Tribuna

Se nos va a llevar por delante…

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Lo sucedido en Francia con el obispo emérito de Créteil, Michel Santier, puede pasar en la conferencia episcopal de cualquier país. Que nadie piense que eso ha pasado allí, en la Conferencia Episcopal Francesa (CEF), y allí se va a quedar.



Mucho de lo bueno que había conseguido la Iglesia en Francia, se ha ido por el desagüe. Los sentimientos encontrados de ira, vergüenza, impotencia, incomprensión, incluso desconfianza entre los obispos, según declaró el actual presidente de la Conferencia, Éric de Moulins-Beaufort, de nada sirven para tratar de paliar el mal cometido por parte del emérito de Créteil y, además, expresidente de la CEF, ni la mala gestión de la comunicación que, por mucho que se insista, sigue siendo una de las asignaturas pendientes de la Iglesia en general.

¿Por qué ha confesado públicamente Michel Santier, ahora que podía pasar por un adorable emérito -miembro además del Dicasterio para Doctrina de la Fe, que se ocupa de las denuncias de casos de abusos- un delito de hace más de treinta años? La actual Ley de Protección de Datos vigente en Europa, que está muy bien para evitar desmanes por parte de algunos, se ha convertido en la gran aliada de los desalmados -y no siempre enfermos abusadores- dentro de la Iglesia.

Pero ni frente a esta ley podía sospechar Santier qué información pudiera tener alguna persona. ¿Podemos sospechar que se ha visto obligado a confesar su delito para controlar, de alguna manera, los efectos más devastadores, si cabe, que iba a provocar que una tercera persona la hiciera pública?

Y este es el verdadero problema: la sospecha. Haga lo que haga, diga lo que diga Michel Santier, a partir de ahora será muy difícil creerle a él, a los otros diez obispos, sí, diez obispos, implicados en otros tantos casos de abusos y cuyos nombres no se conocen gracias a esa ley mencionada antes, ni a los obispos que no tienen nada que esconder y que se ven juzgados por algo que no han cometido. ¿Nos hemos parado a pensar en el desgaste psicológico y emocional que muchos sacerdotes y algunos obispos pueden estar viviendo a causa de esto? Es una cuestión que olvidamos con frecuencia y habría que valorarla en su justa medida.

Al problema anterior le sigue otro no menos importante. Lo que ha vuelto a quedar en evidencia, es que la crisis de los abusos sigue ahí, latente, cual virus o bacteria lista para atacar de nuevo, echando por tierra cualquier paso dado, como también siguen ahí quienes continúan negando que esta aguda crisis tenga relevancia en la Iglesia. Me temo que quienes así piensan son esos católicos de salón -algunos también de sacristía y de despacho-, cuyo universo eclesiástico, porque el eclesial es otra cosa, se reduce como mucho al culto mañanero que les convence de haber cumplido con sus obligaciones, y a vivir de unas formas religiosas que poco o nada tienen que ver con el evangelio y el compromiso con los más desfavorecidos.

Descrédito sin precedentes

Quien no se tome en serio y valore lo que ha sucedido en Francia, está sucediendo en alguna parte, y puede suceder en cualquier momento y lugar con la crisis de los abusos sexuales en la Iglesia -hijos del abuso de poder-, que no se lleve las manos a la cabeza, ni se rasgue las vestiduras cuando esta crisis se nos acabe llevando por delante, por no haberla querido gestionar bien cuando ya teníamos todos los elementos para hacerlo.

El descrédito en el que estamos como Iglesia es histórico. Ni crear una web especial para dar luz sobre el tema nos salvará del desastre, sin la implicación personal de cada uno. La implicación comienza por aceptar la magnitud de la situación y sus consecuencias a todos niveles; por no seguir lanzando balones fuera o pretender que la culpa siempre sea de otros; por reconocer que no hemos estado a la altura de escuchar, acoger, y proteger del sufrimiento a muchas personas abusadas; por darnos cuenta que moralmente todos somos responsables; por reconocer la responsabilidad institucional que tenemos como Iglesia que miraba sin ver y ocultaba todo cuando veía; y por reconocer que lo legal no siempre es moral o ético, y buscar otras alternativas posibles. Recordarnos esto significa que todavía nos queda mucho camino por recorrer.

No estamos libres de despertarnos una mañana y ver grandes titulares en España, o en cualquier país, parecidos a los de Francia. Más vale que nos pongamos manos a la obra. Salvo que queramos que la crisis de los abusos de todo tipo en la Iglesia, se nos lleve por delante. Y lo hará. Advertidos estamos.