Francisco recuerda en Santa Marta que el ministerio sacerdotal “es un don, no un pacto de trabajo”

  • El Papa ha señalado que cuando esto se olvida “nos apropiamos del don y lo transformamos en función, perdemos el corazón del ministerio”
  • “De esta falta de contemplación surgen todas aquellas desviaciones que conocemos, desde las más feas hasta las más cotidianas”

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Durante su homilía de hoy, 19 de septiembre, en la Casa de Santa Marta, Francisco ha recalcado que el ministerio sacerdotal es “un don del Señor, que nos ha mirado y nos ha dicho ‘Sígueme'”. Asimismo, el Papa ha recordado a los presentes, que celebraban el 25 aniversario de su ordenación, que desde luego esta llamada “no es un pacto de trabajo ni algo que tengo que hacer”. 

“El hacer está en segundo plano, yo debo recibir el don y custodiarlo como un don”, ha añadido. “Cuando olvidamos esto, nos apropiamos del don y lo transformamos en función, perdemos el corazón del ministerio”. Y es que, “de esta falta de contemplación  del ministerio como don, surgen todas aquellas desviaciones que conocemos, desde las más feas, que son terribles, hasta las más cotidianas, que hacen que centremos nuestro ministerio en nosotros mismos y no en la gratitud del don y en el amor hacia Aquel que nos ha dado”.

Contemplación, no función

Por otra parte, citando al Apóstol Pablo, el Papa ha señalado que se trata de un don “conferido por medio de una palabra profética con la imposición de las manos por parte de los presbíteros” y que se aplica, de la misma manera que a los obispos, a “todos los sacerdotes”. Por eso, “la importancia de la contemplación del ministerio como un don y no como una función”. Así, los llamados a seguir a Jesús “hacemos lo que podemos con buena voluntad, inteligencia, incluso con astucia”, pero siempre para custodiar este don.

“Olvidar la centralidad de un don”, ha continuado el Papa, “es algo humano”, al igual que el fariseo que en el Evangelio de Lucas acoge a Jesús en su casa, descuidando “muchas reglas de acogida”, descuidando los dones. Ante ello, “Jesús se lo señala, indicando a la mujer que da todo lo que el huésped ha olvidado: el agua para los pies, el beso de bienvenida y la unción de la cabeza con aceite”.

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