Tribuna

Haití y la importancia de sobrevivir juntos

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Escribo en una actitud orante ante la urgente necesidad de tener una mirada panorámica de la realidad que vivimos. La sucesión de tragedias naturales, económicas, sociales y políticas de Haití nos podría ayudar a mirar con más ahínco crítico las concepciones generalizadas sobre lo que es la “caridad” y de lo que se trata el mandamiento que Cristo mismo nos dio, cuando advirtió que sus discípulos serán reconocidos por lo mucho que se aman los unos a los otros (Jn 13,35).



Doy gracias a Dios al ver la respuesta rápida de nuestros países latinoamericanos para acudir con cargamentos, médicos y otros recursos ante la urgencia creada por el devastador terremoto y la tormenta. De igual manera, es importante la respuesta de envío de equipos y recursos de parte de Estados Unidos y de los organismos internacionales, así como de países de Europa y Asia. No es para menos, en Haití hoy los muertos sobrepasan los miles, los que han quedado en el desamparo por decenas de miles y los afectados de diversas maneras superan el millón.

Una tragedia crónica

Pero a la movilización de respuestas a los pedidos de ayuda, en sus diversas intensidades y matices, se suma también y de muchas maneras la creencia de que es que “así es Haití”, que lo más que se podrá hacer será curar las heridas más urgentes, más agudas, pero eso de poco valdrá para la “enfermedad crónica” de miseria de ese país hermano.  No son pocos los que piensan que, pasada la tragedia aguda inmediata, Haití volverá a la tragedia crónica que ha padecido desde siempre.

Pensar hoy en Haití es una oportunidad para que pensemos las cosas de otra manera. Me decía un amigo hace tiempo que “no importa cual camarote haga agua, lo que se hunde es el marco completo”. Esa nación, madre de las independencias de nuestra querida América Latina, es hoy un espejo de lo que hasta ahora ha sido el fracaso de nuestros países de apuntalar un desarrollo que pueda sostenerse, tanto en lo económico como en lo político. Nuestra visión sobre lo que debe ser la ayuda a los más necesitados es, en demasiadas ocasiones, tremendamente parecida a la de los “farisaicos magnates del poder” y no la concreción visible de cómo nos amamos unos a otros. En la forma en que atendamos el caso de Haití podrá verse hasta dónde hemos llegado en la comprensión de la importancia de sobrevivir juntos para que sobreviva cada uno. Al fin y al cabo, cada cual es responsable de los demás.

Hablar desde el alma

No soy economista. No puedo hablar de cuáles son las medidas prudentes para hacer viable la economía haitiana. No soy político. Por eso, tampoco puedo hablar de las ideologías que conviene usar, ni de las acciones específicas que corresponde tomar a los gobiernos. No represento una de las llamadas ONG, por lo que tampoco puedo plantear las agendas de trabajo de dichas organizaciones.

Pero soy cura. Me toca hablar del alma. Desde la profundidad de mi ser digo que lo que se ha hecho hasta ahora, de ayudar en la emergencia y luego abandonar a su suerte al desvalido, no ha sido la mejor manifestación de amarnos unos a otros.

En Haití corren en torrentes de agua y lodo, en avalanchas como un “lavalás”, las mismas desgracias que están destrozando a millones de latinoamericanos y caribeños. Por favor, pido encarecidamente que revisemos nuestras visiones sobre lo que es la caridad y cómo llevarla a cabo. La supervivencia de toda América Latina es lo que está en juego. Voy a decirlo un poco más claro. La noción de que cada cuál gane según lo que merezca y se repartan migajas caritativas a los más necesitados parte del error de creer que la salvación es individual. Digamos mejor… en tu dolor me duelo y en tu triunfo me regocijo, porque lo que el alma busca es que todos entre nosotros seamos uno, como lo son el Padre y el Hijo.