Eloy Bueno: “La igual dignidad de cada bautizado significa que puede arrogarse la eclesialidad con pleno derecho”

Eloy Moreno de la Fuente, en el Congreso Nacional de Vocaciones

“La igualdad fundamental, y por ello la igual dignidad, de todos los bautizados”.  Con contundencia, esta mañana Eloy Bueno de la Fuente, el teólogo burgalés y experto de la Comisión Teológica del reciente Sínodo de la Sinodalidad, ahondaba en el papel de los católicos hoy en la Iglesia, sean sacerdotes, religiosos o laicos, en el marco del Congreso Nacional de Vocaciones que se celebra desde ayer y hasta mañana en el Madrid Arena.



El catedrático de la Facultad de Teología del Norte fue uno de los cuatro ponentes principales que iluminaron a los más de 3.000 participantes de este foro que busca ser una puesta a punto de la Iglesia española en su misión evangelizadora. Centrada en la importancia de la comunidad, el investigador.

Siempre unidas

“Vocación y comunidad por tanto van siempre unidas, porque se exigen y se necesitan recíprocamente”, planteó como premisa, subrayando que “la Iglesia en lo concreto debe vivirse y manifestarse como un nosotros”. “Ello no sería posible si cada bautizado, o cada grupo, actuara de modo aislado”, comentó justo después el pensador.

Bueno se adentró en la que presentó como una “enfermedad”: “la distancia que muchos establecen entre la experiencia subjetiva de creyente y la realidad objetiva del nosotros eclesial”, que lleva a contraponer “la realidad de la persona creyente y la Iglesia en su conjunto, con lo cual la eclesialidad queda reducida a algo vago e impreciso,  al cumplimiento de determinadas normas o prácticas o a la satisfacción que otorga la pertenencia a un grupo afectivo”.

Disonancia manifiesta

Para él, esta disonancia provoca que la Iglesia se vea solo como “una  organización institucional, como  una estructura sacramental, como un sistema  doctrinal o moral, encarnado en algunas personas que ejercen un ministerio: obispos y sacerdotes”.

Con este punto de partida, defendió que “la Iglesia es vocación, es una comunidad de llamados, de vocacionados”. “Sin este dinamismo de la vocación no habría ni Iglesia ni cristianos”, sentenció.

No dudó en apreciar como “un auténtico giro copernicano” al planteamiento eclesiológico del Concilio Vaticano II,  que supera una visión “triunfalista, eclesiocéntrica y clerical” para abordar la Iglesia como “Pueblo de Dios, integrado por una multitud de miembros, los bautizados, renovados por la acción del Espíritu”.

El bautismo vivo

A la par, también aclaro que ser cristiano “no es un hecho meramente biológico o natural en virtud del nacimiento”. Por eso reivindicó el bautismo, no como algo que “pertenece al pasado de cada cristiano, sino la base (y el contenido) de toda la vida cristiana”.

Asistentes al Congreso Nacional de Vocaciones

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Y fue más allá: “La igual dignidad de todos los bautizados significa que cada uno de ellos puede arrogarse la eclesialidad con pleno derecho”. Su reflexión le llevó a asegurar que “en cuanto hijos del Padre y miembros de la misma familia, la jerarquía no puede ser entendida o practicada conforme a los modelos mundanos, es decir, la Iglesia no es una pirámide, dado que todo en ella es servicio; en todo caso habría que hablar de pirámide invertida, como dirá Francisco”. “Así se supera la tentación del clericalismo”, sentenció.

Don del Espíritu

Por ello, planteó que “todos los bautizados son co-responsables de la misión de la Iglesia”. “Ningún bautizado podrá retraerse o distanciarse de la Iglesia y su misión”, sostuvo en la conferencia. “Ciertamente se trata de una responsabilidad diferenciada, porque la Iglesia no es una masa indiferenciada o anárquica, expuesta al capricho o a la arbitrariedad”, matizó después, ahondando en que “la gracia bautismal y el don del Espíritu se concretan y se modulan en función de los carismas y de las necesidades”. Por ello, justificó que “tiene que existir un orden que haga viable la edificación, que lo oriente todo a la misión, que garantice la comunión en la diversidad, que sirva al bien de todos, especialmente de los más débiles”.

Más adelante, apostilló que “la centralidad del sacerdocio bautismal ni oscurece ni difumina el sentido y la necesidad del sacerdocio ministerial u ordenado”. “No deben ser contrapuestos, ni planteados en concurrencia o como alternativa”, explicitó. De la misma manera, consideró que “uno y otro deben ser comprendidos y vividos en su mutua relación, en una reciprocidad que da sentido a ambos, pues participan, cada uno a su manera del único sacerdocio de Cristo”.

En esta conciencia comunitaria, Bueno de la Fuente puso como centro la importancia de la vida parroquial y diocesana, junto con la presencia de congregaciones, movimientos y demás realidades, pero siempre con el “protagonismo de las iglesias locales”. En este punto, advirtió de “desajustes y disfunciones, por lo que debe seguir  avanzándose en la permanente conversión de relaciones que haga visible y fecunda una auténtica sinodalidad”.

Falta de discernimiento

Al adentrarse en el papel que juega una comunidad concreta en un proceso vocacional, apuntó que “el discernimiento vocacional personal es a la vez comunitario”.  “Seguramente aquí encontramos una de las carencias más llamativas de nuestras prácticas eclesiales: la falta de práctica en el discernimiento de los carismas y la falta de creatividad en la constitución de ministerios”, señaló el sacerdote burgalés. Para el catedrático de teología, “es un campo abierto para el futuro: dejar espacio al desarrollo de las vocaciones y de los carismas para identificar los que merecen ser establecidos como ministerios”.

Asistentes al Congreso Nacional de Vocaciones

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Al hilo de esta cuestión, expuso que el Sínodo sobre la sinodalidad “aporta perspectivas y propuestas sugerentes y prometedoras”, como discernir si entre las  funciones que realizan los ministros ordenados hay algunas que podrían ser asumidas por otros personas. De la misma manera, se llama a una mayor creatividad para suscitar las vocaciones y los ministerios “en ámbitos de la pastoral especialmente urgentes o relevantes”.

Eloy Bueno de la Fuente cerró su conferencia con unas preguntas que lanzó al auditorio sobre las vocaciones y el ministerio a la luz del Vaticano II y aterrizadas en la actualidad: “¿La nueva modalidad del diaconado ha servido para descubrir y valorar el ministerio diaconal, no como paso hacia el presbiterado sino como necesidad de la Iglesia? ¿Ha habido toma de conciencia de las actividades o funciones que pueden desempeñar los lectores y acólitos, tanto hombres como mujeres? ¿Es suficiente la revalorización del ministerio catequético o se requieren iniciativas más intensas? ¿Son suficientemente significativas y relevantes las celebraciones de envío al inicio del curso, como ya se va haciendo habitual en muchas diócesis?”.

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