De Valladolid a Kudugu, por amor

Eugenio Jover, misionero en Burkina Faso

Como una buena parte de los misioneros, el padre blanco Eugenio Jover Sagarra hace repaso de su vida con naturalidad, sencillez y muchísimo buen humor. Así es como, desde Kudugu, cuenta a Vida Nueva la aventura que supone llevar 53 años en Burkina Faso.



Una bonita historia que comenzó “a orillas del Pisuerga”, en su Valladolid natal: “Estudié en el Colegio Nuestra Señora de Lourdes, de los Hermanos de La Salle. Guardo buenos recuerdos de una etapa que trajo muchos frutos a mi vida. Y no solo académicos, pues tengo claro que mi vocación misionera nació ahí”. Eso sí, matiza con sorna, “no para hacer crecer la familia lasaliana, sino, ¡oh, desinterés de los hermanos!, para añadirme a la Sociedad de los Padres Blancos”.

Gracias a unas diapositivas

Todo cambió para él un día en que pasó por sus aulas un religioso de la Sociedad de Misiones de África que estaba en Tusiana, ciudad de un país que entonces se denominaba Alto Volta… y que hoy todos conocemos como Burkina Faso. Los responsables del centro le pidieron que diera su testimonio a los alumnos, ¡y ahí saltó la chispa! Jover lo recuerda así: “El salón de actos se llenó de chicos (no había chicas) y el padre blanco, que era listo, nos habló poco y nos enseñó muchas diapositivas de su misión. Y a mí aquello me gustó. Y más en un momento en el que andaba buscando cómo orientar mi vida”.

Tras atreverse a contárselo a su familia (aún recuerda la respuesta de su padre: “pero cómo, con el trabajo que hay por aquí, ¡irte a África de misionero!”), entró en el seminario y forjó su vocación.
Hasta que llegó su siguiente etapa vital: “Después de la ordenación, en septiembre de 1970, cogí el tren para las Áfricas… Fui durante 12 días en un barco español desde Valencia hasta Abijan (Costa de Marfil). Y, desde allí, en un pintoresco tren, hasta la ciudad de Bobo-Diulasso, en lo que entonces aún era el Alto Volta. Esos primeros días, cuando paseaba por la calle, un niño me dijo al verme: ‘¡Blanco, dame 100 francos!’. No sería la última vez que lo oiría”.

Eugenio Jover, misionero en Burkina Faso

Varias décadas en el norte

Entonces, le mandaron al norte del país, donde, “salvo estos últimos años, siempre he estado. En la región septentrional llueve poco y se padecen frecuentes hambrunas. Pero allí sus habitantes tienen unas cualidades de acogida y amabilidad por las que no puedes dejar de quererlos. Me encontré con comunidades cristianas pequeñas, pero en crecimiento. Había muchos catecúmenos y muchos bautismos en Pascua. Allí, como en España la Semana Santa, esta es una fiesta que se celebra de un modo especial”.

Pero el gran aldabonazo llegó en 2015: “Entonces, empezó la guerra. Poco a poco, todos la íbamos notando. Yo estaba en Arbinda, una localidad del Sahel donde los musulmanes son numerosos, y amigos. Sin embargo, los ataques de los grupos yihadistas que iban ocupando la región hicieron que me tuviera que marchar, pues yo era el único blanco de la zona. Unos meses después, también se tuvieron que ir mis compañeros africanos, y las religiosas. La parroquia se cerró. Y así sigue, como tantas… Pero los pocos cristianos que quedan en ese pueblo se siguen reuniendo el domingo, con discreción, para leer el Evangelio y rezar”.

Apoyo a los desplazados

Actualmente, Jover se encuentra en Kudugu, una localidad del centro del país, no muy lejos de la capital: “Es una zona tranquila con muchos cristianos y mucha labor, por lo que estoy currando con curas nativos y religiosos. Pero, en otros lugares, el terrorismo ha ganado terreno, echando a mucha gente de sus casas. Hablamos de personas que han tenido que huir, abandonando campos y ganado doméstico, con lo que se han convertido en refugiados. Se cuentan dos millones de desplazados internos y 6.000 escuelas cerradas. Y es que los yihadistas no quieren que se enseñe el francés, sino el árabe, la lengua del Corán. Lo cual sería injusto, pues no todos, ni mucho menos, son musulmanes en Burkina Faso”.

Frente a esta ofensiva de los terroristas, “los militares están en la fase de reconquista del país, pero nadie sabe cuándo eso será posible. Y, entretanto, las necesidades son inmensas. ¿Cómo le vas a decir a una chica que quiere estudiar, y a la que su familia no le puede pagar el colegio, que no la ayudas? ¿Cómo no le vas a pagar a un niño enfermo la receta cuando su madre no tiene dinero? Pese a todo, muchas veces tenemos que decir que no, pues nuestros recursos son limitados”.

Eugenio Jover, misionero en Burkina Faso

Su primer libro

Algo que el padre blanco ejemplifica con un testimonio que le conmueve las entrañas: “El otro día, un chico de 15 años, refugiado, me pidió que le comprara un par de libros para el colegio. Le pregunté: ‘¿No tendrás otros más en tu casa?’. Y él me dijo: ‘Nunca he tenido un libro’. Era el primero que tenía…”.

Cinco décadas después de dejar su hogar, el misionero pucelano se siente feliz, siendo uno más entre la gente en la que se encarna y los compañeros de comunidad con los que comparte carisma y la pasión por servir a los últimos: “En nuestra casa de Kudugu vivimos con siete seminaristas y un sacerdote joven. Vienen de Uganda, Malawi, Zambia y Ghana, más otros dos provenientes de la India. Están aprendiendo francés y se preparan a ser misioneros. ¡Tenemos una habitación preparada para cuando llegue un europeo! Pues, creédmelo, nos hacen falta…”.

Lea más:
Noticias relacionadas
Compartir