Tribuna

Nombres tan antiguos y tan nuevos

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En una de sus frases más conocidas, san Agustín, al reconocer el efecto negativo que la dispersión en que vivía tuvo en su búsqueda de Dios, nos deja una oración hermosa que seguramente representa muy bien lo que en diversas ocasiones ha brotado de nuestro corazón frente al Señor: “¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!” (conf. 10, 38). Pues bien, creo que esta antigüedad y novedad con las que el santo de Hipona se expresa sobre su experiencia de encuentro con el Creador podrían aplicarse también a la Palabra de Dios.



El papa Francisco nos lo recordaba una vez más en su catequesis de hace unos días: las Escrituras son un tesoro inagotable (y siempre actual), que puede ser en nosotros Palabra viviente de Dios si nos acercamos a ellas con el corazón abierto a la acción del Espíritu Santo. La lectura orante de la Biblia, el aproximarnos a ella no como si se tratara de un texto con el que pasar un buen rato, sino con la disposición de entrar en diálogo con Dios, nos permite encontrarnos con esa Palabra viva que el Señor nos dirige y saborearla en nuestro interior, para así poder dar testimonio de ella con los frutos que producirá en nuestra vida en el día a día.

En las páginas de ‘Jesús. 33 nombres nuevos’ (PPC, 2020), se puede percibir mucho de esta experiencia de encuentro. Así como el modelo de escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos que presenta el mismo Jesús (cf. Mt 13, 52), Dolores Aleixandre, junto con Víctor Herrero y Fernando Rivas, nos propone adentrarnos en esta sabiduría de ser capaces de sacar de las arcas lo nuevo y lo viejo, valiéndonos de 33 “nombres nuevos” que se le podrían adjudicar a Jesús.

Pasear por el Evangelio

El punto de partida puede sorprender por su simplicidad: la autora, “al pasear tranquilamente por las páginas del Evangelio” –como ella misma relata en la introducción–, se ha detenido en los verbos que los evangelistas emplean para referir a las acciones que Jesús realizaba o padecía, y, construyendo los sustantivos correspondientes, los ha dejado ir pasando por el corazón.

Las reflexiones que han surgido de esta lectura meditada y re-cordada son las que dan cuerpo a los 33 capítulos breves que componen el libro, cada uno de los cuales nos asoma a la profundidad de estos rasgos del rostro de Jesús con los que probablemente ya nos hemos encontrado antes en la escucha o lectura de los evangelios, pero a los que quizá hemos dejado pasar con demasiada rapidez, perdiéndonos todo lo que pueden decirnos para nuestra propia vida de discípulos de Cristo.

Así, por ejemplo, los distintos nombres nos plantean ver a Jesús como el Interrogado, el Desmedido, el Confiado o el Abandonado, imágenes que contienen tras de sí una riqueza inmensa, que el libro solo introduce, para que cada quien pueda, en oración, ahondar en ella y descubrir qué caminos le sugiere.

A la reflexión que abre el desarrollo de cada nombre le sigue una sección igualmente provechosa, que ha sido llamada por los autores “Marcas de presencia”. En ella, las citas bíblicas presentadas –ya de por sí abundantes– se ven complementadas con la propuesta de huellas de estas denominaciones crísticas en los salmos y en textos de los Padres de la Iglesia, y también con sugerencias de lo que ellas implican que se pueden hallar en el campo de la poesía.

Finalmente, al cierre de cada capítulo se nos plantea algunas preguntas o actividades que pueden servir como invitación para interiorizar aquello que nos haya insinuado la lectura de las Escrituras.

De entrada, proponer 33 nombres nuevos con los que dirigirnos a Jesús en nuestra oración puede parecer algo excesivo. Sin embargo, en realidad, se nos quedan cortos frente a la persona de Jesús, “el rostro de la misericordia del Padre”, como nos lo presentaba el papa Francisco al convocar el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Definitivamente, de la contemplación y del encuentro con este Rostro podrán seguir brotando mil y un nombres más.