Tribuna

Hubo una vez en la Iglesia…

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El tiempo avanza y nos vamos acercando al Sínodo que se abrirá el 9 de octubre en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, y el día 17 del mismo mes en el resto de las diócesis del mundo.

No va a ser un Sínodo más, lo que no significa que vaya a ser el más importante porque, a buen seguro, vendrán otros detrás de este con asuntos de igual de importancia. Sin embargo, este Sínodo, cuyo centro es la sinodalidad, es el primero donde todo el pueblo de Dios está llamado a participar de forma activa porque su voz va a ser escuchada.



Insistimos mucho en el significado de la palabra sinodalidad, que es caminar juntos, sin embargo, la sinodalidad también es transparencia, corresponsabilidad, valentía, generosidad, esperanza… No podemos olvidar que, a nosotros, nos va a tocar iniciar un proceso que no vamos a ver realizado como tal, es decir, nosotros no veremos una Iglesia plenamente sinodal porque llevará mucho tiempo que toda su estructura cambie para ser realmente sinodal. La Iglesia, desde siempre, ha pensado el tiempo en siglos. A nosotros nos toca ayudarla a pensar el tiempo en años, que ya será un gran avance.

Llamados a participar

Veremos signos de sinodalidad y veremos también tropezones en el camino sinodal, pero eso no nos tendrá que desanimar, al contrario, nos deberá llevar a analizar los errores y a solventarlos entre todos porque, en sinodalidad, deberemos hablarnos y escucharnos mucho entre nosotros.

Estamos ante un momento tan excepcional como maravilloso porque, repito, todo el pueblo de Dios está llamado a participar en este Sínodo. Sin embargo, ¿qué entendemos cuando decimos “todo el pueblo de Dios”? En principio no hay duda de que nos referimos a todos los bautizados, según nuestros esquemas tradicionales. Sin embargo, cuando nos adentramos en el Nuevo Testamento, la idea cambia, pero esto nos llevaría a otros temas. Nos ceñimos, pues, a pensar en las personas a las que incluiríamos en una lista que englobase a todo el pueblo de Dios –insisto que según nuestra tradicional idea- y, repasemos esa lista.

¿Falta alguien? Estoy segura que la respuesta será un gran no porque habremos incluido a todos los que consideramos pueblo de Dios. ¿Seguro? ¿Hemos pensado en una participación “activa” de la vida contemplativa? ¿Hemos incluido en esa lista, explícitamente, a los sacerdotes secularizados? ¿Están presentes, también de forma explícita, los diferentes modelos de familia que ya son aceptados desde hace mucho por la sociedad? ¿Aparece la diversidad sexual en esa lista? Hay que ser sinceros en la respuesta, no basta pensar que “se me ha olvidado ponerlo, pero lo había pensado”. Vamos a ir dando alguna respuesta a esas preguntas, de cara al próximo Sínodo.

¿Qué mensaje estamos enviando?

La vida contemplativa será importantísima en este Sínodo porque su oración nos ayudará sin la más mínima duda. Sin embargo, también sería muy importante escuchar su voz porque tienen mucho que decir en la Iglesia, a la Iglesia y, consecuentemente, a la sociedad. Es verdad que el silencio es muy elocuente, pero también es verdad que el silencio, en ocasiones, no es suficiente.

En este momento en el que muchas personas, incluso cristianas, no dejan de buscar en las filosofías y religiones orientales –sin saber cómo encajar eso dentro del cristianismo– apoyo para su vida espiritual, ¿no sería un gran aporte lo que desde la vida contemplativa se puede hacer al respecto? Esa reflexión hecha en voz alta, y mayoritariamente femenina, ¿no tendrá mucho y bueno que decir para quienes buscan y no encuentran dentro de nuestra propia Iglesia? Si el problema es que salgan de los monasterios para participar, no hay peligro. Lo pueden hacer desde las Federaciones o ayudarles a encontrar canales de participación donde las conexiones de internet serán imprescindibles.

sinodalidad

Los sacerdotes secularizados, según el Código de Derecho Canónico, no tienen ya nada que hacer en la Iglesia, sin embargo, no son traidores ni apóstatas. Hace falta mucho valor para, en un momento dado de sus vidas, detenerse y replantearse cómo vivir su compromiso bautismal –que en definitiva es lo que hacen–. A nadie le gusta reconocer una equivocación en su vida, sin embargo, estas personas han decidido no vivir una doble vida y han actuado conforme a la ley canónica pidiendo la dispensa. ¿Se ha parado alguien a pensar qué mensaje estamos enviando al dejar absolutamente de lado a estas personas, mientras nos hemos pasado años –y seguimos en ello– haciendo como que no vemos a los que llevaban una doble vida e, incluso, protegiendo a los que han abusado del poder en su forma que son los abusos sexuales?

Los diferentes modelos de familia, aceptados en la sociedad, parecen no tener su reflejo todavía en la Iglesia que sigue con la mirada fija en un modelo antropológico que sería necesario revisar. Nos enfrentamos a la realidad de que cada vez estas familias piden, conscientemente, que sus hijos sean bautizados, y las familias “de siempre” cada vez lo hacen menos. Cuesta todavía asumir que, “todos los modelos de familia presentan un elemento común, que es el anhelo de un espacio de acogida, de amor, de apoyo mutuo y de solidaridad entre personas y generaciones. No hay un solo ser en este mundo que no anhele ser más amado y amar más”, como dice Fernando Vidal, director del Instituto Universitario de la Familia de Comillas.

Aquellas personas que conforman la realidad LGTBIQ+, es decir la realidad de la diversidad sexual, no por ello dejan de ser personas comprometidas con la fe que viven y sienten suya. Hay que escuchar sus voces para ver dónde tenemos que mejorar nuestro comportamiento y nuestra comprensión hacia ellos –que seguro será en muchas cuestiones– porque si queremos cambiar, necesitamos saber cómo y en qué y sus palabras nos ayudarán a ello. Desde ahí, ya no serán necesarias etiquetas dentro de la comunidad cristiana. Avanzaremos para poder llamarnos todos creyentes, sin más.

Ser Iglesia de otra manera

Hubo una vez una Iglesia que no tenía miedo al diálogo y a la sana confrontación; que discutía de todo y alcanzaba consensos aunque no supiera qué significaba esa palabra, porque escuchaba a sus minorías; hubo una vez una Iglesia que decidió no poner más cargas de las necesarias porque escuchó al Espíritu Santo y se escuchó a sí misma.

Estamos en el momento de recuperar y poner a pleno rendimiento la voz profética que se nos regala en el bautismo y hacerlo con la valentía propia de quienes se saben acompañados por ese Espíritu que se suele revelar más en las minorías que en las mayorías.

Sería interesante recuperar las palabras que, hacia 1970, escribió Walter Kasper y por las que parece no haber pasado el tiempo, más que nada porque todavía no las hemos puesto en práctica: “Lo normal y lo ordinario dentro de la Iglesia tiene que ser un proceso colectivo y dialógico para encontrar la verdad”. Porque, además de transparencia, corresponsabilidad, valentía, generosidad, esperanza… la sinodalidad tiene que ser, para que sea verdaderamente sinodalidad, diálogo y escucha en un proceso cuyo componente espiritual no podemos ni debemos pasar por alto.

Vamos a abrir un proceso en el que lo importante va a ser aprender a ser Iglesia de otra manera, por eso habrá que aprender una nueva metodología para ser Iglesia de otra manera. Una Iglesia que cambiará de tal manera que no será ya solo la Iglesia de los ordenados, sino la Iglesia de todos los bautizados. ¿Lo conseguiremos? Más vale, porque sino… (Esto lo veremos en otro artículo).