Cardenal Matteo Zuppi: “Quien agita el miedo al migrante, lo pagará”

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Tiene un imán. Resulta complicado verle caminar, lo mismo por el Trastévere que por Bolonia, sin que alguien le interrumpa el paso. De la misma manera que cuesta borrarle totalmente del rostro una leve sonrisa. Anda algo desgarbado, quizá para que nadie piense que contempla el mundo por encima del hombro. Es un purpurado de altura. Intelectual, pastoral y diplomática. Lo certifica su faceta como mediador de la Comunidad de Sant’Egidio en una crisis como la mozambiqueña, o ese trabajo callado por los más desfavorecidos y hacia las personas con discapacidad que en estos días ha salido a la luz.

PREGUNTA.- Una mañana desayuna como arzobispo y, poco después, almuerza como cardenal. ¿Cómo se digiere?

RESPUESTA.- Da algo de susto, la verdad, porque supone una gran responsabilidad. Aparentemente, no cambia nada y tiene que ser así, no tengo por qué cambiar como soy, porque así ha confiado el Papa en los nuevos cardenales. Además, la manera en la que Francisco concibe la figura del cardenal nos lleva a vivirlo con sencillez, pero con fortaleza y convicción. Ser cardenal es un empuje para seguir adelante en un proceso de renovación personal y para ayudar a la Iglesia a vivir el Evangelio.

P.- ¿Es una birreta compartida con la Comunidad de Sant’Egidio? No en vano, el Papa se ha sacado literalmente de la manga  para usted el título de cardenal de Sant’Egidio, inexistente hasta la fecha…

R.- ¡Cómo no! Por supuesto que sí. Cada uno de nosotros es su historia. Cuando yo escucho a algunas personas que presumen de hacerse a sí mismas, no me lo creo. Todos necesitamos, al menos, de Dios, de un padre, de una madre… Somos el fruto de todos y cada uno de los encuentros que hemos tenido en nuestra vida con los demás. En mi caso, junto a mi familia, que me regaló los pilares de quien soy como persona y de mi fe, también está la Comunidad de Sant’Egidio. Sant’Egidio es para mí un Evangelio vivo, que me habla personalmente y nutre mi vocación. También me han configurado la Iglesia de Roma, donde he realizado siempre mi servicio y, desde hace cuatro años, la Diócesis de Bolonia. Soy quien soy gracias a todos y cada uno de estos pedacitos de mí y estoy muy orgulloso de que así sea.

Obreros de la paz

P.- El trabajo diario de la Comunidad de Sant’Egidio, ¿nos pone de relieve que el Evangelio de la paz no es una utopía, sino que se puede hacer realidad en un proceso de paz, en los corredores humanitarios…?

R.- No solo es posible, sino que la paz es fundamental. No hay vida sin paz. En esta guerra mundial que estamos sufriendo por fascículos, tal y como lo expresa el papa Francisco, nos tiene que hacer caer en la cuenta de que el problema no es de los países que hoy por hoy tienen un conflicto en su interior, sino que también nos afecta y nos concierne a nosotros. Tenemos que hacer algo. Si no nos involucramos personalmente en la construcción de la paz en nuestro entorno, corremos el riesgo de acostumbrarnos a vivir en un ambiente bélico y hacernos cómplices de la guerra. Por ejemplo, todos podemos contribuir a luchar contra el racismo. Si lo aceptamos o permanecemos callados, estamos alimentando la violencia. Estamos llamados a ser obreros de la paz y no hombres de la guerra.

P.- Hace unos días, el papa Francisco bendijo una escultura dedicada a los migrantes en la Plaza de San Pedro, epicentro del orbe católico. ¿Qué les diría a los cristianos que sospechan del extranjero, le ven como una amenaza y creen que los muros son la mejor solución?

R.- En nuestro día a día, el miedo nos ayuda a no hacer tonterías, porque nos hace ver que podemos estar ante una situación de peligro. Es un indicador a partir del cual hay que buscar argumentos para dar una respuesta seria: si ese miedo anunciaba realmente un riesgo o si simplemente era un elemento más a tener en cuenta. Por ejemplo, la oscuridad y la noche no son malas por sí mismas, aunque a alguien le puedan generar miedo y le lleven a ir con más preocupación. En relación a los migrantes, creo que hemos hecho poco para reducir ese miedo irracional y no hemos explicado suficientemente bien que no son una amenaza por sí mismos. También creo que quienes agitan esa bandera del miedo, al final lo pagarán. (…)

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