Miguel Hernández, ochenta años en el limbo

Pablo Neruda escribió que a Miguel Hernández había que “¡darle la luz!”. “Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad –continuaba– que lo revelen arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz”. Quien más luz ha arrojado sobre el poeta de Orihuela ha sido José Luis Ferris (Alicante, 1960), empeñado, cómo él mismo afirma, en “devolverlo a su estado natural, a su condición de militante apasionado de la vida, alejado de leyendas”.



Ferris reescribe y amplía ahora, ante el 80º aniversario de la muerte del poeta, la espléndida biografía que publicó por primera vez en 2002. En esta nueva edición de ‘Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta’ (Fundación José Manuel Lara) muestra la intención de “involucrar al lector en la peripecia vital de un poeta que, en apenas once años de producción, justificó su oficio, dando a los editores futuros páginas y páginas de benditas palabras”.

Ferris traza un perfil “ecuánime en muchos aspectos delicados” de Miguel Hernández (Orihuela, 1910-Alicante, 1942), como es su “tan traída y llevada religiosidad”. Hablamos de ello, de su cristianismo, que se vislumbra como una Teología de la liberación, pero muchos años antes que la Teología de la liberación. “Yo creo que sí, la base está ahí. Creo que Miguel Hernández se llevaría de maravilla con Ernesto Cardenal –expone Ferris a Vida Nueva–. En este sentido, uno desde una militancia católica cierta y otro desde un alejamiento de la religión, estaban hablando de lo mismo”.

Hasta llegar ahí, a esa conclusión, Ferris desmonta tópicos –leyendas como aquellas que le retratan pobre, que no pisó el colegio o que fuera pastor toda su vida– hasta precisar “el puzzle de su vida y entenderlo mejor en algunas cosas”. Por ejemplo, esta vivencia de la religión. “Hay una gran cantidad de cosas que nos van variando la mirada sobre él. Hasta ideológicamente, el mismo comunismo que se le atribuye y que al principio asustaba a tanta gente, pues estamos hablando de una concepción muy agraria de la vida y muy cristiana”, afirma.

Comunismo y cristianismo

“Creo que Miguel Hernández, en su aplicación y en su demostración vital a través de comportamientos y actitudes –prosigue el biógrafo–, lo que nos estaba demostrando es que ese comunismo que se le atribuye es lo que más se parece al cristianismo que Cristo estuvo defendiendo por encima de todo. Aquella imagen de Cristo entrando en el templo y diciendo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos, es lo que Miguel Hernández vivía y ejercía con una claridad tremenda”.

Miguel Hernández no es solo el de la Guerra Civil, sino que admite, por su vida y en su obra, múltiples acercamientos. Y el religioso es uno de ellos. “Hay mucha gente que no se ha acercado a la figura de Miguel Hernández porque tenía un choque ideológico al ver que había militado en el Partido Comunista y que había luchado en ciertas filas, pero cuando te acercas al personaje esa mirada se transfigura muy claramente en otra cosa”, advierte Ferris.

¿Y qué vemos si miramos su religiosidad? “La religiosidad militante, en el sentido del catolicismo, más que del cristianismo, que ejerce su gran amigo Ramón Sijé –apunta Ferris–, no le dura. Creo que Miguel era mucho más espontáneo, mucho más natural que el integrismo que su propio amigo defendió tanto tiempo. Lo que pasa es que fueron a la par, juntos prácticamente, hasta que Miguel cumplió los 24 o 25 años. Hasta el año 1935, en el que él se marcha a Madrid, comparte el credo y la visión católica de la vida que tiene Ramón Sijé. De hecho, la obra de Miguel Hernández está cuajada de religiosidad”.

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