Tribuna

Una vez más, nos roban el sueño de la paz en Etiopía

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Lo que escribo no es un reportaje documentado sobre la situación política de Etiopía. No tengo datos de primera mano. Me limito a reflejar aquello que me toca vivir de cerca en el actual momento de una nación, Etiopía, en la que llevo viviendo desde hace 45 años.



No me atrevo a afirmar que este sea el peor momento que la nación haya vivido en todo este período de casi medio siglo. Pero es un mal momento. Y recapitulo brevemente. Llegué a Etiopía en enero de 1976, justo cuando el Derg de Menguistu Hailemariam había destronado a emperador Haile Selasie y había implantado un régimen de terror. Régimen de terror equivale a decir que vivíamos colectivamente con la sensación de que nuestras vidas estaban a merced del capricho de alguien todopoderoso que puede decretar arbitrariamente lo que bien le parezca, porque la ley y el derecho es él.

Guerrillas de Tigray y Eritrea

Vimos cómo la nación se desangraba luchando contra dos guerrillas, la de Tigray y la de Eritrea, que acabaron tomando el poder en Adís Abeba y en Asmara respectivamente y dividiendo la nación en dos. Era el año 1991.

La nación que heredaron los exguerrilleros del Tigray estaba sumida en la más completa miseria. Sin embargo, los años que siguieron fueron de espectacular recuperación económica y social, llegando a ser considerada Etiopía una de las naciones emergentes al estilo de Brasil, India o Suráfrica.

El misionero comboniano Juan González Núñez

La sombra de la corrupción

Pero, también esta vez, la corrupción, la rapacidad y la opresión del núcleo duro de los ex guerrilleros se hizo intolerable. Las revueltas populares los alejaron del poder con una especie de golpe de Estado incruento y legal, que dio paso a la era Abiy Ahmed. Y a soñar de nuevo… Diálogo, libertad, vuelta de los exiliados, paz con Eritrea, premio Nobel de la Paz para nuestro flamante primer ministro, convertido en estrella política. Era 2018.

El sueño fue breve, no más que una siesta. Aprovechando los aires de libertad, los conflictos tribales saltaron por doquier con matanzas entre grupos étnicos, expulsiones del territorio o huidas masivas. En un año, surgieron tres millones de refugiados internos. Se especuló que los ex dirigentes del Tigray estaban detrás de todos estos conflictos, azuzándolos. Y así lo repite Abiy Ahmed en sus discursos.

Preparados para la guerra

Los exdirigentes tigriños que no fueron detenidos a raíz del cambio de Gobierno se refugiaron en su región del Tigray, preparándose para una guerra que veían inevitable, porque ellos mismos pensaban provocarla. Lo hicieron con dos pasos importantes: las elecciones ilegales de su región y con el asalto al cuartel del ejército federal en Mekele, la capital de Tigray. Contaban con las armas y dinero que habían acumulado en su región ya durante su permanencia en el gobierno central.

Y la guerra, evidentemente, estalló. El ejército federal emprendió una ofensiva relámpago con ánimo de aplastar de una vez por todas a los viejos rivales. A falta de fuerzas suficientes, Abiy invitó a las milicias amara y a Eritrea a intervenir, cosa que hicieron con sumo placer, pues todos alimentaban viejos rencores.

Crímenes de todo tipo

Lo que sucedió en esta campaña es algo que posiblemente nadie previó. Son historias de pillajes, de violaciones y abusos sexuales, de matanzas indiscriminadas que dan la vuelta al mundo y proyectan sobre Etiopía y su primer ministro, Nobel de la Paz, una tupida sombra, hasta el punto de hacer olvidar cuanto de responsabilidad tienen en este conflicto, no el pueblo tigriño, sino sus políticos.

El ejército etíope proclamó la victoria con la ocupación de las principales ciudades de Tigray, pero distó mucho de conseguir su objetivo de capturar a los principales jefes, los cuales están poniendo una seria resistencia en muchas partes de la región. Será una larga lucha con resultado incierto donde los hijos de esta nación se desangrarán una vez más en los campos de batalla. Ninguno de los dos contendientes tiene deseos ni intención de negociar, pues ambos van a por todas.

Matanzas en Gumuz

Si se puede decir que Abiy fracasó en Tigray, esta contienda le ayuda a ganar puntos en el resto de la nación. Hoy, la mayoría de los etíopes, sean de la etnia que sean, se aglutinan en torno al primer ministro, porque todos están contra Tigray. Y eso es importante para él cuando las elecciones generales son inminentes. Pero no toda la nación está en paz consigo misma. Las matanzas étnicas continúan: hoy, entre oromos y amaras; mañana, entre afars y somalíes; pasado mañana, entre gumuz y no-gumuz.

Y decir Gumuz es tocarme a mí muy de cerca. Allí pasé diez años de mi reciente actividad misionera. Algunos de quienes están enrolados en ese insensato grupo de “guerrillero” que asola la comarca acudieron por algún tiempo a nuestros catecumenados; dos o tres de ellos fueron catequistas.

Vuelta a la Edad de Piedra

Reclaman la tierra gumuz para los gumuz y, en nombre de ese quimérico eslogan, matan y roban a gumuz y a no gumuz, haciendo volver su tierra la Edad de Piedra. La misión de Gublak, que yo inicié hace diez años, lleva tres meses cerrada. Hasta ahora, la habían respetado, pero las últimas noticias hablan de que la han saqueado y, aunque no sé en qué grado, ya me puedo imaginar que hasta las puertas y ventanas habrán arrancado.

En la misión cercana de Gilgel Beles, donde se han concentrado los miembros de ambas misiones, no pueden salir a los poblados, que es donde realmente la Iglesia ejerce su labor pastoral y social. Todos los programas están suspendidos y todas las escuelas cerradas, prácticamente, desde hace dos años.

Y llegó el Covid-19 a Hawassa…

Oigo todo esto desde Hawassa, en el sur de la nación, el nuevo puesto misionero que el Dueño de la mies me asignó. En este momento, aquí hay paz, pero otra plaga, el Covid-19, está haciendo estragos. Hawassa es la segunda ciudad de Etiopía, después de la capital, donde el virus se ha extendido de forma más masiva.

Vivíamos despreocupados hasta hace pocos días, sin mascarillas, reuniéndonos sin límite para fiestas, funerales, mercados… Hasta que, por fin, caímos en la cuenta de que nuestros hospitales estaban a rebosar y que ese catarro o esa fiebre tifoidea aparentemente rutinaria no era tal, sino el temido virus. Y, ahora, todos rápidamente a ponernos la mascarilla, a evitar reuniones, a vacunarnos… Por fortuna, acaban de llegar las vacunas con cierta abundancia y, hasta yo, despreocupado por naturaleza, me he ido a pinchar.