Nuevo secretario de la Comisión Pontificia para América Latina expone los 3 principales desafíos de la Iglesia en la región

El filósofo mexicano Rodrigo Guerra conversó con Vida Nueva sobre la importancia de atender y entender más y mejor el “cambio de época”, como uno de los principales desafíos que enfrenta la Iglesia latinoamericana

Rodrigo Guerra y el Papa

El filósofo mexicano Rodrigo Guerra López, fundador del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV), fue nombrado por el papa Francisco como Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, uno de los cargos más importantes otorgado a un laico en la estructura de la curia romana.



Esta comisión se encontraba vacante desde enero del presente año, luego de que el doctor Guzmán Carriquiry, quien ocupara ese cargo durante una década, fuera designado como embajador de Uruguay, su país de origen, ante la Santa Sede.

A fin de conocer los desafíos y planes como nuevo responsable de dicha comisión, el doctor Guerra López conversó con Vida Nueva. Sus primeras palabras fueron de agradecimiento al papa Francisco por la confianza en su persona para ocupar un cargo de tal envergadura a pesar de su “miseria”, su “torpeza” y su “pecado”.

Manifestó que asumirá esta responsabilidad confiado enteramente en los brazos de la Virgen María. “Sus palabras en el Tepeyac –dice– no son meramente informativas, sino performativas. Transforman realmente la vida de las personas, y pueden hacer que alguien que se sabe ‘escalerilla’, ‘cola’, muy poca cosa, pueda servir a Dios y a la Iglesia, como lo hizo San Juan Diego”.

PREGUNTA.- ¿Cuáles considera que son los principales retos que enfrenta en esta importante encomienda?

RESPUESTA.- A reserva de lo que me indiquen el Santo Padre y el cardenal Marc Ouellet (Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina), creo que lo más importante en el futuro inmediato es promover la reactivación de Aparecida.

Dentro de poco tendremos la primera Asamblea Eclesial continental. Será un acontecimiento inédito organizado por el nuevo CELAM. El objetivo no es producir un “documento”, sino profundizar y evaluar el camino andado para proyectar con nuevas energías un cristianismo no-moralista, sinodal y misionero, en el actual contexto regional.

Existen muchos temas pendientes en Aparecida que debemos buscar impulsar. El más importante, en mi opinión, es lo que dicen los parágrafos 11 y 12. Hay que recomenzar, una y otra vez, desde Cristo. Sin mojigaterías, sin libertinismos. Jesucristo es más innovador y más profético que cualquier ideología.

P.- Ha sido designado por el papa Francisco en uno de los cargos más importantes del Vaticano ocupado por un laico. ¿Cuál sería su opinión en torno al trabajo que hizo el doctor Guzmán Carriquiry en este cargo durante una década?

R.- Guzmán Carriquiry ha colaborado directamente con todos los Papas desde Paulo VI en diversas responsabilidades. Él es un testigo y un maestro para muchos en la Iglesia. Su trabajo en la Pontificia Comisión para América Latina (PCAL) fue excepcional. Yo tuve la oportunidad de participar como invitado en algunas asambleas y de asistir como conferencista en algunos congresos y encuentros organizados por él y por su extraordinario equipo.

Tengo la impresión que es uno de los hombres que con mayor entrega y autenticidad ha servido a la Iglesia en los últimos 40 años. Entre otras cosas, logró hacer que la PCAL no fuera más una instancia burocrática y hasta inquisitorial, sino un organismo de servicio auténtico para las iglesias particulares de América Latina.       

Una evangelización en clave de “inculturación”

P.- Desde su punto de vista, ¿cuáles son los tres principales problemas que enfrenta la Iglesia en América Latina en este momento?

R.- La Iglesia en América Latina, más que problemas, tiene desafíos propios de su momento histórico, de su proceso de maduración, de su fidelidad al evangelio. Tal vez lo primero que hay que decir es que por “Iglesia” es preciso pensar en primera persona. ¿Cuáles son mis retos? ¿Cuáles son mis desafíos? Si yo no pienso a la Iglesia en primera persona, me convierto en un “analista” más, en un “experto” más, pero no en un sujeto que debo preocuparme primero que nada de mi propia conversión para la conversión de la Iglesia.

Vistas así las cosas, un primer reto es la articulación entre conversión personal, pastoral y estructural en clave sinodal y misionera. Esto quiere decir que tenemos que ser conscientes de que necesitamos una “metanoia”, un cambio de mentalidad, para poder vivir en una Iglesia más al estilo de Jesús. No hay estructura o comunidad eclesial que no requiera de purificación y renovación profundas.

En segundo lugar, tenemos que atender y entender más y mejor el “cambio de época”. Para poder anunciar el evangelio pertinentemente en América Latina, hay que hacerlo de manera “inculturada”. Así lo hizo Jesús, así lo hizo Santa María de Guadalupe. Las actitudes puramente defensivas ante el cambio cultural contemporáneo conducen a la construcción de ghettos, de eclesiolas sectarias.

Esto no significa que entonces hay que tener una actitud permisiva o laxa delante del mundo. Lo que significa es que requerimos una nueva generación de agentes de pastoral que crean profundamente en la evangelización de la cultura y en la inculturación del evangelio. Si la evangelización no se hace en clave de “inculturación”, en el fondo el misterio de la Encarnación, es ideológicamente afirmado.

En tercer lugar, tenemos que ir a todas las periferias. Aún a las más extremas. Es en la cercanía, es en la amistad, es en el servicio samaritano como podemos anunciar el evangelio en un continente lleno de heridas y de sectores alejados de la fe. No hay que tener miedo a las periferias. Hay que tener miedo, más bien, a la vida burguesa. Esa sí que es peligrosa.

El aporte de América Latina a la Iglesia universal

P.- A la PCAL no le corresponde atender a la Iglesia en Norteamérica; sin embargo, la interrelación entre esta región y América Latina es muy fuerte a nivel comercial y hasta cultural. ¿Considera que la Iglesia latinoamericana debe buscar tener más relación con la norteamericana?

R.- Estoy convencido que somos una sola Iglesia. Pero también estoy convencido que las fronteras nacionales nos hacen pensar en que somos realidades “muy distintas”. La verdad, es que la presencia de los hispanos en Estados Unidos y en Canadá está transformando el rostro de la Iglesia en aquellas latitudes. Así se los hice saber a los obispos de Estados Unidos y Canadá en una reunión hace dos años en Florida.

Creo que durante demasiado tiempo hemos visto al norte como proveedor de recursos y financiamientos solamente. Pero ya es tiempo que la Iglesia latinoamericana pueda contribuir a la vida de la Iglesia en el norte de otra manera. Las controversias, por ejemplo, que viven los obispos norteamericanos en torno a la recepción de la Eucaristía, en torno a preferencias político-partidistas, en torno a las “batallas culturales” que gustan dar, podrían ser purificadas en mi opinión, si se dejaran interpelar por algunas intuiciones potentes del magisterio eclesial latinoamericano.

La Iglesia en América Latina no es un mero espejo de la Iglesia en otras latitudes, sino verdadera “fuente” que puede enriquecer a la Iglesia universal. La persona del papa Francisco así lo demuestra. Tal vez ya sea hora de que todos lo acompañemos en esta aventura.

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