El otro virus: la pobreza que viene

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Hace ya casi dos meses que descubrieron qué se escondía tras las siglas ERTE. Wilder, su jefe y su otro compañero echaron el cierre a la peluquería del barrio y, desde entonces, están confinados cada uno en su casa. El Expediente de Regulación Temporal de Empleo, que en un principio era por 15 días, luego por 30 y ya pasa de 45, les dejó sin empleo y sin sueldo, puesto que a día de hoy todavía no han cobrado la prestación pública.



Sin ahorros, ayuda familiar y con ingresos cero tienen que seguir dando de comer a sus hijos. Él y su mujer, Roxana, son solo un ejemplo de la situación que viven muchas familias en el barrio de Hortaleza en Madrid, con una población humilde que no ha quedado al margen de la embestida del coronavirus, pero que han encontrado el abrazo –hoy en sentido más literario que nunca– de la parroquia de Santa Rosalía, del párroco Ramón Montero (Moncho para todos ellos), de todos sus voluntarios y de Cáritas Madrid.

Esta familia boliviana, con un arraigo de más de 15 años en España, llegó a nuestro país como tantas otras, para buscar trabajo, como recalca el propio Wilder. Peluquero, su sueldo es el sostén de toda la familia, puesto que su hija Nicol (18 años) estudia y su mujer se dedica a criar a sus dos hijos menores –Ian, de 3 años, y Xavi, de 5– y, de vez en cuando, cuida a algunos niños de su comunidad.

Ahora están pasando estos primeros días de pandemia con la ayuda, tanto económica como alimentaria, de Cáritas Madrid a través de su parroquia. “Hay que pagar el alquiler, la luz, el agua… Y esas facturas no se paran”, indica Roxana al otro lado del teléfono. Por si fuera poco, este estado de alarma les ha sorprendido con el pequeño de la familia enfermo.

Población “insegura”

Ellos son el rostro de esas 900.000 personas que el VIII Informe FOESSA de la Comunidad de Madrid sitúa como población “insegura”, es decir, quienes no están en riesgo de exclusión –estos son ya 1 millón– pero ante una crisis no tienen el colchón suficiente para mantenerse solos. De los 6,6 millones de habitantes de Madrid, 1,9 componen el arco de la sociedad más vulnerable.

“La perspectiva de futuro la hemos perdido, no sabemos qué va a pasar mañana o pasado. Pero creo que es un sentimiento generalizado”, apunta Wilder. No obstante, hoy ven algún rayo de luz tras el plan de desconfinamiento del Gobierno y tras haber podido salir a la calle para dar un paseo. “Los niños estaban ya agobiados, habían dejado de jugar para solo pelearse”, cuenta poniendo un poco de humor.

De cualquier modo, hasta que su situación mejore, seguirán yendo cada día a las 18:00 horas a buscar comida a la parroquia. Una ayuda que no dejan de agradecer. “Están poniendo en riesgo su vida. Moncho se merece un millón de aplausos y abrazos. Todo Cáritas son gente maravillosa”, dice Wilder. Roxana va más allá y personaliza su agradecimiento en Petri. Es voluntaria de la parroquia y vive en su misma comunidad. “Está muy pendiente de mi hijo siempre”, agradece a su santa de la puerta de al lado.

En medio de la pandemia, Moncho se ha convertido en el padre de todos. Siempre sacando tiempo para sus vecinos. “La situación ha cambiado mucho en estos días, nos movemos de forma diferente y siempre intentando ser una Iglesia de puertas abiertas y en salida pese al estado de alarma”, explica minutos después de asistir a un entierro –otro más–. Los números no engañan. En el foco de la epidemia, la ayuda demandada a Cáritas Madrid se ha triplicado, como informa la propia entidad.

Reducir la exclusión

Por su parte, la preocupación de Moncho aquí y ahora es si va a tener alimentos mañana, y pasado y al otro día… “Gracias a Dios, las donaciones no han cesado. Pero si no nos surten de alimentos de aquí a junio, ¿qué hacemos?”, se pregunta. Hasta el momento han sido capaces de entregar 8.000 kilos de comida y espera en el próximo mes igualar esta cifra; eso sí, siendo consciente de que si al principio daba cuatro kilos de arroz a cada familia ahora solo puede dar dos.

Y este trabajo lo puede seguir llevando a cabo gracias a la familia hondureña que acogió en su parroquia tras la llamada del cardenal Osoro a refugiar a personas en situación de asilo en España. “Los voluntarios de la parroquia son personas de avanzada edad. Pese a su entrega, porque quieren venir, no lo puedo permitir. Que me contagie yo no es un problema, pero es prudente que ellos no participen por ser población de riesgo. Mi nueva familia me ayuda a hacer los carritos de comida y a ir entregando”, explica.

Y todo este servicio lo llevan a cabo bajo las medidas de seguridad pertinentes, puesto que Moncho ha hecho acopio de mascarillas, guantes y gel hidroalcóholico para la tranquilidad de usuarios y voluntarios.

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