La misa de los desahuciados por el volcán de La Palma

Todoque

Misa de diez. La misa de los desahuciados. De los expulsados de su casa por un volcán que no entiende ni de hipotecas pagadas ni de unas finquitas plataneras que permiten llegar a fin de mes. Menos aún de recuerdos de una vida acumulados en el aparador. Todo sepultado por la lava del Cumbre Vieja. A medida que van llegando, la colada termina de devorar lo poco que quedaba de su barrio. Hasta el momento, sin víctimas mortales, se ha comido 656 hectáreas y más de 1.500 edificaciones entre casas y empresas, además de 50 kilómetros de carreteras.



Cifras letales para los vecinos de Todoque, que acuden a la iglesia de san Isidro, en la Laguna. A la misma hora de su eucaristía de siempre, pero sin su parroquia de toda la vida, la de san Pío X. Están de prestado. De ropa, de techo. También de parroquia. Porque la suya desapareció hace dos semanas. Dio tiempo a vaciarla y a recolocar al papa Sarto, al crucificado y al sagrario. Desde que comenzara a rugir el cráter de La Palma, huelen ceniza, visten ceniza y pisan ceniza. En la plaza no se ven los adoquines.

Aquello es una playa gris, el tono plomizo de su día a día. Ana no puede compartir más de una frase sin que se le quiebre la voz. Su casa ha desparecido. También la de sus padres. Tiene dos hijos. Al adolescente le ha tenido que mandar unos días con su familia a Tenerife porque se derrumbaba por momentos. El efecto de un exilio inimaginable y un rugido que incapacita por momentos para pensar en otra cosa que no sea la catástrofe. “Lo único que nos queda es vernos en misa, es nuestra comunidad”, acierta en decir Ana, con los ojos enjugados en lágrimas.

“Es inevitable no emocionarte con la gente y que se te ponga un nudo en la garganta cuando escuchas sus historias, pero eso forma parte también de la empatía, de la solidaridad humana, de sufrir con el que sufre”, comparte con Vida Nueva Alberto Hernández, párroco de los todoqueños y vicearcipreste de Los Llanos. Ahora como nunca está experimentando que el juego retórico del ‘compadecerse con’ o la imagen de la Iglesia como hospital de campaña, no tiene nada de metafórico, sino de crudeza.

Acoger el llanto

“Al final redescubres el valor de la escucha. Es cierto que la gente necesita respuestas y que se tomen medidas frente a sus carencias materiales, pero sobre todo valoran que estés ahí, para acoger el llanto. ¿Qué vas a decir ante alguien que llora y te comparte su dolor? Simplemente estar. Si la gente me ve tranquilo, ellos se quedan tranquilos. Es tiempo de escuchar, escuchar y escuchar”.

Aunque confiesa que en estas tres semanas de sobresaltos “nunca he perdido el sueño”, sí reconoce que “es intermitente porque el volcán pega algún susto por la noche”. No ha perdido la calma. “Lo sobrellevo apoyándome en Dios y en la gente, en su cercanía. Todos los días me llegan llamadas y mensaje de gente, dentro de una marea de oración y apoyo que sostiene y hace su efecto”, apunta, poniendo a la vez en valor la fortaleza y dignidad de sus parroquianos: “Se levantan con ilusión cada mañana y piensan en su futuro”.

Esta misma entereza es la que percibe al poner un pie en el templo el padre Ángel García, presidente y fundador de Mensajeros de la Paz. Es la segunda vez que viaja a la isla durante esta crisis. La primera fue para proporcionar ayuda de emergencia, por ejemplo, financiar a una veintena de familias de Todoque, algunas presentes en la misa. En esta ocasión, para cerrar nuevos proyectos, como dotar de equipamiento a las 120 viviendas adquiridas por el Gobierno canario para los damnificados, a través de cheques para gastarlos en comercios y dinamizar una economía local hundida

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