Francisco: “Los pobres son los porteros del cielo”

  • Durante la eucaristía de la Jornada Mundial de los Pobres, Francisco provoca a los fieles: “Yo cristiano, ¿tengo al menos un pobre como amigo?”
  • “¡Qué hermoso sería si los pobres ocuparan en nuestro corazón el lugar que tienen en el corazón de Dios!”, exclamó en la homilía

El Papa Francisco, en la III Jornada Mundial del Pobre

“Yo, cristiano, ¿tengo al menos un pobre como amigo?”. Este es el desafío que lanzó esta mañana el Papa a cuantos le escuchaban en  la basílica de San Padro. De esta manera Francisco volvía a situar a los últimos en el epicentro del ser y hacer de la Iglesia católica durante la eucaristía con motivo de la III Jornada Mundial de los Pobres.

“¡Qué hermoso sería si los pobres ocuparan en nuestro corazón el lugar que tienen en el corazón de Dios! Estando con los pobres, sirviendo a los pobres, aprendemos los gustos de Jesús, comprendemos qué es lo que permanece y qué es lo que pasa”, exclamó el Papa durante su homilía. Es más, anunció a los presentes que “los pobres nos facilitan el acceso al cielo; por eso el sentido de la fe del Pueblo de Dios los ha visto como los porteros del cielo”.

El tesoro de la Iglesia

Por eso, no dudó en presentarlos como “nuestro tesoro, el tesoro de la Iglesia, porque nos revelan la riqueza que nunca envejece, la que une tierra y cielo, y por la cual verdaderamente vale la pena vivir: el amor”.

“Los pobres son preciosos a los ojos de Dios porque no hablan la lengua del yo; no se sostienen solos, con las propias fuerzas, necesitan alguien que los lleve de la mano”, explicó ante un templo lleno, para subrayar que los marginados “nos recuerdan que el Evangelio se vive así, como mendigos que tienden hacia Dios”.

Las bienaventuranzas

“La presencia de los pobres nos lleva al clima del Evangelio, donde son bienaventurados los pobres en el espíritu”, comentó, para recomendar que “más que sentir fastidio cuando oímos que golpean a nuestra puerta, podemos acoger su grito de auxilio como una llamada a salir de nuestro proprio yo, acogerlos con la misma mirada de amor que Dios tiene por ellos”.

Ese sueño de una Iglesia de los pobres y para los pobres que anunció en los primeros días de su Pontificado y que ha ido plasmando en iniciativas, reformas y jornadas como esta, vertebró una homilía que tuvo como punto de partida el Evangelio de Lucas en el que Jesús lanza un “Yo soy” para que los discípulos no se dejen llevar por cantos de sirena.

El buenismo

“¿Y cómo se distingue la voz de Jesús?”, preguntó el Papa a los asistentes a la misa. “No basta la etiqueta ‘cristiano’ o ‘católico’ para ser de Jesús”, aseveró el Papa argentino, convencido de que “2s necesario hablar la misma lengua de Jesús, la del amor, la lengua del tú. No habla la lengua de Jesús quien dice yo, sino quien sale del propio yo”. Así, denunció a quienes viven en  “la hipocresía del yo”, de aquellos que buscan hacer lo correcto “para ser considerado bueno” o para recibir una recompensa.

En este sentido, el Papa advirtió de una tentación que pueden calar entre los discípulos de Jesús. Por un lado, “la prisa, el ahora mismo”.  “Nos hay que prestar atención a quien difunde alarmismos y alimenta el miedo del otro y del futuro, porque el miedo paraliza el corazón y la mente”, aconsejó, a la vez que alertó del peligro de dejarse llevar “por el cosquilleo de la curiosidad, por la última noticia llamativa o escandalosa, por las historias turbias, por los chillidos del que grita más fuerte y más enfadado, por quien dice ‘ahora o nunca’”.

“Atraídos por el último grito, no encontramos más tiempo para Dios y para el hermano que vive a nuestro lado”, subrayó para recordar cómo esta actitud vital alimenta la cultura del descarte: “Cuántos ancianos, niños no nacidos, personas discapacitadas, pobres son considerados inútiles”. Se va de prisa, sin preocuparse que las distancias aumentan, que la codicia de pocos acrecienta la pobreza de muchos.

Frente a esto, Francisco recomendó vivir desde la perseverancia, o lo que es lo mismo, “seguir adelante cada día con los ojos fijos en aquello que no pasa: el Señor y el prójimo”.

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