José Antonio Fernández Cabrero, hermano mayor de la Macarena: “La pandemia nos coloca en primera línea de batalla”

José Antonio Fernández Cabrero, hermano mayor de la Macarena de Sevilla

En una situación histórica ciertamente excepcional, marcada por la pandemia, llegamos ante la segunda Semana Santa seguida sin procesiones en la calle. Triste, pero orgulloso, José Antonio Fernández Cabrero, hermano mayor de la Macarena de Sevilla, destaca cómo esta crisis ha supuesto una oportunidad para visibilizar lo más hondo de su identidad: el abrazo fraterno al prójimo caído.



PREGUNTA.- ¿Cómo se vive algo así en una hermandad como la Macarena y en una ciudad como Sevilla, donde la religiosidad popular es una esencia de ambas?

RESPUESTA.- Con hondo pesar, pero asumiéndolo con responsabilidad cívica y madurez cristiana. El doloroso para nosotros saber que, por segundo año consecutivo, no podremos realizar nuestra estación de penitencia ni llevar al Señor de la Sentencia y a la Virgen de la Esperanza a tantas personas que los necesitan. Sin embargo, somos conscientes de que, precisamente en estas circunstancias tan adversas y duras, es cuando más estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe y ser ejemplos de cristianos comprometidos con la sociedad y, sobre todo, con los más necesitados.

Hemos de ofrecer este sacrificio al Señor y a la Virgen como una ofrenda de amor hacia el prójimo, ya que, al no salir y respetar las normas sanitarias, contribuimos al fin de la pandemia. Los macarenos debemos afrontar esta Semana Santa sin miedo y con alegría; somos hijos de la Esperanza y debemos anunciarla a nuestras amistades siempre que tengamos ocasión.

Una oportunidad

P.- ¿La pandemia es una oportunidad para vivir el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús desde una mayor clave de silencio e intimidad?

R.- Sin duda. El cristiano, y en mi caso el cristiano macareno, siempre debe buscar el rostro del Señor Resucitado, aún en los momentos más terribles y tenebrosos; esa es nuestra esperanza: sabernos sostenidos y salvados por Dios. Por eso, esta Semana Santa nos permitirá concentrarnos en esta maravillosa gracia que Dios nos ha concedido: somos hijos de la esperanza y, por tanto, candiles luminosos en medio de esta tragedia inédita.

Estamos llamados a iluminar todos los ámbitos en los que estemos, a procurar la alegría y la confianza a quienes nos rodean, a mostrar que siempre hay un buen final aun cuando parezca que estamos abocados a la desesperación. Esto no es un ejercicio naif, ni mucho menos; es un tesoro que, como cristianos, llevamos dentro y debemos compartir con el mundo. Siempre lo estamos, pero, quizás, esta Semana Santa estamos más llamados si cabe a dar testimonio de nuestra fe y evangelizar con nuestros actos en medio de tanto dolor e incertidumbre.

P.- En este año tan difícil, en el que han visto reducidos sus ingresos, ¿cómo han hecho para mantener su fuerte acción asistencial con los más desfavorecidos?

R.- Incrementando los recursos destinados a la caridad y buscando nuevas vías de financiación. Los hermanos nos eligen para algo más que llevar una vara, y ahora debemos ser imaginativos y creativos para buscar recursos hasta debajo de las piedras y entrelazar alianzas con otras entidades que generen sinergias para poder ayudar más y mejor. Llamamos a muchas puertas y, hay que ser justos, nos las abren muchas personas y entidades. Además, contamos con hermanos que contribuyen con donativos económicos y en especie. La receta es sencilla: hay que pedir ayuda para ayudar a los necesitados; es decir, hay que gestionar la caridad con rigor y responsabilidad.

Honda identidad

P.- ¿Es este abrazo al hermano que lo está pasando mal la auténtica razón de ser de una cofradía? Realmente, tras la acción comprometida de tantas hermandades en esta dura crisis, ¿estamos ante un cambio de paradigma en la religiosidad popular?

R.- La cofradía está para dar testimonio público de nuestra fe mediante el procesionar de nuestros titulares de la manera más esplendorosa y solemne que sea posible. La cofradía es el desbordarse a la calle de una vida de hermandad intensa, rica y vigorosa. Y jamás renunciaremos a nuestra inigualable cofradía y a nuestra idiosincrasia por las calles de Sevilla.

En cuanto a hermandad, sí que la caridad es una razón de ser; de hecho, lo marcan nuestra reglas, que determinan nuestros tres fines esenciales: el culto, la formación y la caridad. Y somos fieles a los mismos desde que nos fundamos hace 426 años para ayudar a los enfermos, moribundos y presos de aquel barrio extramuros de Sevilla.

Lo que sí debe cambiar es la frivolidad con la que algunos trataban a las hermandades de Sevilla y Andalucía, reduciéndonos a una especie de club de frikis encantados de “jugar a los pasitos”. Las hermandades de Andalucía somos entidades religiosas con una acción social que articula barrios enteros, sostiene a miles de familias necesitadas y colabora con las administraciones en la promoción de la justicia social y el progreso para todos los ciudadanos. Esta pandemia nos ha permitido visibilizar lo que las hermandades llevábamos años haciendo, colocándonos en primera línea de batalla y siendo para muchas personas el único amparo para llevar una vida digna en medio de esta tragedia. Las hermandades andaluzas sacamos maravillosas cofradías a la calle, pero somos mucho más que eso.

P.- Como hermano mayor de una comunidad cristiana que se ha volcado con los más golpeados, ¿cómo vive este tiempo de pandemia a nivel personal y de fe?

R.- Es muy duro. Todos los días atiendo en mi despacho a hermanos con problemas aterradores, y eso desgasta mucho. Te hace ver la verdadera dimensión de la crisis que nos golpea. Sufro mucho moralmente, y claro que te cuestionas cosas. Al principio de la pandemia escribí un artículo titulado: “¿Y ahora dónde está Dios?”. Te lo planteas al ver las muertes y el sufrimiento a tu alrededor, al observar las colas del hambre en nuestra Asistencia Social y al atender personalmente a los hermanos en tu despacho.

Pero ahora, más que nunca, veo a Dios en mis hermanos voluntarios que, desde el primer día, se pusieron a disposición de la hermandad para atender a los necesitados; veo a Dios en los donantes conocidos y anónimos, que destinan lo mucho o poco que tienen a los más pobres; lo veo en los sanitarios del Virgen Macarena, que siguen asistiendo a los enfermos hasta su último suspiro…

Dios está entre nosotros, se hace presente en mis hermanos, y eso robustece mi fe y me hace limpiarme las lágrimas y querer trabajar todos los días por los demás. En este pandemia siempre he dicho que mis hermanos son las manos desatadas del Señor de la Sentencia ayudando al necesitado y la caricia de la Esperanza a los que sufren. Doy gracia a Dios por tenerlos cerca.

Un testimonio concreto

P.- ¿Recuerda algún testimonio personal que aúne simbólicamente lo que ha supuesto el coronavirus para la Hermandad de la Macarena?

R.- Pues el de una hermana muy mayor, por encima de los 90 años, que, tras salir del confinamiento, me agradeció que la Hermandad de la Macarena hubiera transmitido los cultos en streaming desde el primer día de pandemia, que los voluntarios de la Asistencia Social la llamaran a diario y le llevaran comida y medicinas y que los niños de la hermandad le hicieran un vídeo dándole ánimos. Me confesó que, gracias a sus hermanos, había mantenido la esperanza entre tanto miedo e incertidumbre. Y me lo dijo a los pies de la Esperanza, cuando ya pudo ir a verla a la basílica.

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