Las monjas redentoristas de Ucrania: una mirada de amor frente al odio

Las Hermanas Misioneras del Santísimo Redentor están presentes en el país desde 1998, ayudando en las parroquias, trabajando con jóvenes y niños, dando catequesis, organizando campamentos de verano, peregrinaciones y retiros

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“El componente espiritual de cada persona es muy sensible. Obviamente, en una guerra hay tantas experiencias interiores diferentes, tantas emociones y sentimientos encontrados, que a veces, sobre todo al principio de la guerra, era difícil incluso rezar”, confiesa a Vatican News la hermana Theodora Shulak, de Ucrania, elegida Superiora General de las Hermanas Misioneras del Santísimo Redentor en octubre del año pasado. Esta congregación femenina trabaja en Ucrania desde 1998. La provincia ucraniana tiene cinco comunidades con 26 religiosas que ayudan a los Padres Redentoristas en las parroquias, trabajando con jóvenes y niños, dando catequesis, organizando campamentos de verano, peregrinaciones y retiros.



La guerra ha puesto a prueba la vida de estas religiosas, todas menores de 50 años. “Nos parecía”, continúa, “que estábamos abandonadas a nosotras mismas con nuestros sentimientos de miedo, rabia y dolor. A veces nos asustaba la sensación de que el odio pudiera haberse colado en nuestros corazones”.

Sobrevivir a la tragedia

A veces, señala, experimentaba “casi una especie de escisión: por un lado, durante la oración comunitaria, daba gracias y alababa a Dios, y por otro, de vuelta en mi habitación, experimentaba los sentimientos más contradictorios que no podía gestionar”. Sin embargo, un día se dio cuenta de que “esta separación no era cristiana y no tenía nada que ver con nuestro Dios: Jesús resucitó de las heridas, Él sabe lo que significa soportar estas heridas y experimentar el dolor hasta el punto de la muerte. Me di cuenta de que sólo en Él y junto a Él puedo sobrevivir a esta tragedia”.

La religiosa, que fue Superiora Provincial de las Hermanas Redentoristas en Ucrania desde 2013 hasta octubre de 2022, cuenta que, tras el inicio de la invasión rusa, tuvieron que replantear sus actividades para servir mejor a la Iglesia y a la gente. Así, durante más de seis meses, ayudaron a sus compatriotas a rellenar documentos, visitaron a los enfermos y heridos en los hospitales y asistieron a los hijos de los refugiados en las escuelas locales.

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