Madeleine Delbrêl: misionera en la ciudad marxista

Misionera en los suburbios de París

La frontera de Madeleine Delbrêl estaba en Ivry-sur-Seine. Para llegar allí, se toma la línea siete del metro parisino; dejando atrás la grandeur de los edificios y bulevares haussmanianos, el lujo de los escaparates relucientes y los cafés llenos de gente y ruidosos para llegar a una de las ciudades satélite que una vez rodeaban la capital y que hoy son parte de su periferia: edificios populares, edificios bajos, algunos ejemplos de arquitectura moderna, la Marie, espacios sin cultivar y jardines bien cuidados, rostros que vienen de lejos, mercados étnicos.



Ivry-sur-Seine era llamada la ciudad de las 300 fábricas y fue hasta los años setenta un crisol de tensiones, reivindicaciones salariales, luchas obreras, enfrentamientos sociales e ideológicos. Hegemonizado y gobernado por el partido comunista de Maurice Thorez. La parroquia está en el bulevar Stalingrad.

Hasta 1964, Madeleine Delbrêl, poeta, trabajadora social, mística, vivía en el número 11 de la Rue Raspail, a pocos metros de la plaza principal. Con ella una o dos compañeras, después hasta veinte. El grupo se llamaba Charité de Jesus. Estaba formado por laicas sin vínculo institucional cuya misión era estar en la calle, junto con la gente que sufría y abrir a cualquiera su propia casa. Sin orden, sin jerarquía. Solo Madeleine.

Había llegado a esa ciudad habitada por la clase obrera y el marxismo en 1933, cuando había elegido “ser voluntariamente de Dios tanto como una criatura humana puede pertenecer al que ama”. Y luchar en el frente de la pobreza, las condiciones laborales, el trabajo y la explotación. Contra la pobreza, sus aliados eran los comunistas. Contra el marxismo lideró una lucha estrecha en nombre del cristianismo y de Dios. Sin odiar a quienes lo apoyaron, de hecho con colaboración y amistad “Jesús nos dijo que amemos a todos nuestros hermanos y hermanas. Pero no dijo ‘excepto los comunistas’”.

Conversión violenta

Madeleine era de una familia burguesa y abiertamente atea. Escribió poemas nihilistas y enfadados “Dios está muerto, viva la muerte”. Luego vino la conversión. Violenta. Así es como ella mismo lo define: “conversión violenta”. Cómo sucede, por qué, no se sabe. Tampoco ella, que escribe mucho y analiza todo, sabe encontrar una explicación. Se enamora de Dios. No lo busca. Es Dios quien la encuentra y ya nunca la abandona, dice.

El resto de su vida viene con la naturalidad con la que un río encuentra su cauce y continúa fluyendo tranquilo o impetuosamente según los momentos y lugares.

Madeleine es oficialmente la trabajadora social del municipio rojo, dirigido por los comunistas, pero en realidad es mucho más: un punto de referencia, una guía, una compañera de los pobres. Hay guerra y el fin de la guerra, los pobres, los refugiados, las personas sin hogar, los niños sin escuelas, los enfermos sin hospitales. Luego la fábrica, la explotación, la miseria. Ella y sus hermanas se dedican a aliviar el sufrimiento y la desigualdad. Ivry se convierte en un laboratorio en la lucha contra la pobreza y la exclusión. Y la tierra de misión contra el ateísmo.

Continúa escribiendo y produciendo: meditaciones, poemas, tratados. Libre e inconformista, a menudo no está de acuerdo con las posiciones oficiales de la Iglesia.

Mala alumna y amiga fiel

Cuando sale su libro ‘Ciudad marxista, tierra de misión’, Madeleine se lo entrega al vicealcalde de Ivry de quien era fiel colaboradora. Para entender cómo luchó Madeleine y en qué frontera se encontraba, vale la pena leer su dedicatoria al vicealcalde de Ivry y la respuesta del comunista. “Para Venise Gosnat, de quien he sido una mala alumna en el marxismo, pero del cual también soy una amiga fiel, respetuosa de su bondad y de su generosidad concreta, ofrezco este libro de todo corazón, segura de que si no lo aprueba, lo comprenderá”.

Responde Venise Gosnat: “Después de que el marxista, que soy yo, ha expresado la razón principal del profundo desacuerdo existente sobre la cuestión social con la cristiana que tú eres, el amigo quiere decir ahora que tú no te equivocas y asegurarte que yo te entenderé…  Con tu innegable talento nos has metido en un buen lío: pero en lo que se refiere a nuestra amistad estoy seguro de que tú estás tranquila como lo estoy yo. Se te ha dado la fuerza de hablar a todos de parte de Dios. Conscientemente fiel a mi partido comunista y a su política, yo formo parte de los cuadros locales de la red marxista. Cada uno de nosotros continuará a proclamar la propia certeza pero el profesor no olvidará las cualidades de corazón y la delicadeza de su mala alumna en marxismo”.

Se puede estar en un frente y no odiar a tu enemigo, más bien estimarlo y ser estimada. Podemos luchar juntos contra un enemigo común. Esto enseña Madaleine en su vida de fronteriza. Partidaria de la participación más amplia de los laicos en la Iglesia, murió repentinamente en su mesa de trabajo el 13 de febrero de 1964, el mismo día en que, por primera vez, un laico había tomado la palabra durante el Vaticano II. Miles llegaron a su funeral organizado por el municipio con banderas rojas para darle la última despedida.

*Artículo original publicado en el número de julio de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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