistiéndome para la ceremonia, escuché a un cardenal decirle a otro con desdén: “Este Papa hace cosas extrañas, crea cardenal a un auxiliar, que además es párroco”. Fue su homenaje a Romero a través de alguien que estuvo cerca de él.
Sintonía con su legado
P.- ¿Cómo se presenta el cónclave?
R.- Veo una gran sintonía con el legado del papa Francisco.
P.- No entrar en la Capilla Sixtina, ¿le alivia o le da envidia?
R.- Hoy me toca estar fuera, rezando, observando y soñando un mundo diferente como lo planteó Francisco.
P.- ¿Otro papa latinoamericano?
R.- No tengo esa respuesta…