El papa Francisco ha seguido desde su residencia en el Vaticano –y no es la primera vez– el Via Crucis del Viernes Santo en el Coliseo de Roma de este año. Sin embargo, ha estado muy presente ya que ha sido el autor de las meditaciones que han orientado el itinerario en el que ha estado representado por el vicario general para la diócesis de Roma, el cardenal Baldo Reina. Además del cardenal, han portado la cruz unos jóvenes, personal de Cáritas, una familia, religiosos, personal de pastoral de la salud, unas viudas consagradas, confesores, unos educadores, personas con discapacidad, voluntarios del Jubileo y algunos migrantes –estos precisamente en la estación más significativa, la de la muerte de Jesús–.
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Los caminos de la vida
En sus meditaciones, el Papa trae ante el Crucificado algunas de las preocupaciones de su pontificado, situaciones de dolor en las que aparece el amor de Dios, la reconciliación y la salvación. Así, para Francisco, en el camino de la Cruz se expresa la encarnación de Dios hasta las últimas consecuencias y que muestra como ese Jesús “clavado” hace que su “cruz derriba muros, cancela deudas, anula juicios, establece la reconciliación”. Un Cristo desnudo que, este Viernes Santo, se revela “íntimo incluso con los que le destruyen” y mira a todos, incluso a sus enemigos, “como personas queridas que el Padre” le ha confiado, como quien quiere salvar “a todos, a todos, a todos”.
Ante la cruz, el Papa invita a abrirse a “la economía de Dios” que “no mata, no descarta, no aplasta. Es humilde, fiel a la tierra” y “no destruye, sino que cultiva, repara, custodia”, como Jesús proclamó en las Bienaventuranzas. Frente a las economías humanas “de cálculos y algoritmos, de lógica fría e intereses implacables”, Jesús pide que estar abiertos al Espíritu “que es Señor y da la vida”. Para el Papa, señala en la introducción, el camino de la cruz “pasa por nuestras calles de todos los días” y “nosotros, Señor, por lo general vamos en dirección opuesta a la tuya.Precisamente de ese modopuede ocurrir que nos encontremos con tu rostro, que nos crucemos con tu mirada. Nosotros avanzamos como siempre y tú vienes hacia nosotros. Tus ojos nos leen el corazón. Entonces dudamos si continuar como si nada hubiera sucedido. Podemos darnos la vuelta, mirarte, seguirte. Podemos identificarnos con tu camino e intuir que es mejor cambiar de dirección. Por ello, reivindicó, “el Vía Crucis es la oración de los que se mueven. Interrumpe nuestros caminos habituales”. Así, tras el paso de Jesús “todo vuelve a florecer: una ciudad dividida en facciones y desgarrada por los conflictos avanza hacia la reconciliación; una religiosidad marchita redescubre la fecundidad de las promesas de Dios”.