Florencio Roselló: “No voy a Pamplona para ser el primero, sino el último”

De la cárcel, al Episcopado. El mercedario Florencio Roselló (Alcorisa, Teruel, 1962) es, desde el 9 de noviembre, el arzobispo electo de Pamplona y obispo de Tudela. El religioso era, desde 2015, el director del Departamento de Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española. El también capellán de la prisión de Castellón sucede a Francisco Pérez, que presentó su renuncia por edad en enero de 2022 tras 15 años pastoreando la Iglesia navarra. El 27 de enero será ordenado e iniciará su ministerio en la catedral de Pamplona.



PREGUNTA.- ¿Cómo es despertarse un día como sacerdote y de golpe dormirse como arzobispo?

RESPUESTA.- Ha sido una sorpresa doble. Primero, el proponerme para el ministerio episcopal y, luego, que sea directamente como arzobispo. Todavía estoy aterrizándolo, pero lo vivo con paz, serenidad, fe y esperanza.

P.- ¿Y con temor?

R.- Un poco de vértigo, porque Pamplona y Tudela es una diócesis con mucha tradición, muy dinámica, con mucho movimiento y necesita un pastor con solera, pero si es obra de Dios, saldremos adelante.

Provincial mercedario

P.- La realidad es que tiene experiencia de gobierno, ya que fue provincial de los Mercedarios de la Provincia de Aragón en dos sexenios (2003-2015)…

R.- Cierto. Estuve doce años como provincial. Un tiempo en el que me tocó tomar decisiones y no siempre fáciles. Espero que esto me ayude para, en Pamplona, saber tomar decisiones y acertar con ellas.

P.- ¿Ve algún paralelismo entre un capellán de prisiones y un obispo?

R.- Las dos son llamadas al servicio. En estos días sí que me ha ayudado la experiencia de compartir esto en la cárcel con los pobres. Cuando se enteraron que el papa Francisco me había pedido ser arzobispo de Pamplona y Tudela, los internos se pusieron tristes porque me tenía que ir. Aquí valoras un poco que la gente sencilla no se fija en los cargos, sino en las personas. Esto me ha ayudado a saber que no voy a ocupar un cargo, sino a prestar un servicio. No voy a Pamplona para ser el primero, sino el último, y acompañar al que se queda fuera y al que cae. Los pobres me han evangelizado y ayudado a colocar en su justa medida esta nueva etapa.

P.- Tras ocho años, ellos lo viven con pena. ¿También usted?

R.- Como religioso, estamos acostumbrados a partir. Nos sabemos en disponibilidad. Por eso, lo vivo con serenidad, porque no es el primer cambio y porque a mí me ha tocado tomar decisiones similares con sacerdotes y lo comprendo. Lo vivo con pena, claro, pero yo siempre he dicho que sí. Y no podía ser diferente ahora con la petición del Santo Padre

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