Tribuna

Respetar el papado según qué papa

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Charles Maurras, político francés de inicios del siglo XX, despreciaba a Cristo por ser judío y por predicar lo que predicaba, pero defendía con ardor a la Iglesia al considerar que la Francia que amaba se sustentaba en su tradición e historia. No era cristiano, pero sí se consideraba eclesial, atrevida contradicción que nos resulta desconcertante.



Nuestros españoles ultraconservadores actuales no aceptan el Concilio, identifican fe con civilización europea, y cultura, política, instituciones e Iglesia con cristianismo. No son, a menudo, practicantes y desconocen casi del todo la predicación de Cristo, reduciendo la moral cristiana al rechazo del aborto y del matrimonio de los gais, y la religiosidad a algunas devociones más o menos tradicionales que poco tienen que ver con la exigente vida de los cristianos de los primeros siglos.

Teología política

Su sentido de la tradición, concepto tan utilizado en sus controversias, no abarca generalmente más de cinco siglos y, con frecuencia, nace apenas hace un siglo.

Escuchando a cristianos que militan en instituciones eclesiales surgidas en el último siglo, observamos que para ellos el cristianismo consiste fundamentalmente en teología política y en la síntesis de ciertos valores clásicos mundanizados con algunas proyecciones sacras, de religión y espíritu nacional. Han logrado una metamorfosis de un catolicismo que de misionero y abierto al diálogo lo convierten en identitario y conflictivo; de católico y universal, en europeo occidentalista.

Reducen su propuesta evangélica a su proyecto cultural eclesiástico y al rechazo del relativismo ético, sin considerar que lo sitúan al margen de gran parte de las propuestas evangélicas: se difumina el Dios Padre de todos, la fraternidad universal y sus consecuencias inmediatas de defensa de los valores humanos: eutanasia, violencia con el género femenino, la tortura, la pena de muerte, la circulación egoísta de las armas, la cuestión ecológica y tantas otras.

Para no pocos de estos cristianos que presumen de representar a la Iglesia de siempre, su misión no consiste en el anuncio del kerigma y en el testimonio de la vida de Cristo, sino en incrementar la sociedad del bienestar amparada en unas devociones que generalmente no interiorizan ni tampoco trascienden.

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