“No nos acostumbremos a la guerra”, el desgarrador grito de Francisco en la bendición Urbi et Orbi

  • El pontífice hace un llamamiento a la comunidad internacional para que haga realidad las palabras del Resucitado: “La paz esté con vosotros”
  • Además de la guerra en Ucrania, el Papa pide la reconciliación para Oriente Medio, algunas regiones africanas o ante las tensiones en Myanmar o América Latina

Con la bendición ‘Urbi et orbi’ el papa Francisco cierra las celebraciones de la Semana Santa. El pontífice ha lanzado, como es habitual en estas ocasiones, un poderoso llamamiento a toda la comunidad internacional para que sea transmisora del mensaje de Resucitado: “La paz esté con vosotros”. Un llamamiento que ha generado mucha expectación ya que en las inmediaciones de la Plaza De San Pedro había unas 100.000, según las autoridades municipales. También ha sido el mensaje que ha contado con más conexiones por parte de medios de comunicación de todo el mundo.



Para el pontífice, “hemos visto demasiada sangre, demasiada violencia. También nuestros corazones se llenaron de miedo y angustia, mientras tantos de nuestros hermanos y hermanas tuvieron que esconderse para defenderse de las bombas. Nos cuesta creer que Jesús verdaderamente haya resucitado, que verdaderamente haya vencido a la muerte. ¿Será tal vez una ilusión, un fruto de nuestra imaginación?”, se cuestionó.

“La paz esté con vosotros”

Sin embargo, destacó, que “hoy más que nunca resuena el anuncio pascual tan querido para el Oriente cristiano: «¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!»”. Tras dos años de pandemia “que han dejado marcas profundas. Parecía que había llegado el momento de salir juntos del túnel, tomados de la mano, reuniendo fuerzas y recursos”, sugirió Francisco. “Y en cambio, estamos demostrando que tenemos todavía en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel no como a un hermano, sino como a un rival, y piensa en cómo eliminarlo. Necesitamos al Crucificado Resucitado para creer en la victoria del amor, para esperar en la reconciliación. Hoy más que nunca lo necesitamos a Él”.

El Papa destacó que Jesús porta las heridas de la humanidad producidas “con nuestros pecados, con nuestra dureza de corazón, con el odio fratricida” y se tornan en “un sello indeleble de su amor por nosotros, una intercesión perenne para que el Padre celestial las vea y tenga misericordia de nosotros y del mundo entero. Las heridas en el Cuerpo de Jesús resucitado son el signo de la lucha que Él combatió y venció por nosotros con las armas del amor, para que nosotros pudiéramos tener paz, estar en paz, vivir en paz”.

Paz para Ucrania

“¡Dejemos entrar la paz de Cristo en nuestras vidas, en nuestras casas y en nuestros países!”, clamó el Papa pensado en “la martirizada Ucrania, tan duramente probada por la violencia y la destrucción de la guerra cruel e insensata a la que ha sido arrastrada”. Imploró “que un nuevo amanecer de esperanza despunte pronto sobre esta terrible noche de sufrimiento y de muerte. Que se elija la paz. Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre”. Y añadió: “Por favor, no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos todos a pedir la paz con voz potente, desde los balcones y en las calles. Que los responsables de las naciones escuchen el grito de paz de la gente”.

Francisco confesó que lleva “en el corazón a las numerosas víctimas ucranianas, a los millones de refugiados y desplazados internos, a las familias divididas, a los ancianos que se han quedado solos, a las vidas destrozadas y a las ciudades arrasadas. Tengo ante mis ojos la mirada de los niños que se quedaron huérfanos y huyen de la guerra. Mirándolos no podemos dejar de percibir su grito de dolor, junto con el de muchos otros niños que sufren en todo el mundo: los que mueren de hambre o por falta de atención médica, los que son víctimas de abusos y violencia, y aquellos a los que se les ha negado el derecho a nacer”.

Ahora bien, añadió Francisco que “en medio del dolor de la guerra no faltan también signos esperanzadores, como las puertas abiertas de tantas familias y comunidades que acogen a migrantes y refugiados en toda Europa”. Por ello deseó “que estos numerosos actos de caridad sean una bendición para nuestras sociedades, a menudo degradadas por tanto egoísmo e individualismo, y ayuden a hacerlas acogedoras para todos”, esperando que esta guerra “en Europa nos haga también más solícitos ante otras situaciones de tensión, sufrimiento y dolor que afectan a demasiadas regiones del mundo y que no podemos ni debemos olvidar”.

Oriente Medio, Libia, Yemen…

Más allá de la guerra, pidió la paz “en Oriente Medio, lacerado desde hace años por divisiones y conflictos”, especialmente entre cristianos, judíos y musulmanes en Jerusalén. En concreto clamó para que “los israelíes, los palestinos y todos los habitantes de la Ciudad Santa, junto con los peregrinos, puedan experimentar la belleza de la paz, vivir en fraternidad y acceder con libertad a los Santos Lugares, respetando mutuamente los derechos de cada uno”. A esto unió su recuerdo por el Líbano, Siria e Irak y todas las comunidades cristianas de Oriente Medio.

Pidió también paz para Libia, “para que encuentre estabilidad después de años de tensiones”; y para Yemen, “que sufre por un conflicto olvidado por todos con incesantes víctimas, pueda la tregua firmada en los últimos días devolverle la esperanza a la población”. Esta misma petición de reconciliación llega a “Myanmar, donde perdura un dramático escenario de odio y de violencia” y a Afganistán, “donde no se consiguen calmar las peligrosas tensiones sociales, y una dramática crisis humanitaria está atormentando a la población”.

El pontífice puso su mirada en algunos puntos del continente africano marcados por ataques terrorista y los conflictos, en la zona del Sahel, Etiopía, República Democrática del Congo y la parte oriental de Sudáfrica donde han sufrido unas graves inundaciones. También pidió por América Latina y por quienes, allí, “en estos difíciles tiempos de pandemia, han visto empeorar, en algunos casos, sus condiciones sociales, agravadas también por casos de criminalidad, violencia, corrupción y narcotráfico”.

En esta ocasión también tuvo un recuerdo para que el Señor Resucitado “acompañe el camino de reconciliación que está siguiendo la Iglesia Católica canadiense con los pueblos indígenas”.Que el Espíritu de Cristo Resucitado sane las heridas del pasado y disponga los corazones en la búsqueda de la verdad y la fraternidad”, pidió al respecto.

Ante las consecuencias de la guerra, “desde los lutos y el drama de los refugiados, a la crisis económica y alimentaria de la que ya se están viendo señales”; Francisco concluyó su mensaje proponiendo que “Cristo, vencedor del pecado, del miedo y de la muerte, nos exhorta a no rendirnos frente al mal y a la violencia. ¡Dejémonos vencer por la paz de Cristo! ¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos!”

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