“Los combates empezaron mientras estábamos en Souq Al-Arabi. Las milicias empezaron a cerrar las calles, los bancos, a parar los autobuses. Comenzaron los estruendos, las explosiones y los disparos. Los proyectiles cayeron sobre el mercado, sobre la gente”. “Hubo un bombardeo en Thawra. 20 personas murieron al poco de llegar al hospital, otras ya venían muertas. La mayoría llegaron con las manos o las piernas ya colgando, amputadas“. “Los hombres iban armados con pistolas y vestidos con uniforme militar. Cuando me volví para entrar en mi casa, uno de ellos me apuñaló por la espalda. Mi mujer salió de casa llorando. Cuando los soldados se fueron, me miraron tendido en el suelo. Los oí decir: ‘Va a morir, no malgastéis vuestras balas’, mientras uno de ellos me pisaba“. “Dos chicas jóvenes de Sariba -en la ciudad de Madani- desaparecieron. Más tarde, secuestraron a mi hermano y, cuando volvió a casa, dijo que las dos niñas estaban en la misma casa donde estuvo retenido y que llevaban allí dos meses. Escuchó que les hacían cosas malas, el tipo de cosas malas que les hacen a las niñas“.
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Estos son algunos de los innumerables testimonios de sudaneses víctimas de la guerra civil iniciada en abril de 2023 que desgarra al país y recogen las organizaciones humanitarias. La ONU cifra en 30,4 millones los sudaneses en situación de necesidad. El país requiere 4.200 millones de dólares de inversiones humanitarias, cuando los planes regionales de la ONU para la zona sólo alcanzan los 1.800. Las ONG cifran que el 30% de la población de la zona sufre malnutrición y 800.000 personas, hambruna, porque los estados de Darfur, Kordofán, Jartum y Al Jazirah, que solían ser el granero del país, se han convertido en campos de batalla. Según datos de ACNUR, desde el 15 de abril de 2023, 12,4 millones de personas han resultado desplazadas de su tierra, 8,8 dentro del propio país y 3,6 millones fuera de sus fronteras, conformando una diáspora que se extiende a Egipto, Libia, Chad, Sudán del Sur, República Centroafricana, Uganda y Etiopía.
Las organizaciones humanitarias están perplejas ante la falta de atención internacional a la guerra más grave del planeta. Los ataques a los poblados son continuos, se queman los campos o no se permite cultivar, y se bloquean deliberadamente los envíos de ayuda humanitaria. Fátima Zidan, responsable en África de Cáritas, reitera que “los focos de atención de la opinión pública están puestos en otros lugares“. Ibrahim Njuguna, director humanitario de Cafod, coincide: “La crisis en Sudán sigue devastando las vidas de los civiles: familias obligadas a abandonar sus hogares, vecinos que comparten lo poco que tienen y madres que huyen de la violencia cruzando la frontera”. Ambas organizaciones están en primera línea dando soporte económico y social a los afectados con programas de ayuda en metálico, agua potable, saneamiento, género, higiene y salud mental.
Desnutridos y agotados
Los centros sanitarios se han convertido en objetivos de guerra. Según un informe de Médicos sin Fronteras, el 53% de atendidos de algunos centros sufren heridas de bala y otro 42%, de metralla. Se suceden las epidemias de cólera, malaria, sarampión, difteria y dengue. Esperanza Santos, coordinadora de emergencias de Médicos sin Fronteras en el lugar, asegura que “los mecanismos de afrontamiento de la población hacia el conflicto se van acabando, y las estructuras de salud no están funcionando porque están sobrecargadas”.
Dentro de este torbellino, los más afectados son los niños y las mujeres. Según datos de Save the Children, más de diez millones de menores, uno de cada dos del país ha estado a menos de 5 kilómetros del frente de guerra. La tasa de exposición infantil a la violencia más alta del mundo. “Hay una falta de financiación y de acceso humanitario sin precedentes, lo que está provocando una desnutrición generalizada, con unos 3,7 millones de niños que padecen desnutrición aguda. Nuestro personal en el campo de desplazados de Zamzam habla de personas desnutridas y agotadas”, explica Odette Ntambara, directora de Incidencia Política de Save the Children en Sudán.
Limiaa Khalfalla es la directora de la Sudan Family Planning Association, organización que protege los derechos, el empoderamiento y la salud sexual y reproductiva de las mujeres del país. Huyó de Jartum al inicio de la guerra y colabora con las autoridades egipcias y las comunidades sudanesas en el exilio en la ayuda a los afectados. Incide en el maltrato femenino sistemático en el conflicto. “Una de las razones de la huida de muchas mujeres y niñas del conflicto es la exposición y el miedo a sufrir un ataque en cualquier momento. El secuestro es una forma de financiación de la guerra y la violación es una táctica sistemática de la milicia, y las operaciones y abortos a las afectadas requieren permiso de la autoridad”.
Falta de fondos
Las organizaciones se ven abocadas a un reto logístico sin precedentes porque la masividad de la crisis lleva la problemática hasta rincones recónditos donde es mucho más difícil llevar ayuda. A eso se suma que el plan de respuesta a los refugiados de la ONU sólo ha recibido el 30 por ciento de los fondos solicitados. “Esto genera una emergencia dentro de la emergencia. Entre mediados de diciembre y mediados de enero, han cruzado la frontera 120.000 personas porque se han incrementado los ataques a los campos de refugiados. En Sudán del Sur, hay centros de acogida que cuadruplican la población que podemos atender. Al-Kufrah (Libia) recibe refugiados aunque no tiene servicios mientras el invierno se endurece”, asevera Olga Sarrado, portavoz de ACNUR.
“Aun así, -continúa- los países de acogida, que tienen sus propias necesidades, están haciendo un esfuerzo por ayudarles, pero la carencia de fondos hace todo mucho más complicado”. También se generan problemas derivados como el alza de los precios de los bienes básicos y el enfrentamiento con las poblaciones locales. Episodios de violencia que ocurren, como ya narró para esta revista el jesuita Jaime Moreno, en los espacios rurales de Chad.
Hacia el norte, la escapada tiene una variable urbana. A Egipto han llegado 1,2 millones de refugiados. Según el padre Alejandro León, salesiano que lleva 20 años en el país, “estas personas no tendrían ninguna oportunidad en el espacio rural. Las oleadas vienen a las ciudades, donde se crean guetos con problemas de convivencia y salud“. Allí, la escasísima comunidad católica ofrece su red asistencial de forma prioritaria a los recién llegados.
En un mundo que parece mirar hacia otro lado, Sudán grita en silencio por ayuda ante una guerra que ha provocado una sequía de lágrimas. Estas cifras desgarradoras demuestran que la situación del país no es sólo una crisis humanitaria sino un imperativo moral para la paz y la esperanza en un tiempo en el que, como para este sudanés, “mirar atrás es como una fantasía, como un sueño, un día tienes todo y al siguiente lo has perdido“.
El papa pide el cese de las hostilidades
El papa Francisco instó este domingo, 26 de enero, tras el rezo del Ángelus, a las partes beligerantes de la guerra civil de Sudán a que “cesen las hostilidades y acepten sentarse a una mesa de negociaciones“. “El conflicto en curso, que comenzó en abril de 2023, está provocando la crisis humanitaria más grave del mundo, con consecuencias dramáticas en Sudán del Sur”, expresó para exhortar, a continuación, a la comunidad internacional a “hacer todo lo posible para hacer llegar la ayuda humanitaria necesaria a los desplazados“. En este sentido, el país vecino está viendo cómo sus pasos fronterizos se encuentran colapsados y comienza la entrada por caminos informales cuyas comunidades a duras penas pueden prestar ayuda a los desplazados.
Según explicó a Vida Nueva Manuel Ballester, cooperante de la Fundación Jóvenes y Desarrollo que regresó recientemente del campo de refugiados de Gumbo, en Yuba, hay 330.000 solicitudes de asilo actualmente en Sudán del Sur, fundamentalmente, de Sudán. “Estamos hablando del país con el menor índice de desarrollo humano del planeta, sin infraestructuras, ni gobierno. Acaba de salir de una guerra propia pero no está pacificada. Tiene millones de desplazados internos. Eso dificulta cualquier proyecto humanitario. Aun así, está recibiendo retornados sursudaneses que huyeron al norte cuando la guerra civil y a sudaneses, que vienen marcados por la vulnerabilidad y la estigmatización“. Ante esta incapacidad, el Gobierno sursudanés está dando paso a los refugiados hasta Kenia y Etiopía.