Tribuna

Pero ¿qué es el Hombre?

Compartir

Trabajando en una reflexión sobre la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II, me topé con un Padre de la Iglesia cuya lectura logró conmoverme intensamente. Se trata de San Pedro Crisólogo (400-450), Arzobispo de Ravenna, Italia.



Me conmovió particularmente una serie de preguntas que, hechas a la luz de las oscuridades de hoy, pueden servir para ubicarnos como seres humanos en el orden establecido del universo. Se preguntaba con ardorosa angustia, ¿por qué el hombre se considera tan vil, si tanto vale a los ojos de Dios? ¿Por qué se deshonra de tal modo, si ha sido tan honrado por Dios? ¿Por qué se pregunta tanto de dónde ha sido hecho, y no se preocupa de para qué ha sido hecho?

Preguntas que, antes de aventurarnos a responderlas, nos obligan a ubicarnos en un espacio particular antropológico. Nos obligan a preguntarnos qué cosa es el hombre o, si deseamos ser más humanos, qué significado tiene para nosotros el hombre.

Martin Buber ha sostenido que el hombre es un ser que solo puede pensarse en relación con los otros. Algo similar afirma Imre Kertesz cuando entiende que el hombre, a lo sumo, es coautor de sí mismo. San Juan Pablo II contempla al hombre como a la vida misma, es decir, el hombre es vida humana, un proceso que, inesperada e inmerecidamente, es iluminado por la promesa y renovado por el don de la vida divina, que alcanzará su plena realización en la eternidad.

El hombre: realidad sagrada

En verdad, esa no es realidad última, sino penúltima; es realidad sagrada, que se nos confía para que la custodiemos con sentido de responsabilidad y la llevemos a perfección en el amor y en el don de nosotros mismos a Dios y a los hermanos. La Iglesia Católica, desde su doctrina social, afirma al hombre, a cada hombre, como la imagen viva del Dios vivo. Imagen que descubre, cada vez con mayor profundidad, su plena razón de ser en el misterio de Cristo, “Imagen perfecta de Dios, Revelador de Dios al hombre y del hombre a sí mismo”. Un hombre que lleva dentro de sí una incomparable e inalienable dignidad que nos obliga, en su aceptación, a reconocer en todos, todos, a un hermano por quien Cristo murió.

El hombre, desde esa óptica, es, más allá de cualquier elucubración racionalista, una búsqueda constante que brota en la realidad a partir de la entrega del amor más grande. Somos el resultado de un amor dado a través del sufrimiento en la Cruz. Somos, cada uno de nosotros, cada uno de ustedes que leen estas líneas, cada uno de aquellos que los ven leyendo estas líneas, cada uno de aquellos que no reparan en ustedes que leen estas líneas, los seres que llevaron a Dios a rebajar su condición divina para compartir, con y junto a nosotros, todos los dolores humanos y, por si esto fuera poca cosa, a asumir en su estructura pura todos los pecados e iniquidades del mundo.

¿Somos lo que hemos hecho de nosotros?

El ser humano, hombre y mujer, es dignidad, una que ha sido tejida directamente por un designio del amor de Dios, puesto que, por haber sido hecho a imagen de Dios, Señor del Universo, tenemos dignidad de persona y eso no aleja de la condición de algo, para asumirnos como alguien. Esta semejanza desnuda una verdad que, aunque negada por muchos, no le resta su naturaleza real, y es que nuestra esencia y existencia están constitutivamente relacionadas con Dios del modo más profundo.

Entonces, cabe preguntarse junto a San Pedro Crisólogo, ¿por qué el hombre se considera tan vil, si tanto vale a los ojos de Dios? ¿Por qué se deshonra de tal modo, si ha sido tan honrado por Dios? En especial si estamos claros en que la cultura, esa realidad que nos envuelve, es producto de cada acción humana y, claramente, es esa misma realidad surgida de nuestras actividades en los amplios y variados campos en los que nos desarrollamos y nos inspiramos. Somos los artífices de la cultura en medio de la cual estamos, con sus valores y desvalores y, al mismo tiempo, somos los objetos de esa cultura. Somos el mundo que creamos. Somos lo que hemos hecho de nosotros, pero definidos, dramáticamente, en el corazón de un vacío existencial. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz ArteagaProfesor y escritor. Maracaibo – Venezuela