Tribuna

Teresa Viñuela, la ternura subversiva de Dios

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Hace una semana nos dejaba en Salamanca Teresa Viñuela, miembro del Instituto de Misioneras Seculares (IMS) y animadora de la Juventud Estudiante Católica (JEC). Desde su formación psicológica y teológica, y su vocación pedagógica dedicó toda su vida a acompañar a gran cantidad de personas tanto en Latinoamérica como en España, con una opción preferencial por los pobres y por los jóvenes.



En alguna ocasión Teresa nos contó que, en uno de sus encuentros con Gustavo Gutiérrez, el mundialmente conocido como padre de la teología de la liberación, le pidió que se acercara para mostrarle algo. Entre una marabunta de apuntes y libros, Gustavo sacó una serie de notas manuscritas cuidadosamente conservadas: “De aquí surgió la teología de la liberación”, le dijo. Se trataba una colección de apuntes que contenían las revisiones de hechos de vida de militantes de la JEC pertenecientes a las comunidades con las que el teólogo había compartido su tarea pastoral.

Pedagogía paciente

Con esta anécdota –quién sabe si algo exagerada por su parte–, Teresa nos mostraba su convicción en nuestro proyecto y su creencia profunda en que la vida de las personas jóvenes es un lugar sagrado ante el que hay que descalzarse. Gracias a ella aprendimos que en nuestros deseos, frustraciones, luchas y aspiraciones el caudal de Dios irrumpe con una fuerza desmedida. Nos animó de forma incansable y nos enseñó a acompañar desde una pedagogía paciente con los ritmos de cada uno, pero también exigente con la radicalidad del mensaje evangélico.

En unos años en los que han proliferado, desde la pastoral juvenil, propuestas descafeinadas que tratan al joven como mero consumidor de experiencias, nos mostró una metodología exigente, antigua pero llena de frescura, que nos hacía sentir protagonistas de nuestro crecimiento en la fe. A través del análisis de la realidad y la lectura orante de la Palabra aprendimos a desentrañar las huellas del Espíritu en la historia. Paso a paso, acariciando nuestra realidad en las hojas de nuestros cuadernos de vida y leyendo entre líneas el paso de Dios por ella, nos dimos cuenta de que el seguimiento de Jesús era una experiencia liberadora que queríamos vivir y contagiar a otros. Y descubrimos, también, que no podíamos hacerlo sin poner nuestro corazón en la orilla de los pobres de este mundo.

Teresa Viñuela

Frente a quienes han tildado de excluyente la identidad de los movimientos apostólicos, Teresa nos mostró cómo el grupo, la comunidad y el movimiento nos abrían a la Iglesia universal. Era una mujer profundamente del Concilio Vaticano II y del papa Francisco. Siempre combativa, defendió un modelo que pusiera en primer plano al Pueblo de Dios y abandonase el clericalismo de nuestra institución. Abrazó las interpretaciones teológicas que incorporan la transversalidad de la ecología y el feminismo, y nunca le tembló la voz para señalar las incoherencias de la praxis eclesial en relación con las enseñanzas de Jesús. Nosotros mismos, en algunas ocasiones, le pedíamos que se moderara en sus intervenciones –con cierta cobardía– por miedo a las reacciones de algún superior. Y, a pesar de sus críticas, siempre fue profundamente leal a la Iglesia. Estuvo implicada en el sínodo diocesano de Salamanca y hasta sus últimos días acompañó grupos de lectura del Evangelio en su entorno.

Después de haber trabajado como misionera en Colombia, Teresa había vuelto, en Salamanca, a esa JEC que llevaba en el corazón desde pequeña. Formando equipo inseparable con Matías Prieto, nuestro consiliario, nos regaló sus últimos años a un puñado de jóvenes en la etapa crucial de configuración de nuestra personalidad. Hoy, gracias a ellos, nuestra fe es más madura, coherente y comprometida. Y somos, sin duda, personas más auténticas, felices y libres.