El cardenal de Bolonia, nacido en Roma hace 64 años, ha sido –por muchos años– párroco de la Basílica de Santa María en Trastevere en Roma y asistente eclesiástico de la Comunidad de Sant ‘Egidio, con la cual ha crecido pastoralmente. Matteo Zuppi tuvo un rol de relieve en las negociaciones de paz para Mozambique y Burundi. En 2012, Benedicto XVI lo nombró obispo auxiliar de Roma y, sucesivamente, Francisco lo ha elegido, en 2015, como arzobispo de Bolonia. En octubre del año pasado, el Papa lo hizo cardenal con el título de Sant’ Egidio, siendo el más joven entre los cardenales italianos. Vida Nueva, a través de su colaborador Marco Gallo, entrevista al cardenal arzobispo de Bolonia.
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PREGUNTA.- La pandemia ha develado cuánto una mentalidad individualista debilita la solidaridad y niega la existencia de un destino común. Las palabras del Papa Francisco (“Estamos todos en la misma barca”) han puesto de relieve por donde viene y se obtiene la salvación, en un esfuerzo comunitario y colectivo ¿Cómo se debe hacer crecer esta conciencia en el pueblo de Dios?
RESPUESTA.- Efectivamente, no se debe dar por descontado que uno se siente estar en la misma barca. Siempre pensamos que los problemas les suceden a otros o tal vez tenemos la tentación de levantar muros y de encerrarnos adentro porque de esa manera nos sentimos más seguros. Los soberanismos, en el fondo, expresan justamente esta tentación, e individualismo y soberanismo se nutren mutuamente. En ocasión de su primer viaje como Papa a Lampedusa, usó una expresión para honrar decenas de personas muertas ahogadas porque no habían sido socorridas. Hablando de la tentación de sentirse espectadores, él dijo que estamos dentro de una pompa de jabón. Era una imagen clarísima para describir la ilusión de sentirnos diferentes. Y bien, el virus ha hecho explotar la pompa de jabón revelando que somos como todos y que nuestra condición está ligada a la de los otros. Una pandemia requiere universalidad y no provincialismos y superficialidad. El virus nos ha hecho entender que todo nos atañe, que todo aquello que arruina el medio ambiente compromete nuestra misma casa, porque es una sola, la única que tenemos en común. O sea, nadie se salva solo. Y espero que esta conciencia nos empuje a buscar mayor solidaridad interna en los países y entre ellos, porque es la única vía de escape.
P.- Usted puso la atención de su ministerio pastoral –antes con Sant ‘Egidio y hoy con la gente de Bolonia– en los “descartados” de la sociedad (ancianos, gente en situación de calle, refugiados, enfermos, etc.) ¿Cómo ha evolucionado en este tiempo? ¿Cómo se construye entre los fieles una conciencia del primado de los pobres en la vida de la Iglesia?
R.- Desde cierto punto de vista es siempre la misma. Atención para los últimos significa ir a su encuentro, intentar serles cercanos, mirarlos a los ojos, tocarlos. De otra forma se vuelven fácilmente una categoría y al final se piensa que uno está eximido de tener una relación personal con ellos, por el rol o por la condición. Nunca podremos acostumbrarnos a ver un hambriento, debemos reconocerlo siempre, y sobre todo no dejar de indignarnos, la capacidad del llanto, la elección de organizar respuestas concretas, es decir la solidaridad. No existe una filosofía complicada por aprender sino la compasión, sentimiento que Jesús nos dona. Por otro lado, la pobreza cambia. Piense cómo el coronavirus ya ha provocado y va a provocar mucho más sufrimiento y nuevos pobres, exasperando la condición de tantos que estaban precarizados y en condiciones de inestabilidad, y arrojando en la miseria a parte de la clase media. Esto llama a tener respuestas inmediatas y también la determinación en reconstruir buscando justicia y equidad, porque también el sistema económico que tanta pobreza genera o acepta, debe cambiarse. Muchos hablan de reconstrucción como fue después de la Segunda Guerra Mundial. Sí, tal vez sea propiamente así, pero entonces es necesario entender qué es lo que se debe cambiar, no repetir los mismos errores, darse cuenta de las fragilidades, de las contradicciones y también, al final, que el mundo es verdaderamente un hospital de campaña.
El futuro, a la luz de la pandemia
P.- El Papa Francisco está preocupado por el futuro de nuestras sociedades; cómo saldremos de esto: Hay quien habla de un vuelco antropológico: el distanciamiento social puede provocar una frialdad en las relaciones humanas. Pilar Rahola ha afirmado que existe el riesgo del crecimiento de los populismos y de los soberanismos y que, la crisis de Europa con su incapacidad de tomar decisiones comunes rápidas, ha aumentado el contagio. ¿Observa un riesgo real de debilitamiento de las democracias occidentales en detrimento de un aumento de regímenes autoritarios que con el pretexto de la pandemia restringen las libertades individuales?
R.- Pienso que ha acelerado procesos que ya estaban en curso. Tal vez permite, paradójicamente, un uso más real de lo digital, aunque la tentación de la virtualidad es siempre una trampa y puede deformar las relaciones. Sin embargo, en estas semanas hay que decir que lo digital ha ayudado a lo real, permitiendo relacionarse, lo cual de otra manera no hubiera sido posible. ¡Lo digital ha permitido lo espiritual! Claro, está la distancia, el aislamiento, la tentación de pensarnos islas, tantas realidades del hombre digital que no comenzaron ciertamente con el virus. Tal vez nos hayamos dado cuenta, obligados todos a vivir aislados, del mal que esto puede traer y de cómo es inaceptable, por ejemplo, dejar solos a los más débiles, aquellos que ya sufrían un evidente aislamiento, como son la gente en situación de calle o los ancianos en los institutos geriátricos. Lo que ha sucedido con ellos ha sido una verdadera masacre que debe llevar a rever las políticas sociales y sanitarias al respecto. Me temo que el soberanismo puede llegar ciertamente a hacer surgir el miedo y la ignorancia, haciendo creer a la gente algunas respuestas posibles que no son tales y produciendo un retroceso: pensemos en Europa, sus conquistas, fruto dolorosísimo de los nacionalismos desgraciados del siglo pasado. Es necesario que Europa elija recuperar la intuición y el coraje inicial. En esto hay mucho de cristiano y de visión evangélica, aquella por la cual el todo es superior a la parte.
P.- América Latina, desde antes de la pandemia, vive una fuerte crisis económica y un aumento vertiginoso de la pobreza. El modelo de acumulación neoliberal ha hecho pagar precios altísimos a las sociedades latinoamericanas, fuertemente endeudadas. El Papa Francisco ha apoyado siempre los movimientos populares, que tienen un origen estrictamente latinoamericano: la búsqueda de una nueva economía familiar que protege el medio ambiente, el surgimiento de un trabajo genuino en el cual el pobre sea protagonista y ya no un asistido. ¿Será este el modelo a seguir en el post pandemia? ¿Cómo ve en esta perspectiva el futuro en América Latina
R.- La carta del Papa es muy clara. Los movimientos populares representan un interlocutor importante para no acostumbrarse a las injusticias, para llegar a sectores que siempre son excluidos y que en ellos pueden encontrar su expresión y palabras, es decir esperanza. Cabe desear que los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos no son suficientes, y que son las personas y los pueblos quienes deben estar en el centro. La propuesta que ha hecho del salario universal requiere también a quien tiene responsabilidad que tenga una visión, el coraje de construir un futuro para que no exista la tentación de volver atrás, sino que partimos de esta adversidad para construir un futuro mejor y para arreglar lo que no va bien.
P.- ¿Cómo nació su relación con el Papa Francisco? ¿Qué recuerdos tiene de sus encuentros con el arzobispo argentino? Su estilo de sacerdote, de obispo es ese “callejero”, el de ser padre y hermano en medio del rebaño. Como comunicador del Evangelio, ¿cuáles son las cualidades que usted aprecia más del papa Francisco
R.- Creo que la mejor capacidad que tiene el Papa es justamente la empatía, que no tiene nada de misterioso, sino que es fruto de pensarse a sí mismo para los otros, de respeto, de escucha, de hacer a los otros aquello que se quiere para uno mismo, de dar valor a cada encuentro, para que en cada uno haya algo que quede de creativo, es decir de Espíritu de amor que viene de Dios. Y después, la capacidad de atar el evangelio a la vida, con las imágenes que llegan hasta los nodos de la historia concreta de los hombres y del mundo. Evangelio y persona, más Evangelio y más humanidad. Y entonces hoy logra hablar a todos de manera clara, simple y profunda, y da respuestas para los problemas concretos justamente por esto, haciendo simple aquello que de otra manera es inútil y completamente complicado. Creo que el virus nos ha hecho pasar de la existencia a la historia, de una lógica interna a un duro choque con el mal en la realidad del mundo, así como es. La imagen, dramática y espiritual de su intercesión en la Plaza San Pedro, vacía, pero en realidad llena de todos, nos acompañará y dará consolación en el presente y en el futuro. Y cuando hablaba de hospital de campaña, ahora entendemos tal vez que tenía razón. Solo lo entendemos porque hemos sido golpeados directamente. ¡Esperemos que nos demos cuenta, aunque las víctimas sean otros!
Traducción de Alejandra Fernández