Tribuna

Pagadla vos, que yo no puedo

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Este artículo tendrá, a diferencia de los anteriores, un espíritu testimonial. Aunque, en cierta medida, todo escrito tiene algo de testimonial. Escribir es un acto personal, tan personal, que dice más de nosotros de lo que pensamos. Así que, estas palabras serán orientadas por los rigores de la más absoluta subjetividad, de las emociones, pero no por ello, irresponsable e inauténtico. Todo lo contrario.



Soy profesor y estuve a punto de dejar de serlo. Soy profesor y serlo ha sido el sentido de mi vida, pues, no dejo de serlo en ningún momento del día. Sin embargo, una circunstancia personal, para mi radical, me llevó al deseo de abandonarlo, pero un detalle de Dios me condujo a comprender a profundidad lo que significa la vocación, cuyo significado etimológico, como sabemos, significa “acción de llamar”, en este caso, nos referimos a la llamada de Dios que, como señala el Papa Francisco en Christus vivit, es un llamado del Señor para alejarnos del caos sin sentido que puede suponer una llamada de naturaleza humana (Cfr. 248).

Un detalle

Recientemente, me referí a la Madre María Félix Torres, fundadora de la Compañía del Salvador y los colegios Mater Salvatoris, como apóstol de los detalles. Apóstol viene del griego apóstolos que significa “enviado”. La Madre María Félix se ha transformado en un enviado escogido por Dios para mostrarme vivamente su amor. He venido conociéndola como rostro del amor del Señor hacia mí. Tratando de conocer ese amor, ha venido marcando mi conocimiento de ella. Uno de esos detalles quiero compartirlo contigo que lees estas líneas. Quizás se transforme en un detalle de Dios que has estado esperando como me ocurrió a mí.

Escribe la Madre en sus cuadernos personales: “Recién instalada la Academia, antes de empezar las clases, llegó al cobro una factura de electricista o lampista cuyo importe era de cincuenta pesetas. Un verdadero capital para mí, que hacía mucho tiempo que no tenía un solo céntimo. Pero entonces no había visto nunca devolver una factura sin abonar su importe, y ni se me pasó por la mente rogar que aplazase el cobro. Cogí la factura y dije al operario que esperase un momento, y con ella me fui a arrodillar ante un Cristo que presidía la sala de visitas y le dije al Señor: ––Pagadla Vos, que yo no puedo… Y al momento volvieron a llamar a la puerta. Era la muchacha de una señora que había venido a inscribir a su hija. En un sobre me traía el importe de una mensualidad. Exactamente cincuenta pesetas. Las di al operario y me fui a besar al Cristo”.

Abandono y confianza

La cuarta máxima de perfección cristiana de Antonio Rosmini nos enseña a abandonarnos totalmente a la Divina Providencia, esto es, entregarnos tiernamente a un amor completamente reservado para Dios. Un amor depositario de una confianza plena dado que es nuestro amigo. No por elección nuestra, sino suya, y algo hay en nosotros que nos ha querido como amigos. Esta es la confianza de la que me habla constantemente la Madre María Félix. Sobre estas cosas me había ya hablado San Josemaría Escrivá de Balaguer cuando me dijo una mañana que el abandono en la Voluntad de Dios es el secreto para ser feliz en la tierra. Sin embargo, en esta cercanía con ella lo he visto en el corazón de la vida; lo he visto y lo he sentido como verdad incuestionable y definitiva.

He vivido en la periferia de abundancia material, muchas veces sometido a los embates de una realidad económica brutal e injusta. Todos conocen bien la realidad de Venezuela. Y cuando estuve muy cerca de colgar los guantes, llega la Madre María Félix a ayudarme a comprender que “a mayor necesidad, mayor ternura de Dios”. En medio de las penurias económicas, que las tuvo; en medio de la enfermedad, que la vivió, siempre se mantuvo firme dentro de Dios, pues allí se sentía predilecta, a pesar de tener deudas, “sin saber a quién recurrir, sin fuerzas, sin valerme para nada”. Esa sensación de predilección no nos deja caer. ¿Cómo no confiar en Él? ¿Cómo no confiar en María? Si es Ella, precisamente, quien me da a Jesús, nos da a Jesús. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela