Diez píldoras de fe, esperanza y vida que nos legó Adolfo Nicolás

Adolfo Nicolás con Arturo Sosa

Fallecido ayer, 20 de mayo, a los 84 años, todo el mundo recuerda que Adolfo Nicolás fue el superior general de la Compañía de Jesús entre 2008 y 2016 y que ha muerto en Japón, la tierra en la que encarnó como misionero y en la que ha pasado la mayor parte de su vida. Pero este sencillo jesuita, nacido en un pequeño pueblo de Palencia (Villamuriel de Cerrato) en abril de 1936, a punto de estallar la Guerra Civil, nos ha dejado un legado eterno en sus frases, algunas de las cuales recuperamos aquí.



Hombre de alma extensa y expandida, horizontal y acogedora, reclamaba que “el cristiano es esencialmente comunitario. Vaya donde vaya, crea comunidad, porque acepta, perdona, alegra, apoya, aguanta”.

Mensaje a los jóvenes

También tuvo un mensaje claro para los jóvenes: “Vosotros sois los responsables del presente histórico. No solo debemos hacer lo que nos gusta y queremos, sino lo que necesitan los demás y podamos colaborar y aportar”.

Su ser jesuita se aprecia claramente en esta llamada: “Las soluciones del pasado ya no sirven para los problemas de ahora. Las situaciones contemporáneas exigen creatividad. La globalización no la podemos parar, pero sí podemos humanizarla, y eso exige creatividad”.

Conformado desde sus raíces

Donde se puede apreciar claramente quién era Adolfo Nicolás, es en esta larga y distendida entrevista con el equipo de comunicación de la Compañía. Allí, entre otras cosas, recuerda su infancia: “Mi niñez ha estado marcada por los desplazamientos. Nos movíamos de una a otra ciudad siguiendo los destinos de mi padre. (…) Antes de llegar a la universidad, estuve en siete colegios distintos. Para un niño, esto es una experiencia muy dura; hacer amigos y dejarlos una y otra vez… Al final resultó ser una bendición. En Japón, cada seis meses me movía de una comunidad a otra. (…) He tenido que viajar frecuentemente en el sudoeste asiático: diferentes países, lugares, comunidades… Y mi experiencia pasada me ha hecho mucho bien en este sentido. Lo que fue dolor en mi infancia, resultó una bendición para el futuro”.

También destaca cómo le han marcado los suyos: “He nacido en una familia trabajadora, en un pequeño pueblo. Esto me ha dado una gran sensibilidad hacia lo sencillo, que no siempre he sabido apreciar. Me encantan las relaciones sencillas, la vida sencilla y la gente no muy sofisticada. A pesar de haber vivido más tarde en ciudades como Barcelona y Madrid, la sencillez de mi pueblo siempre ha sido clave para mí: los cielos abiertos de Castilla, los anchos horizontes…”.

No es una cruz

Y no deja de lanzar un aviso a navegantes hacia cierto perfil de consagrados: “No me gusta – y no quiero juzga a nadie—cuando un religioso, jesuita o no, habla de la vida religiosa como una cruz, algo difícil con lo que hay que cargar. La mayoría de las veces no tiene sentido, porque la gente casada tiene también enormes problemas y dificultades, y la gente que lucha por ganarse la vida de forma ordinaria carga con frecuencia con una gran dosis de cruz. He visto gente luchando toda su vida; los inmigrantes, por ejemplo. Por ello, poner de relieve o exagerar las dificultades de la vida religiosa no tiene mucho sentido. Creo en el servicio, y en mi vocación como una vocación de servicio. Me gusta servir y creo que es nuestra espiritualidad”.

Finalmente, se puede adentrar en el corazón de su alma leyendo este extracto de su homilía, en la iglesia romana del Gesù, en una misa celebrada el 20 de enero de 2008: “La fuerza del servidor es solamente Dios. Nosotros no tenemos otra fuerza. Ni las fuerzas externas de la política, de los negocios, de los medios de comunicación, ni la fuerza interna de la investigación, del estudio, de los títulos. Solamente Dios. Como los pobres”.

En dicha reflexión, por cierto, ya se adelantó unos años a Francisco al señalar las periferias existenciales que han de ser abrazadas desde el Evangelio: “Oramos todos juntos por este sentido de misión de la Iglesia, para que sea a favor de las ‘naciones’, no de nosotros mismos. Las ‘naciones’ que todavía están lejos, no geográficamente, sino humanamente, existencialmente. Para que la alegría, la esperanza que viene del Evangelio, sea una realidad con la que nosotros podamos colaborar un poco. Haciéndolo con mucho amor, y con un servicio desinteresao”.

No era el ‘papa negro’

Finalmente, en una entrevista con Vida Nueva, en 2013, tras ser elegido presidente de la Unión de Superiores Generales (USG), nos regaló un poco de su fina ironía cuando rechazó tajante el ‘título’ de ‘papa negro’ con el que algunos denominan al prepósito general de los jesuitas: “Yo ni soy papa ni soy negro. Lo del ‘papa negro’ es bastante reciente, viene de la unificación de Italia. Durante un corto período de tiempo, el general de los jesuitas tuvo que vivir fuera de Roma, cerca de Florencia, y, cuando volvió a Roma, le recibieron como al ‘papa negro’”.

“No me gusta la expresión –zanjaba– porque se utiliza como referencia al poder. El poder no tiene ningún valor religioso ni cristiano. El color negro tampoco tiene valor alguno, no hay diferencia con otros colores. Por tanto, ‘papa negro’ es un título popular, pero vacío de contenido”.

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