Tribuna

No tener miedo a la voz de las mujeres

Compartir

En los últimos Sínodos de obispos, las mujeres presentes –35 de 350 participantes en el de los jóvenes (2018), 35 de 250 en el de la Amazonía (2019)– hicieron escuchar sus voces de forma particular y desempeñaron un gran importante. Muchos padres sinodales, obispos y cardenales, dijeron que habían experimentado la alegría y la fecundidad del trabajo sinodal con las mujeres presentes.

En una entrevista al final del Sínodo de la Amazonía, monseñor Emmanuel Lafont, obispo de Cayena, afirmó: “En este Sínodo las mujeres han sido fundamentales y nos han ayudado con su experiencia y la Iglesia debe reconocerlas de forma más decidida”. Las mujeres que tuvieron la oportunidad de participar en este “camino juntos”, bajo la guía del Espíritu Santo, han afirmado con entusiasmo que fue una experiencia muy positiva.



Tuvieron la sensación de colaborar de forma activa con los pastores en un espíritu de escucha mutua, de fraternidad, de diálogo verdadero y de servicio común a la misión de la Iglesia. Para todas, el Sínodo fue un momento único de gracia, marcado por la presencia del Papa Francisco y su atención a las mujeres. Así se explica por qué la expresión “madres sinodales” se extendió inmediatamente para designar a aquellas mujeres que habían recibido, para su sorpresa, la invitación a participar en esa aventura extraordinaria.

Si escuchamos la experiencia de las mujeres en el Sínodo y analizamos los temas de los que los medios han hablado y los textos redactados (tanto el ‘Instrumentum laboris’ como el ‘Documento final’), podemos decir que la voz de las mujeres ha sido escuchada y tomada en consideración. El Sínodo sirvió como caja de resonancia porque sus gritos, sus realidades, aspiraciones y sufrimientos, fueron resaltadas, llevando a la Iglesia a defender sus derechos y la lucha contra la discriminación que sufren en la sociedad y en la Iglesia. 

Sor Alba Teresa Cediel Castillo

En la vida cotidiana, en sus Iglesias locales, las mujeres participan en diversas tareas y actividades apostólicas. A menudo les resulta difícil ejercer su liderazgo. Tienen que lidiar con el clericalismo y están expuestas a la desigualdad. Para muchas es difícil encontrar su lugar en la Iglesia. Al igual que las jóvenes dicen que su discernimiento vocacional se hace más difícil por la falta de figuras femeninas de referencia.

Al permitir a las mujeres de diferentes realidades eclesiales vivir el Sínodo con los obispos juntos en el corazón de la Iglesia universal durante un período tan largo, se les da la oportunidad de encontrarse y aprender unas de otras, para apoyarse en su viaje espiritual y eclesial, para sentirse menos solas en sus problemas y búsquedas. El Sínodo las permite vivir una experiencia de empoderamiento que las ayuda a reconocer su vocación, a sentirse más responsables y a tener la valentía de desarrollar su liderazgo una vez que vuelven a sus países.

Deseo de compartir y transmitir

Las mujeres del Sínodo, marcadas por las relaciones de reciprocidad tejidas entre pastores y laicos o consagradas, se convirtieron así en motores de sinodalidad en sus Iglesias locales, protagonistas activas de la transformación misionera de la Iglesia. El Sínodo  les hizo vivir una experiencia de incorporación más profunda en el “nosotros” eclesial, una conciencia más viva de su papel en la Iglesia y su responsabilidad bautismal.

Salen con el deseo de compartir y transmitir esta experiencia de sentirse parte en un proceso que participa al gobierno de la Iglesia. A través del Sínodo profundizan su vocación, asimilan cada vez más la visión de la Iglesia sinodal fundada en una teología del Pueblo de Dios. Se sienten llamadas a no tener miedo de seguir adelante, y se atreven a hacer preguntas como la del derecho al voto y la participación de las Superioras generales de las Congregaciones femeninas.

Lea más: