Tribuna

Un plan para resucitar la educación, por José María Alvira

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Todos nos preguntamos cómo va a ser el día de después. No es una pregunta fría, desencarnada, sino cargada de un cierto grado de inquietud. Y es que, en la reacción de la sociedad tras el período de confinamiento que estamos viviendo, nos jugamos mucho.



He leído los pronósticos para ese momento de algunas personas a las que se les ha hecho la pregunta. Confieso que tengo mis dudas respecto a las previsiones que algunos aventuran. El tiempo que estamos viviendo no es solo un período de aislamiento físico. También está lleno de preocupación por los seres queridos que no están cerca, algunos de ellos en situación de riesgo por la infección o por su situación de soledad; de temor por dificultades futuras ante el estancamiento de la economía y la posible pérdida del puesto de trabajo… No es fácil adivinar cuál va a ser su grado de influencia en la vida ordinaria de las personas, de las familias, de los diferentes grupos sociales; y mucho menos, en el caso de los menores.

Los profesores, volcados

El mundo educativo es uno de los más afectados por la situación anómala que estamos viviendo. No en balde afecta a personas más vulnerables y con menos defensas psicológicas para afrontarla debidamente, carentes de los resortes que puede proporcionar la comprensión de lo que está pasando. La duración de este tiempo va a ser otro factor a tener en cuenta: no va ser lo mismo si esta situación se prolonga durante varios meses y hay que esperar a septiembre para reencontrarnos en el colegio, que si volvemos a la normalidad dentro de un tiempo más breve y se puede reemprender el curso presencial antes del verano.

La buena noticia, de la que debemos alegrarnos, es el modo en que el mundo educativo se está volcando en paliar los efectos de esta crisis: docencia a distancia por medio de recursos tecnológicos, interés personalizado por la evolución de cada niño o joven, flexibilidad y comprensión en el tratamiento de casos particulares, creatividad de los centros y profesores puesta a prueba…

Podemos prever que, en el ámbito educativo, la resurrección (si así podemos llamarla, porque la educación sigue muy viva) va a suponer un esfuerzo de readaptación para recuperar los ritmos y los contenidos del aprendizaje. Pero, aunque inesperada, también será una oportunidad para replantear preguntas de fondo, adaptadas a la edad de los alumnos, que nunca deben ser ajenas a la educación. En nuestros centros, la visión cristiana no debe estar ausente en esos planteamientos. Puede ser un tiempo de renacimiento.

El pacto educativo global al que nos había convocado el papa Francisco adquiere ahora una nueva dimensión. La pandemia del coronavirus, que afecta a casi todos los países, es una llamada a dejar de lado las diferencias y a ponerse manos a la obra con medidas para todos los alumnos y apoyos para que nadie se quede atrás. Habrá que poner en juego las grandes líneas de pensamiento de Francisco: el cuidado de la Casa común y, en el centro, el ser humano en todas sus dimensiones; la paz y la cultura del diálogo; la solidaridad y la fraternidad universales; la justicia, con una atención particular a las personas en riesgo de ser descartadas por nuestro modelo de desarrollo; la pasión por una educación incluyente…

La educación requiere grandes dosis de generosidad, porque se trata del desarrollo de cada persona y del progreso de los pueblos; no hay mejor arma que la educación para hacer avanzar a las comunidades humanas y superar los momentos críticos. La escuela católica se va a sentir concernida a título muy especial. En estos momentos difíciles, las llamadas del Papa deben resonar de una manera especial y mucho más intensa en nuestro ámbito.

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