Tribuna

‘Las niñas’, Goya a la mejor película: mimo y humor entre un colegio de monjas y la campaña de los preservativos

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Pilar Palomero (Zaragoza, 1980) no se prodiga en referencias temporales, salvo las que introduce algún programa televisivo de fondo (Raffaella Carrà con Francisco Umbral) o la banda sonora de la época (Niños del Brasil, Héroes del Silencio, Chimo Bayo…). Detalles suficientes, sin embargo, para establecer que ‘Las niñas’ de su ópera prima lo fueron en un período muy concreto de nuestra historia reciente: los 90, década en la que transcurriría también el tránsito a la pubertad de la propia realizadora aragonesa. Más exactamente, estamos en 1992. Lo que aquel año vivieron algunas ciudades como Barcelona, Sevilla y Madrid marcaría para siempre esta fecha en el calendario, asociándola al asalto definitivo a la modernidad de todo un país. Mientras, a orillas del Ebro, un grupo de chicas de entonces prepara el suyo al mundo adulto entre clases, juegos y conversaciones fácilmente reconocibles hoy por varias generaciones de españoles.



Celia (la debutante y deslumbrante Andrea Fandos), ‘alter ego’ de la directora en este relato semiautobiográfico, es la protagonista de una cuidada radiografía de la infancia que nos traslada a escenarios y situaciones muy familiares para tantos espectadores –sobre todo, espectadoras– de una cierta edad. Especialmente, todo lo que acontece en el colegio de monjas al que acuden Las niñas del título.

Dos velocidades

Porque, fiel a sus recuerdos, Palomero reconstruye con mimo, respeto y buen humor aquel modelo educativo a “dos velocidades” que forjó su personalidad como mujer: uniformes de falda plisada, confesión semanal y redacciones sobre la sexualidad, el pecado y el infierno, en contraste con la campaña del Ministerio de Sanidad que extramuros promovía el uso del preservativo para luchar contra el sida.

Fotograma de la película Las Niñas

La mirada –tímida, aunque penetrante y cautivadora– de la joven actriz es la mejor ventana desde la que asomarnos a cuanto sucede a su alrededor: en el aula, en el patio, en la calle o en casa de una amiga. Pero no solo eso. Sus silencios delatan la mezcla de resignación y discreta rebeldía que se ve obligada a esgrimir para gestionar sus sentimientos frente a una madre parca en palabras (Natalia de Molina, volviendo a bordar un papel de perfil similar al que ya encarnó en ‘Techo y comida’), con la que comparte un minúsculo piso y que se resiste a que su hija madure a golpe de verdades desnudas.

Mujeres independientes

Como la sociedad que ambas habitan –a caballo entre una España que arrastra todavía arquetipos femeninos del pasado, pero que, a la vez, sueña con mujeres independientes y de futuro–, la pequeña que acapara nuestra atención afronta su despertar adolescente sumida en el eterno conflicto interior de quien se debate entre la obligación de atender las consignas de sus mayores y la necesidad de crecer por sí misma.

Un sutil tira y afloja que constituye el auténtico motor narrativo de ‘Las niñas’, hasta fundir, en un sencillo pero exquisito ejercicio de observación –a cargo de Palomero– y de naturalidad –gracias a la sinceridad que transmite el reparto–, el viaje emocional de Celia y el fresco histórico que le sirve como telón de fondo.

‘Las niñas’ es una excelente noticia para el cine en estos tiempos de mascarillas y aforo limitado.