Israel Bravo es el obispo de la diócesis colombiana de Tibú, en el noreste del país y próxima a la frontera con Venezuela, epicentro del enfrentamiento entre las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el ELN (Ejército de Liberación Nacional). En conversación con ‘Vida Nueva’, el prelado comparte que en Colombia la guerra se ha mantenido “a más baja escala” en varias regiones del país después de los acuerdos de paz firmados en 2016. Sin embargo, ambos grupos guerrilleros han reavivado el conflicto en la región del Catatumbo después de que la confianza se fuera deteriorando, porque “uno cree que el otro traicionó los ideales revolucionarios, lanzándose acusaciones mutuas de ser narcoparamilitares”.
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PREGUNTA.- ¿Qué evaluación hace de la situación a día de hoy en la región del Catatumbo, teniendo en cuenta que no se registraba un conflicto de estas dimensiones en décadas?
RESPUESTA.- Hay que calificar esta situación de muy dolorosa, muy trágica, porque en el fondo los que más están perdiendo y están sufriendo son todos los pobladores del Catatumbo. Son ellos quienes permanecen atrapados en el centro de esta arremetida tan dura, tan calculada, tan estratégica, como si se tratase de una cacería, recordando los tiempos paramilitares. Hay muchísima zozobra, un gran terror. Miles de personas han dejado ya sus casas, sus pertenencias, sus cultivos… Sin duda, este conflicto va a traer repercusiones muy grandes para la economía y para la estabilidad social.
P.- Más allá de los llamamientos que ha hecho la Iglesia para que se proceda a una desescalada del conflicto, ¿qué acciones se han venido ejecutando en favor de la población afectada por esta crisis?
R.- Desde antes de que estallara el conflicto, la Iglesia viene insistiendo en buscar una solución. Se ha reunido con ambas partes, ha asistido a todos los comités, consejos y estructuras de paz que se han creado para tratar de evitar esta situación. Pero, lamentablemente, se han producido los enfrentamientos, por lo que, en este momento, estamos intentando asistir a las personas afectadas. Para ello, tenemos varios refugios en Tibú, y contamos con la presencia de todos los sacerdotes en las parroquias tratando de consolar, de acompañar… También hemos ido a ciertos lugares para rescatar a personas que fueron secuestradas. Lo que hemos podido hacer es salvar vidas, y no nos hemos cansado ni nos cansaremos de llamar a la paz, a la reconciliación, a darnos cuenta de que la solución nunca será que nos matemos entre hermanos.
Opción de vida
P.- ¿Cómo viven esta situación en su diócesis, en especial sus agentes de pastoral, sacerdotes, misioneros…?
R.- Creo que el Evangelio siempre supone un riesgo. Nosotros tomamos esta opción, porque es nuestra opción de vida, que es identificar y clarificar las situaciones a la luz de Jesucristo. No en vano, el Señor nos dijo que había que cuidar a las ovejas. Este es el rebaño que se nos encomendó, lo tenemos claro, y así lo hemos hecho una y otra vez, no es la primera. Por supuesto, esta situación desborda cualquier directriz pastoral que tengamos, pero hay un compromiso de todos en acompañar y mantener la esperanza, y no dejar de estar presentes en el territorio.
P.- Todo apunta a que era un conflicto latente. ¿Cuál cree que fue el factor desencadenante de la actual crisis en el Catatumbo?
R.- Hay muchos factores que hacen que el fenómeno de la violencia en el Catatumbo siga creciendo. Por ejemplo, el narcotráfico. En este territorio hay sembradas aproximadamente unas 40.000 hectáreas de coca. Incluso había disminuido su cultivo, pero el Gobierno no aprovechó la circunstancia. Desde siempre se han hecho muchas promesas, pero nada. Nos hemos convertido en el patio trasero de la nación. A ello se le suma la falta de presencia del Estado y la corrupción. Todo ello ha generado condiciones para que las economías ilícitas operen y se genere desconfianza en la fuerza pública