Mi Navidad misionera en… Filipinas

Julio Cuesta Ortega, misionero en Filipinas

Julio Cuesta Ortega, natural de Villadiego (Burgos), es, desde 1963, religioso de la Congregación Pequeña Obra de la Divina Providencia, fundada por el santo italiano Luis Orione. “Una comunidad –detalla– presente en 33 naciones y que se dedica a apoyar a los más pobres”. En España están presentes en Madrid, el municipio madrileño de Pozuelo de Alarcón, Asturias, Almonte (Huelva) y Manises (Valencia).



Tras estudiar Teología en la Universidad de Comillas (1969-74) y ser ordenado sacerdote en 1974, empezó para él el sueño misionero, que fructificó muchos años después en Filipinas: “Nuestra congregación llegó aquí hace 30 años, a la zona de Payatas, donde está el basurero de la Gran Manila. Desde hace 20 años estamos también en Montalbán, a unos 12 kilómetros de Manila, y, últimamente, también en la ciudad de Lucena, a unos 300 Kilómetros de la capital”.

En un monumental basurero

Concretamente, su encarnación en el alma filipina se da desde hace 16 años en Payatas y en Montalban: “Es una de las zonas más deprimidas de la Gran Manila; comprende siete ciudades unidas y tiene una población de 16 millones de personas… Payatas se convirtió hace unos 35 años en el vertedero de la Gran Manila… La mayoría de los habitantes de Payatas son squatters (gente que ha ocupado un terreno) y no hay un censo serio de esta zona; pueden ser 200.000 habitantes, aunque, en el municipio o Barangay, ¡hablan de hasta 400.000 habitantes!”.

Atienden a esta vasta población solo dos parroquias: “La nuestra, Mother of Divine Providence Parish, en Payatas-A, y la de los cicencianos, en Payatas-B. En nuestra parroquia, desde el principio, se ha tratado de echar una mano a tanta gente necesitada de lo más elemental”.

Para ello, han creado una ONG bajo el nombre de PAOFI (Payatas Orione Foundation Incorporate), que está al servicio de la gente en tres áreas: “La primera es la alimentación, con nueve comedores para niños desnutridos de dos a seis años, por la que se ofrece una comida diaria gratuita a unos 400 niños. Y a 60 familias se les ofrecen 10 kilos de arroz al mes… La segunda es la salud, donde contamos con una clínica especializada en el tratamiento de la tuberculosis y otra para medicina general… Los servicios son gratuitos o con una aportación mínima por parte de la gente que puede pagar. Se está tratando cada año a unos 500 enfermos de tuberculosis (la mitad de ellos son niños). Finalmente, trabajamos la educación. Al principio de cada curso se entrega material escolar (uniforme y libros…) a unos 350 alumnos. También ofrecemos apoyo escolar (método KUMON, ordenadores…) y, durante e curso, becas de estudio y transporte”.

Julio Cuesta Ortega, misionero en Filipinas

Unos 1.400 bautizos al año

Por si eso fuera poco, “después está todo el trabajo de una parroquia inmensa en la que tenemos unos 1.400 bautizos al año”. Una labor de evangelización en la que pretenden que sea mejor el día a día para muchos en Payatas, que es “todo un mundo de pobreza abandonado por el Gobierno”.

En Montalban, desde hace 20 años, la Congregación Pequeña Obra de la Divina Providencia impulsa un centro para niños abandonados por sus familias y afectados de múltiples minusvalías físicas y psíquicas: “Es el Cottolengo Filipino. Son 40 chicos en régimen de internado. Es un centro del tipo del Hogar Don Orione de Pozuelo de Alarcón (del que se ha hablado mucho en España por ser el lugar elegido por Urdangarín para un servicio de voluntariado fuera de la cárcel), con la diferencia de que aquí no tenemos ninguna ayuda del Gobierno”.

En estos 16 años, Julio Cuesta ha alternado en diversas etapas la pastoral en Payatas con el trabajo en el Cottolengo, donde está ahora: “Estos años de servicio a gente tan necesitada han significado para mí una experiencia inolvidable y fuente de una gran alegría. Es verdad lo del dicho clásico: ‘Servir al Señor (o a los hermanos) es reinar’”.

Un pueblo muy espiritual

En cuanto a la vivencia de la Navidad en Filipinas, el misionero burgalés destaca “el profundo sentido religioso del pueblo filipino, parecido a lo que hemos vivido en España cuando yo era niño, hace 70 años). La Navidad (‘Pasko’ en tagalo) se vive aquí de un modo muy especial. Desde septiembre te desean ya una ‘feliz Navidad’ y se empiezan a oír los típicos villancicos en la calle, en los supermercados…”.

En este sentido, “es famoso y único en Filipinas el ‘Simbanggabi’ (‘Simbahan’ es la Iglesia y ‘gabi’ es la tarde o noche) o Novena de Navidad, también conocida como Misa de gallo o Misa de aguinaldo, que se celebran por la mañana muy temprano (a las cuatro de la madrugada) y, modernamente, también por la tarde para los que no pueden asistir por la mañana… Durante este Simbanggabi, todas las iglesias se quedan pequeñas y muchísima gente sigue la celebración desde fuera del templo”.

Recordando sus últimas 17 Navidades vividas en Payatas y en el Cottolengo, el religioso se siente fascinado por “esa religiosidad muy filipina y esa pobreza extrema en la que viven tantísimos filipinos… El filipino con el que he convivido este tiempo es un filipino bueno, sencillo, conformista con su situación de marginación… y abandonado por el poder publico”.

Julio Cuesta Ortega, misionero en Filipinas

Con los más pobres

“La Navidad en medio de esta gente –asegura– mantiene muy vivo y fuerte su mensaje de fe y esperanza ante el misterio de un Dios que, por amor, ha querido hacerse uno de nosotros identificándose precisamente con los más pobres y abandonados. La auténtica fe en el misterio de la encarnación no puede no ser motivo de una profunda alegría y optimismo… Y es que creemos en un Dios que es Emmanuel, Dios con nosotros y para nosotros”.

Rodeado de exclusión, “no puedes pretender vivir el espíritu de la Navidad en la cómoda intimidad de tu situación económica, ciego y sordo ante el clamor del pobre, que es el grito del mismo Dios que te pide salir de ti mismo y abrirte al hermano, en quien te espera Dios y en quien encontrarás lo que has estado buscando por caminos equivocados sin lograr encontrarlo”.
Así, consciente de que “la Navidad es el misterio de un Dios que lo da todo, que se da a sí mismo por amor a cada uno de nosotros y que nos invita a seguir el mismo camino en nuestra relación con los demás”, Julio define su experiencia misionera como “un regalo de Dios, una suerte. ¡Cuántas oportunidades para vivir la alegría de un encuentro con Dios en el encuentro emocionado con la sencillez del pobre, con la alegría, en la sonrisa de quien se siente abandonado por todos y puede comprobar que no es verdad…”.

Ante la pandemia y los tifones

Además, esta Navidad está muy marcada por la pandemia del Covid-19 y por los últimos tifones: “El ultimo de ellos, Ulises, ha afectado muy gravemente a muchas familias aquí en Montalban. Nosotros hemos sufrido las consecuencias mínimamente, por lo que ahora nos toca echar una mano, con generosidad, sin contar el tiempo dedicado y sin ahorrar esfuerzos a los más necesitados y experimentando la profunda alegría de hacer el bien a los demás”.

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