Gloria Fuertes: 22 años de la muerte de una católica inconformista

Gloria Fuertes, poetisa española

¿Quién fue Gloria Fuertes? Si hiciéramos esa pregunta, probablemente la respuesta fuera que una entrañable anciana, de pelo blanco, gran sonrisa y voz ronca, que aparecía en la tele en los años ochenta y escribía poemas infantiles, repletos de humor y juegos de palabras. O, acaso, que una autora de innumerables libros infantiles, con títulos como ‘La gata chundarata’ o ‘La oca loca’, que siguen vendiéndose y editándose con éxito y haciendo las delicias de los más pequeños.



Sin embargo, es una de las voces más singulares de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. La poesía de Gloria Fuertes –que nació en Madrid el 28 de julio de 1917– va mucho más allá de esa literatura infantil, de la que fue una gran renovadora y una auténtica ‘best seller’. 

Basta leerla, desde su primer poemario publicado, ‘Isla ignorada’ (1950), para darse cuenta que fue una excepcional poetisa religiosa: honda, franca, reflexiva, inconformista y enormemente contemporánea.

Casi trescientos poemas podrían formar su canon religioso entre su literatura mal llamada “para adultos”. Al margen queda su inmensa producción para niños, en donde también la fe ocupa un espacio significativo, aunque no tan rotundo.

Dios en el arrabal

El concepto del arrabal es fundamental en su poesía y, más aún, en los versos religiosos. Arrabal significaba para Gloria marginalidad, pobreza, soledad, derrota, desahucio, dolor, “heridos por la vida”, como escribe. ‘Antología y poemas del suburbio’ (1954), su segundo libro, es de una tremenda religiosidad. Y en aquella España, posicionarse en el arrabal y desde un “catolicismo de a pie”, como calificaba su visión de la fe, era de una notable valentía.

La religiosidad de Gloria tiene muchas ramas. Fuertemente enraizada, está presente en todos sus poemarios. “Es algo instintivo en mí. He nacido creyente como he nacido mujer”, confesó poco antes de morir. A través de sus versos decididamente religiosos es posible recorrer esos otros grandes temas –la mujer, el desamor, el pacifismo a ultranza, la angustia, la soledad– que componen su obra. “La poesía es una palabra salvadora, como Dios”, insistió.

Ese diálogo con Dios también está marcado por el humor, por una risa que es también salvífica. Y, sobre todo, por el amor. Lo dijo así en ‘Mujer de verso en pecho’ (1996): “Dios es humor/ y sobre todo Dios (y nunca mejor dicho)/ es Amor”. Era –es– una poesía contra la indiferencia, llena de compromiso.

Desde ese “arrabal” en el que situaba su catolicismo de base no había forma de encajar con esa otra Iglesia de la jerarquía y el poder en plena dictadura de Franco. El catolicismo de Gloria no solo estaba con los marginados y los perdedores; su diálogo con Dios no solo encierra dolor, sufrimiento, súplica o desesperanza, también era un canto a la confraternidad, a la reconciliación, a la justicia, al perdón.

Uno de sus últimos versos, que publicó póstumamente en ‘Poemas prácticos más que teóricos’ (2010), habla por sí solo: “Hazte socio del cristianismo,/ o quiere a todos, que es lo mismo”. Su convivencia con Dios, al que acude siempre en busca de refugio y compañía, incluso con la Virgen María, es, no obstante, también un canto de esperanza y de agradecimiento. “Dios es para mí más real que todo lo que me rodea. No lo veo pero lo siento. El creer me da alegría y comprensión”, llegó a afirmar.

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