Mi Navidad misionera en… Filipinas

El claretiano español Ángel Calvo, quien lleva cuatro décadas en Filipinas, comparte desde su misión en Zamboanga (Mindanao) cómo celebran estos días la natividad de Jesús de Nazaret: “Este es un país aparentemente muy cristiano y que vive la Navidad casi instintivamente con manifestaciones de luz y de sonido. En el mes de diciembre, todas las reuniones se convierten en reuniones celebrativas, donde los grupos más diversos se dedican a cantar villancicos por todas las esquinas, recogiendo donaciones para ayudar a los necesitados”.



“Es típica –prosigue el misionero– la misa de aguinaldo todos los días de la novena antes de Navidad, que se celebra bien temprano y en la que se concentran cantidad de personas todos los días y donde las decoraciones de luz, que ellos llaman el ‘parol’, brillan por doquier… Esta es la decoración favorita de Navidad en todo el país”.

Este 2020, todos confinados

Sin embargo, este año será todo diferente: “Estamos confinados en nuestra casa, en nuestra comunidad, desde el 20 de marzo, sin poder salir ni recibir visitas incluso de Basilan, Zamboanga del Sur o de Manila… Todos los hoteles y restaurantes están cerrados; lo mismo con las iglesias y las capillas, aunque ahora van aceptando fieles. Solo escapan a las restricciones los comercios de primera necesidad, que sí están abiertos… para los que pueden comprar”.

La situación es tal que, “incluso, la alcaldesa de la ciudad se ha dirigido a la población para pedirle que se ‘salten las celebraciones’ porque es muy peligroso. Se ha repartido bastante arroz para que coman, pero, si no hay trabajo, ¡no hay comida!”.

Diálogo interreligioso

Desde su centro ecuménico, Solidaridad Interreligiosa por la Paz, donde trabajan codo con codo con otras confesiones, también notan el parón: “Nuestra Campaña de la Paz en Mindanao, que se celebra en todo el país entre finales de noviembre y principios de diciembre, este año se ha limitado a vernos por Zoom. Eso sí, hemos podido reconocer la labor de los doctores y enfermeras que se ocupan de los hospitales mientras recordamos la primera vez que nos juntamos musulmanes, cristianos y pueblos indígenas”.

A nivel de comunidad, los claretianos buscan no frenar sus proyectos esenciales: “Nosotros hemos tenido que llevar la escuela sin estudiantes… Todas las clases se están dando por ordenador. Mantenemos dos centros de chavales, uno para chicos de la calle y otro solamente para chicas, víctimas del tráfico humano. Además, tenemos la educación de calle, que significa ayudar con comida a los chavales mas abandonados que malviven sin un techo”.

Ganas de salir

“Yo –concluye Calvo– tengo que ir a visitar casi cada día los centros de chavales, y es impresionante verlos encerrados en un casa que, al menos, es grande. Una tiene un pequeño huerto donde cultivan sus hortalizas. Menos mal que ahora tienen trabajos de la escuela donde siguen sus cursos. Pero tienen muchas ganas de salir fuera y pegarse un baño en la playa…”.

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