Tribuna

Octavario de oración por la Unidad de los Cristianos (III)

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“Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que os toleréis los unos a los otros y os perdonéis si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor os perdonó, perdonad también vosotros. Por encima de todo, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Que gobierne en vuestros corazones la paz de Cristo, a la cual fuisteis llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que habite en vosotros la palabra de Cristo con toda su riqueza; instruíos y aconsejaos unos a otros con toda sabiduría; cantad salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. Y todo lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3, 12-17)



Este texto del apóstol Pablo nos desafía a vivir de una manera extraordinaria, excepcional, diferente… Podríamos decir, incluso, imposible en medio de una sociedad tan soberbia y tan deshumanizada como la nuestra. Pero es tan necesario vivir así, revestidos de tierna compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia… Nos dice el apóstol de los gentiles, y unos versos más abajo vuelve a insistir: “vestíos de amor, que es el vínculo perfecto”.

Vivir de esta manera comienza con un encuentro de amor apasionado. Un encuentro personal con el hijo de Dios, con el siervo humilde y sufriente. Un encuentro con Jesucristo. Y es este encuentro lo que nos empodera para vivir esa nueva humanidad de la que nos habla el apóstol Pablo.

Además, en este encuentro con la misma vida somos lavados y tocados como lo fue Pedro, con la ternura de Cristo, para ser revestidos de Él. Así comprendemos la grandeza del amor de Dios, del perdón de Dios, y cuál es nuestra fragilidad humana, para no desear otra cosa que vivir unidos a Cristo.

Una cristiandad unida

Esto es una experiencia vital para todo Cristiano, que también nos capacita para vivir en el vínculo de la unidad en medio de toda nuestra diversidad humana. Jesús desea que la vida y el amor fluyan a través de nosotros como la savia a través de la vid. Y esto nos capacita para que las comunidades cristianas sean un solo cuerpo.

Pero tanto hoy como en el pasado no es fácil convivir juntos, ahora, tenemos que tener en cuenta que la unidad no es pensar todos lo mismo, sino aprender a caminar juntos, unidos, personal y comunitariamente a pesar de nuestras debilidades, limitaciones y diferencias. Puede hacer tanto bien el ejemplo de una cristiandad diversa de pensamiento pero fuertemente unida y rendida a la vid en una sociedad de ideas cada vez más polarizada que está resultando en un país cada vez más dividido.

Cristo es la clave de nuestra unidad porque Él es la clave de nuestra salvación. Solo en Él, la vid, y por medio de su obra redentora hay salvación. Una salvación que resulta en la unidad de la Iglesia, y para que la Iglesia cumpla con su función: ser luz de este mundo.