Hans Küng falleció con la bendición del papa Francisco

En una entrevista con L’Osservatore Romano, el cardenal Walter Kasper ha revelado que el teólogo quería “morir en paz con la Iglesia a pesar de todas las diferencias”

Hans Küng

“Nunca dejó la Iglesia y nunca quiso salir de ella. Muchos teólogos abandonaron la Iglesia después del Concilio Vaticano II. Él no. En el fondo de su corazón era católico“. Así ha hablado del teólogo suizo Hans Küng, fallecido ayer, en una entrevista con L’Osservatore Romano el cardenal Walter Kasper, quien fue su asistente en la Universidad de Tubinga. “Al final de su vida hubo un acercamiento con el papa Francisco. El verano pasado, llamé al Pontífice y le dije que Küng estaba al borde de la muerte y que quería morir en paz con la Iglesia. El papa Francisco me dijo que le transmitiera sus saludos y bendiciones en la comunidad cristiana”, ha revelado el purpurado.



Así, aunque “las diferencias teológicas permanecieron y no se han resuelto” ya que tampoco hubo tiempo para “discutirlas”, en un “nivel pastoral y humano, sin embargo, hubo una pacificación”. “Sin embargo, puedo asegurarles que estaba ansioso por la reconciliación. Quería morir en paz con la Iglesia a pesar de todas las diferencias”, ha aseverado el cardenal Kasper.

Implantar una reforma

Del mismo modo, el purpurado ha descrito a Küng “no solo” como “una voz crítica hacia la Iglesia o un rebelde”, sino como “una persona que quería provocar una renovación en la Iglesia e implementar su reforma”. Sin embargo, en opinión de Kasper, el teólogo fue “más allá de la ortodoxia católica y por lo tanto no permaneció atado a una teología basada en la doctrina de la Iglesia, sino que ‘inventó’ su propia teología”.

Además, ha destacado como un gran logro por parte de Küng el haber explicado “el Evangelio incluso a personas alejadas de la fe”. “En esto lo hizo bien”, ha aseverado, “pero su eclesiología es demasiado liberal”. Así, mientras coincidían en temas como la necesidad del diálogo ecuménico, Kasper señala que sus opiniones se distanciaban a la hora de abordar la “doctrina de la justificación o los ministerios de la Iglesa”, como la ordenación de las mujeres o la abolición del celibato. En cualquier caso, y a pesar de las diferencias, “la enemistad nunca se creó” entre ellos.

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