Apreciados convidados:
Gracias por responder a la invitación… Cuando recibieron la convocatoria posiblemente algunos quedaron sorprendidos, otros atónicos, varios “no entendían” por qué es esta oferta. Sencillamente, porque la fiesta ha comenzado. La mesa es muy amplia y las sillas o almohadones hay en abundancia.
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También porque cada uno de nosotros somos los allegados al corazón de quien nos ha llamado para celebrar juntos el amor que nos hermana. Quizás en la lista hay algunos que no se conocen entre sí, pero para quienes nos han congregado somos sus conocidos: ¡para los anfitriones no somos anónimos, ni un simple número! ¡Somos parte de sus vidas y nos consideran valiosos e importantes!
¡Si! Somos los importantes para la Trinidad, por eso nos hace parte de la fiesta del reino. ¡Es hermoso! Mientras algunos predican que la humanidad es esencialmente pecadora, para Dios participamos de su misterio, nos agasaja, nos crea a su imagen y semejanza, nos hace vivir en santidad y en su presencia “toda nuestra vida” (Lc. 1, 75).
Distinguidos comensales:
¡Qué paradoja tan enorme! Las celebraciones humanas y de algunas religiones, se caracterizan por ciertos detalles que, por momentos, pueden ser convencionales pero un poquito ridículos (vestimentas, perfumes, calzado, bijouterie, peinados, etc.) y con tanta ritualidad o formalidad se pierde de vista lo esencial… “que es invisible a los ojos” (De Saint – Exupéry, Antoine, 1967, pág. 72).
Lo primordial, es que fuimos distinguidos por parte de quienes nos han congregado. Y para colmo, cuando ingresamos a esa fiesta, lo importante y elegante no es con qué venimos sino quienes somos. ¡Para el Dios de Jesús, la indumentaria no tiene importancia!, porque lo medular es la humanidad amada y redimida por el Abba/Imma.
Apuestos convidados:
Hola, me presento… pero veo que vos, yo, los otros, y tantos… ¡somos una lista imposible de contabilizar! El lugar es inmenso. Pareciera que, en esta fiesta, donde la mesa ha sido preparada, no tiene límites porque quien se ofrece supera nuestras propios criterios, gustos, instituciones u oficializaciones.
¿Se dieron cuenta, que en la invitación recibida resalta nuestra bondad, belleza, y nos llama “hijos, hermanos y amigos” de los anfitriones (Curia, Christian, 2006)? Somos convocados a recostarnos en torno a la mesa del convidante, nos hace “graciosos” porque recibimos la gracia de su amor que hace “muy buenos” (Gn. 1, 31) sin importar de dónde venimos (lugar, origen, existencia, situaciones). ¡La invitación de Dios, Abba/Imma, es embellecedora y nos configura a vivir así: a este estilo!
Comensales amados:
Que detalle tan particular: la lista es amplia, diversa y, a la vez, es una experiencia fundacional porque afecta a todas las dimensiones de nuestra vida, provocando una transformación profunda. Que hermosa experiencia de amar y ser amados, porque se hace visible y está al alcance de la mano, que somos invitados a compartir la vida que se ofrece gratuitamente, porque así es el amor ( ) de quien ha preparado esta fiesta (Balz, Horst & Schneider, Gerhard – T I, 2005, págs. 24-26). ¡Es la fiesta del reino!
Consagrados invitados:
¡Qué hermosa aventura de vida y de fe! Ser parte del reino de la fiesta, donde todas las personas son incluidas, valoradas y consagradas. Podemos descubrir que ese amor del convidador inspira una vida desde el amor recibido y brindado. ¿A ustedes les llamó la atención que además de hijos, hermanos, amigos, santos” nos llamó consagrados? No lo puedo creer; quien consagra son los anfitriones y no tienen una “especial consagración” para unos… sino que todos son “consagrados”. ¡Qué maravilla!
Pensando y reflexionando la perplejidad que nos provocó la invitación, que nos suceda eso ¡es bueno! Porque nos ubica en la gratuidad y gratitud, porque no es un “merecimiento” o un premio. Es justamente en esa experiencia, de perplejidad, donde descubrimos que el amor es inspiración que proviene del Espíritu como causado por él (Col. 1, 8), y a su vez es fruto de su quehacer en la vida, la historia, en y con nosotros (Gal. 5, 22). Ese accionar de la ruah (espíritu) nos transforma en “santos y amados” (Gal. 3, 12) en inspirados convidados.
Bienaventurados convidados:
Nuevamente gracias por tomarse un tiempito para contemplar la oferta que hemos recibido. Jesús en su vida pública, y a través de los testimonios que nos llegan al día de hoy, se puede contemplar que en el amor existen tres anchuras, la primera es la que toma la iniciativa (Trinidad – anfitriones), la segunda son los interlocutores de esa ternura (humanidad) y la última es la ligazón que hay entre ambos (Hipona, Agustín de – De Trinitate, 2022). Una clarividencia que nuestro venerado Albino Luciani nos dejó con suma claridad:
“amar significa viajar, correr con el corazón hacia el objeto amado” (Juan Pablo I, 1978)
Comensales queridos:
¿Alguna vez te invitaron a una mesa o fiesta para que te sientes y “no comas lo que los anfitriones habían preparado? O ¿te invitaron para que “disfrutes de manera inmaterial las delicias ofrecidas en la mesa? ¡Espero que no!
En la mesa de Jesús, no existe la comunión espiritual… porque él se ofrece en signos sensibles y degustables, se hace palpable en la diversidad y amplitud de los agasajados que estamos en derredor suyo.
Por eso, somos comensales, convidados a degustar las delicias del Reino… ¡y quién invita es Dios! ¡Él no se da por partes, sino plenamente! ¡Nosotros no somos los que le ponemos los criterios a él! En todo caso, somos los que vivimos los criterios del Reino de Jesús, porque él “anunció al mundo, con palabras y obras, que tú eres Padre y que cuidas de todos tus hijos” (CEA – MRC, 2011, pág. 973).
Bienaventurados comensales, juntos con Jesús queremos “hacer esto en su memoria” (Lc. 22, 19), viviendo su estilo, no solo iterando un rito, siendo comensales de una fiesta que incluye a todos, porque al estar en la mesa de Dios es vivir en el amor, y se ama estando, compartiendo con los demás, porque nos vamos transformando en y con la vida de las personas, sin posesiones ni encasillamientos, sino valorando y respetando la libertad y autonomía con quienes nos acompañamos en la existencia:
“donde nadie es desplazado, porque todos son llamados…
es mi hermano aquel que está a mi lado, todos hijos del Dios que nos creó,
porque él ha venido a la tierra para unirnos. Lo sabemos el camino es el amor” (JMJ – 1987 – Himno Un nuevo Sol, 1987) (Glaser, Ariel & otros, 2018)
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Trabajos citados
Balz, Horst & Schneider, Gerhard – T I. (2005). ‘Diccionario Exegético del Nuevo Testamento (a-x)’. Salamanca: Sígueme.
CEA – MRC. (2011). ‘Misal Romano Cotidiano’. Buenos Aires: Oficina del Libro.
Curia, Christian. (2006). ‘En torno a la mesa’. CABA: Claretiana.
De Saint – Exupéry, Antoine. (1967). ‘El Principito’. CABA: EMECÉ.
Hipona, Agustín de – ‘De Trinitate’. (18 de Enero de 2022).
JMJ – 1987 – Himno Un nuevo Sol. (05 de Abril de 1987).
Juan Pablo I. Audiencia General – 27 de Septiembre de 1978.